Devórame otra vez

20. ANA

Quise alejarme rápido de Danilo, su presencia alteraba todos mis sentidos. Lo había extrañado tanto que solo sentirlo cerca y atento a nosotros, derribaba todas las murallas que mi mente pedía que no dejara caer. La risa cristalina de Gabriel hizo que detuviera mi escape, volteé para observar qué sucedía. La visión de mi gigante, con el niño en brazos corriendo tras la pelota y divirtiéndose, me pareció un sueño. Mis pies, autománticamente, desandaron los pasos anteriores hasta ubicarme en el mismo lugar, para observar en primera fila lo que allí sucedía. Posé las manos sobre mi vientre, no podía negarle a mi bebé la presencia de su padre, sobre todo porque tenía la certeza de que Danilo sería uno muy bueno. La paz me duró poco, una voz a mis espaldas llamó mi atención.

—Deberías dejarlo libre, no merece vivir atado a un amor que tiene que compartir con el oficial Méndez.

Al voltearme, la ponzoñosa mirada de Tamara se clavaba sobre mi cuerpo en crecimiento.

—¿Seguís preocupándote tanto por mí? —la provoqué—. Ya es hora de que te ocupes de tu vida, los años pasan para todos. —un golpe bajo en clara referencia a la diferencia de edad que teníamos.

—Voy a seguir detrás de Danilo, todo el tiempo que sea necesario hasta que vuelva a mí.

—No hay peor ciego que aquel que no quiere ver, Tamara. Dejá de perder tu vida, detrás de algo que nunca se te ha ofrecido. Esto no es una competencia, buscá un psicólogo que te ayude a quitarte la obsesión.

—¿Obsesión? —respondió sorprendida— ¿Por qué crees que lo que siento es una locura? ¿Acaso me podés juzgar por estar enamorada de Danilo? ¿No estás vos en la misma posición que yo?

—No, no lo estoy. Y acá —señalé mi vientre redondeado— está la prueba de que lo que yo siento es correspondido. Este bebé, fruto del amor que Danilo siente por mí, es la respuesta a todos tus preguntas. En la foto de nuestra vida, no hay lugar para vos. —rematé.

—Acá la que se creyó el cuento sos vos, nena. No tenés idea de quién es Danilo en verdad, no tienen nada en común.

—Seguís hablando del pasado porque hace rato él y vos no tienen un presente. Insisto, seguí con tu vida.

El partido terminó, Danilo y Gabriel avanzaban hacia nosotras. Rápido para evitar ser escuchada, me dio un certero golpe que no vi venir y que me fue imposible rebatir porque yo también lo había pensado.

—En fin, la que lo está acompañando mientras es un fugitivo, soy yo. ¿O a vos te lo permitió?

Las emociones descontroladas por las hormonas, me traicionaron. El rostro se me deformó al intentar evitar el llanto. Los dos hombres que se acercaban a mí, fruncieron el ceño confundidos. Gabriel se pegó a mi cuerpo, Danilo me increpó en el acto.

—¿De qué hablaban?

—Estoy cansada, ya no tengo más fuerzas para defenderme. —Admití derrotada.

Danilo dio un último paso para acercarse y me envolvió entre sus brazos. Un gemido lastimero se escapó de mis labios cuando por fin sentí su cuerpo, su perfume y su contención.

Nos encerramos en su habitación, Gabriel sentado en la cama, pegado a mi brazo esperaba atento a que yo les confiara lo que había hablado con Tamara.

—No me dijo nada malo —mentí. Me volví al niño y le acaricié el rostro— vos más que nadie sabés que cualquier situación puede provocar mi llanto.

—Sí, pero esa mujer tiene cara de mala, Ana. A mí no me engaña. —habló seguro de sí.

—Ha intentado ser malvada conmigo, sí —acepté— pero vos también me conocés, sabés que nunca me quedo callada.

—Deberíamos irnos, no quiero verte llorar más —elevó la mirada hacia Danilo, que escuchaba atento nuestra conversación— ¿Podemos ir a un lugar donde solo estemos los tres?

—Podemos pero… igualmente vamos a ser cuatro —aclaró con ternura, sonriéndole a Gabriel.

—Sí, vamos a ser cuatro —aceptó el niño y se pegó a mi vientre.

Cenamos juntos los tres en la habitación que utilizaba Danilo y luego nos recostamos, con el niño en el medio. La mirada del gigante, que por encima de la cabeza de Gabriel, se clavaba en mí, me dio la seguridad necesaria para conciliar el sueño.

Tiempo después me desperté por el movimiento de la cama y la voz de Danilo en mi oído, que me pedía que me ubicara en el centro del colchón. Había movido a Gabriel, dejándome a mí entre ambos. No ofrecí resistencia, hice lo que me indicó, antes de volver a dormir lo escuché hablar nuevamente.

—Estoy muy seguro de que este —enfatizó la palabra aferrándose a mi vientre— bebé es mío, te conozco y sé que serías incapaz de engañarme. Al igual que para mí sería imposible tomar a otra mujer.

Debilitada como me encontraba, solo me moví para ubicar mi mano sobre la de él. Ejercí presión, dejando que aunque sea por una noche, él me cuidara.

Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que vi fue la imagen de Gabriel que desayunaba opíparamente sentado a escasos metros de mí. En el cuarto no había señales de Danilo. El niño no se volteó al hablarme.

—Está preparando todo para que podamos irnos a un lugar seguro los tres —chasqueó la lengua y se corrigió— los cuatro juntos. Tenés que desayunar porque Danilo dijo que hasta que vos no te alimentes como corresponde, de acá no nos vamos.




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