Devórame otra vez

21. DANILO

El desconcierto en el que me encontraba desde que pasé a ser un fugitivo, fue mermando a medida que entendí que lo único que requería Ana era mi compañía. Por algún motivo, estar junto a mí, a pesar de que no podía otorgarle ninguna certeza, le daba seguridad.

Partimos los tres a otra de las tantas casas campestres que poseía Omar. Mi suegro pegó el grito en el cielo cuando se enteró de que su hija esperaba un bebé. A la confirmación de Cristina, que aseguraba que a pesar de que se lo habían rogado, Ana no había accedido a hacerse un chequeo médico, movió sus contactos para que nos recibieran en una clínica especializada en obstetricia, que abrió sus puertas un domingo para atendernos.

Escuchar por primera vez los latidos del bebé que Ana gestaba en su vientre, me emocionó hasta las lágrimas, por más que intentaba mantenerme sereno para no alterarla más, no pude hacerlo. Arrodillado a un costado de la camilla, lloré tanto que se me dificultaba ver la pantalla donde mi hijo se exponía.

—Es un varoncito muy saludable —comentó la ecógrafa.

Gabriel que se encontraba delante mío, pegado a mi mujer, lanzó un grito de júbilo.

—¿Querías un hermano varón? —pregunté lleno de curiosidad.

El niño se volvió serio hacia mí.

—¿Puede ser mi hermano?

—Yo creo que ya lo es —confirmé— porque has hecho todo lo que un hermano mayor hace: cuidarlo y quererlo incluso antes de conocerlo.

—Y no le he tenido celos —aclaró sin que nadie le preguntara— a pesar de que él crece dentro de Ana y yo no pude hacerlo.

—Vos sabés que Miguel y yo no llevamos la misma sangre, —le expliqué removiendo sus pelos— y sin embargo somos hermanos.

El niño sonrió satisfecho con la comparación y besó la panza de Ana.

—Vos y yo somos hermanos —le habló en susurros.

Ana no había podido articular palabra porque no dejaba de llorar. Nos estaban dando las últimas indicaciones cuando la puerta se abrió.

—¡Papá! —gritó Ana, gangosa, desde la camilla— casi me hacés parir del susto.

—Ana Paula, tengo tantas cosas para reclamarte, sin embargo, no he venido por vos. Quiero ver a mi nieto o nieta.

—Es un varón y solo lo vas a ver si le hablás bien a Ana. —lo desafió Gabriel.

—Gabi, —lo llamé— Omar es el papá de Ana. —mencioné lo obvio para que lo dejara acercarse.

—Y yo soy el hermano mayor, estoy haciendo mi trabajo —ganó la contienda en buena ley, por lo asentí con un movimiento de mi cabeza.

—¡Lo que me faltaba! —se quejó Omar— un patovica que todavía espera al Ratón Perez.

Gabriel en vez de amilanarse, sacó pecho y puso sus brazos en jarra. Omar suspiró con hartazgo, sin embargo, se arrodilló frente al niño y le aseguró de que trataría a Ana con respeto.

Mi suegro no lloró, pero todo su cuerpo delató su emoción; le temblaron la barbilla y las manos, el pequeño Gabriel las tomó entre las suyas hasta inmovilizarlas.

—Es un niño saludable, papá. —mencionó Ana.

—Como su madre —respondió, acariciando el rostro de Ana—. Ojalá tenga tus ojos, que son idénticos a los de tu madre.

—Si hubiera sido niña, me habría gustado que llevara su nombre. —confesó Ana.

—No, no, no —desestimó Omar, acompañando sus palabras con un movimiento de mano—. Un nombre nuevo, hija. Un nombre que nadie haya portado en nuestra familia, no lo cargues con un destino que no le corresponde.

Ana sonrió y le acarició la mejilla. Como un estúpido y contra todo pronóstico, sentí celos de mi suegro, desde que nos habíamos encontrado yo no había recibido ninguna muestra de afecto y mi cuerpo las imploraba a gritos.

Una vez en la finca, Omar nos hizo un recorrido por la casa, indicándonos los puntos de escape. Ubicamos a Gabriel en la habitación contigua a la que usaríamos nosotros. Cuando me vio depositar mi valija en la habitación que creía haber elegido solo para ella, se cruzó de brazos y levantó una de sus cejas.

—Ni sueñes que vas a dormir conmigo. —La simulada hostilidad, no me engañó.

—Acá la única que sueña sos vos —la provoqué juguetón.

Ana levantó el dedo medio, dejando todos los demás cerrados en puño. Fingí desazón, ubicando la mano izquierda sobre mi corazón. Luego frunciendo el ceño, con mi mano derecha imité el gesto de “Fuck you” que me había destinado, para terminar levantando también el dedo índice. Con ambos dedos estirados, me relamí los labios, emulando la acción que llevaba a cabo para masturbarla. Ella ofuscada, revoleó los ojos y salió del reducido espacio en busca de Gabriel.

Irremediablemente, cayó la noche. Acompañamos a Gabriel hasta su habitación, quien dejó a Ana boquiabierta al pedirle que nos dejara a solas. Cuando la puerta se cerró, el niño empezó a cuestionarme sobre el futuro de nuestra familia, le entregué respuestas sinceras porque en eso habíamos acordado años atrás con Ana, cuando Gabriel empezaba a quedarse en nuestro hogar. Conforme, se quedó dormido, luego de que le relatara la vez que Ana con sus nunchaku me había defendido de los matones de Omar.

Despacio abrí la puerta para ingresar a la habitación que deseaba compartir con Ana, no sabía si se había quedado dormida. Me había prometido no molestarla si había logrado conciliar el sueño, ya que Gabriel me había referido sobre el insomnio que estaba padeciendo mi mujer.




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