—Alice, llamá a Miguel —ordené, mientras tomaba la mano de Gabriel—. Todo va a estar bien. —Lo consolé como Danilo solía hacer conmigo, con el único objetivo de calmar mis miedos.
—No quiero que a Danilo le pase algo malo —habló bajito.
—Yo tampoco —admití.
El esposo de mi mejor amigo, no atendió de inmediato pero devolvió la llamada minutos después, nosotros seguíamos viajando sin destino alguno.
—Ana, activamos plan A —fue lo único que dijo y cortó la comunicación.
Nada bueno podía estar pasando. Hice un gran esfuerzo por razonar. Danilo y Miguel me habían preparado para enfrentar diferentes escenarios. Mi primer objetivo era Rau, sabía dónde buscarlo.
Mi amigo llegó al auto pálido, Fredi había ido por él.
—¿Qué está pasando, Ana? ¿A dónde está Miguel?
—Miguel está bien, recién hablé con él. Rau tenemos que deshacernos de los celulares.
—¡Estás loca! No pienso hacerlo hasta que no hable con mi esposo.
—Lo hacés por las buenas o los hacés por las malas, ¡Vos decidís! —hablé seria pero con los ojos le indiqué la presencia de Gabriel, no quería discutir delante de él.
—¿Qué hacen todos acá? —quiso saber mientras ingresaba al vehículo con nosotros.
—Prendieron fuego todo el barrio y querían hacerle daño a Ana —explicó el niño.
Ante el gesto de horror de mi amigo. Volví a mencionar la participación de Gabriel en todo el asunto, intentando que guardara en su memoria solo el sentimiento de orgullo por el mismo, al haberme salvado.
—¿Y ahora qué vamos a hacer?
—Vamos a ir a un refugio hasta tener nuevas noticias.
Rau asintió al borde de las lágrimas.
Estacionamos en el parking subterráneo de un reconocido hotel cinco estrellas. Nunca antes se me había ocurrido pensar que podía pertenecer a mi padre. Sin embargo, frente al despliegue de seguridad con tanta precisión y apuro, no me quedaron dudas.
Nos hospedamos todos en el mismo piso, el penthouse era bellísimo y amplio. Después de la cena, logré ayudar a Gabriel a conciliar el sueño. Rau, Cristi, Fredi y yo no logramos hacerlo. Permanecimos sentados en la sala a la espera de noticias.
Miguel llegó alrededor de las cinco de la mañana, todos corrimos hacia él, pero le dimos espacio a Rau para que lo abrazara y descargara la angustia.
—Estás demasiado pálido —se preocupó Cristi.
—No he podido tomar ni un vaso de agua —se justificó el abogado.
—Sentate, te voy a traer un café.
—Gracias.
—¿Danilo? —pregunté sin poder retener más mi ansiedad.
—Está bien, Ana. Está con tu padre.
Aquella última frase me atenazó el estómago y descubrí que en verdad no confiaba en Omar como creía. Miguel se sentó sobre el enorme sofá que decoraba la sala, esperamos a Cristi para empezar a dialogar.
—El Tío se nos adelantó de nuevo. —nos miró a cada uno esperando algún comentario, quizá un reproche pero nadie lo hizo—. Devastó el barrio, ninguna casa quedó en pie. Hay muchísimos heridos, la cantidad de muertos por ahora supera los doscientos cadáveres, pero se esperan muchísimos más.
—Sí querían a Ana, ¿por qué hicieron semejante daño? —preguntó Fredi.
—No solo querían a Ana, —explicó Miguel— también iban por Danilo.
—¿Fueron a buscarlo? —se sorprendió Rau.
—No. El incendio tenía dos propósitos; responsabilizar a Danilo y aprovechar el caos para llevarse a Ana. Danilo logró salvarse porque a Omar le llegó la información justo a tiempo. Se fue del Rosas antes de que la policía lo apresara. Está escondido, Omar ha dado la orden de que no va a volver a pisar la calle hasta que no esté todo aclarado.
—Necesito hablar con él, Miguel —supliqué.
—Lo sé, tanto él como tu padre están desesperados por noticias de ustedes.
—A vos no te acusan de nada ¿verdad? —le preguntó Rau, con los ojos cargados de lágrimas.
—No, amor —Miguel le acunó la mejilla, Rau besó la palma de su mano.
Luego, descorrió el saco de su traje, enganchado al cinturón tenía un teléfono satelital.
—La llamada no puede ser muy larga, Ana. Nos están pisando los talones.
Asentí y corrí a encerrarme al baño.
—Ana Paula, —saludó Omar— ¿estás bien? —la desesperación en su voz, me dio la paciencia necesaria para responderle.
—Sí, todos estamos bien. ¿Vos?
—Preocupado.
—Vamos a estar bien, sabíamos que esto podía pasar, estamos preparados. Ahora, necesito hablar con Danilo.
—Intentá descansar —fue lo último que me recomendó antes de ceder el teléfono a mi gigante.
—¡Ana! —sentí, por fin, el sonido de la voz que amaba.
—Mi amor, estaba tan preocupada por vos. ¿A dónde estás? Quiero irme con vos, Gabriel también quiere hacerlo. ¿Te han tratado bien? ¿Omar se está comportando?