Devórame otra vez

19. DANILO

A pesar de que intenté comunicarme con Miguel en varias oportunidades, no respondió mis llamadas. Preferí esperar y enfrentarlo en persona, quería ver su reacción cuando le contara que sabía la verdad sobre el embarazo de Ana.

Tres días seguidos mandé a mis hombres a buscarla, ninguno la trajo hasta Black. La conocían lo suficiente como para saber que aún embarazada no dudaría en aplicar sus benditas técnicas de defensa, o mejor dicho, técnicas de ataque con ellos. Los tres patovicas repitieron la misma frase: “si quiere verme que venga por mí”. Al cuarto día, cansado de esperar y en contra del sentido común, hice lo que me pedía.

Fui por ella.

La ternura calentó mi pecho al verla salir de la mano de Gabriel, mientras el niño aferraba la pelota y le hablaba sin detenerse casi ni a respirar. Ana le sonreía y lo escuchaba con atención. Me golpeó el pecho la necesidad de ser parte de esa pequeña familia que habían sabido ensamblar.

—Suban al auto ordené. —esforzándome por mantenerme serio, porque el ceño fruncido de Ana y de Gabriel, tan similares uno del otro, me divirtió.

A pesar de que se mostró enojada, al escuchar mi voz, su rostro me indicó que no esperaba encontrarse conmigo.

—¡Mirá, gigante! —extrañaba tanto escucharla llamarme por el sobrenombre que ella misma me había adjudicado—. Acá no sos ningún jefe, ubicate.

—¿No tenés nada que contarme? —inquirí, con un movimiento de mi cabeza, señalé su abultado vientre.

—Siempre tan espabilado. —respondió con sarcasmo.

—Ana, no estoy jugando, suban al auto. —advertí perdiendo la paciencia.

Abrió la boca pero ningún sonido salió de ella, blanqueó los ojos provocando que mi estómago se retorciera. Gabriel quiso atajarla para evitarle la caída pero no logró hacerlo. Ana quedó desplomada en medio de la vereda, con el niño arrodillado a sus pies. Sin pensar en que quizá Méndez andaba cerca, me bajé del auto y la tomé entre mis brazos, revisando que no estuviera lastimada.

—Vamos, Gabriel —lo animé a que reaccionara y subiera al auto.

El niño obedeció sin presentar resistencia.

El tiempo que demoramos en llegar a Black se me antojó eterno, Ana despertaba pero al mínimo esfuerzo volvía a perder la conciencia. Nos ubicamos en la sala que hacía de habitación para mí, por el movimiento de las mandíbulas de Gabriel, me daba cuenta de que se mordía la parte interna de la mejilla para contener el llanto.

—Todo va a estar bien —quise tranquilizarlo.

El niño me sorprendió al correr el corto espacio que nos separaba para pegarse a mi cuerpo. Me arrodillé y lo contuve en un abrazo que le permitió desahogar la angustia y el miedo.

—¿Por qué tuviste que separarte de nosotros? —se quejó.

—Pensé que era lo mejor. —respondí sincero.

—Lo mejor es que estemos juntos, Danilo. —me recriminó de la misma manera que lo hubiera hecho Ana.

—¿Podrías perdonarme?

Asintió sin decir una palabra, escondido en mi cuello. Mis ojos se movieron hasta dar con la mujer que amaba, había despertado y nos observaba con el rostro mojado de lágrimas. Me puse de pie e insté a Gabriel a mirar hacia Ana, al grito de “despertaste” se acercó y se tumbó en la cama para abrazarla. Yo también deshice el espacio que nos separaba y me senté sobre el borde de la cama, le acaricié la mejilla con el dorso de mis dedos. Ella no se alejó pero tampoco me sonrió.

—Pedí que nos traigan la media tarde a la habitación, ¿hay algo que no desees comer?

—Tenemos que volver al departamento, Danilo.

—No empieces, no van a salir de acá.

Me destinó una mirada poco amigable, dos golpes en la puerta nos advirtieron que el menú ya estaba listo para nosotros. Tanto la mujer como el niño, devoraron todo lo que estaba disponible frente a ellos. Ana no volvió a dirigirme la palabra. Una vez que habían terminado de comer, Gabriel me preguntó por su pelota.

—¡Vamos por ella! —lo invité.

Pensé que Ana se quedaría en la habitación, en cambio, salió detrás nuestro.

—¿Estás segura de poder caminar?

—No me quiero quedar sola allí, demasiados recuerdos. —remató.

Deseé cobijarla entre mis brazos y borrar la angustia de su mirada, pero estaba seguro de que me rechazaría y quería evitar que Gabriel volviera a angustiarse.

En el amplio parque del bar, Gabriel empezó a correr detrás de su adorada pelota. En pocos minutos los empleados lo rodearon y armaron un improvisado partido que lo tenía concentrado.

—Recuerdo dos situaciones en las que podés haber quedado embarazada, pero algo me dice que fue la noche de mi cumpleaños.Por lo tanto tenés seis meses de embarazo. —Rompí el silencio, provocando que la sonrisa que Gabriel había logrado provocar en el rostro de Ana, se esfumara.

—Danilo, no quiero hablar con vos, nada de lo que suceda conmigo te interesa o te incumbe.

—¿Solo por hoy podrías dejar el orgullo de lado? Llevás a mi hijo en tu vientre, tengo derecho a saber.

—¿Tan seguro estás de que este bebé es tuyo? —altanera dio media vuelta y se alejó de mí.




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