Devórame otra vez

22. ANA

Gemí sin consideración al resto de habitantes de la enorme casa en la que mi padre nos había ubicado, la delicadeza con la que Danilo acariciaba los labios de mi vulva me enloquecía. Por un lado quería demorar el momento pero por otro la necesidad de tenerlo dentro crecía en mí, amenazando arrasar con mi cordura. El gigante me hizo delirar con sus caricias hasta que conseguí un orgasmo que por poco no me dejó desparramada en el piso, exangüe. Me tomó entre sus brazos y me condujo sobre el colchón, se acomodó a mi lado.

—Esto recién empieza, Ana.

Los ojos se me cerraban a pesar del esfuerzo que hacía por centrar mi vista en el hombre hermoso que seguía acariciándome. Me dejó descansar unas horas, entre sueños lo imaginaba besando mis senos, mordiendo mis pezones con poca consideración mientras sus dedos hurgaban en mi entrepierna.

—Mocosa, me volvés loco, —sentí su aliento caliente en mi oído mientras iba perdiendo la ensoñación.

Con cierta dificultad abrí mis ojos, lo encontré apoyado sobre su costado, con las pupilas totalmente dilatadas esperando por mí. Medio inconsciente y pesada como me sentía, me subí a horcajadas de él y empecé a frotarme en su carne que ya estaba más que lista para entrar en mí.

—¡Ana por lo que más quieras! –me rogó.

—¿Qué querés?, pedimelo —exigí como él había hecho conmigo tantas veces.

—Quiero estar dentro tuyo, quiero sentir tu piel caliente.

—¡Danilo! —detuve sus movimientos apoyando una mano en su pecho— ¡Lo quiero cómo antes! ¡Nada de sutilezas! —ordené.

Mi gigante, cumplió en el acto. Me aferró de la cadera hasta que me apoyé sobre mis rodillas, en un acto certero me penetró desde atrás. Las embestidas eran fuertes pero no cómo las que yo recordaba. Ubiqué sus dedos sobre mi clítoris desesperada por sus caricias. Él rugía, yo gemía, el orgasmo violento nos llegó a la vez. Sin salir de mí, con ambas manos contuvo a nuestro hijo.

—¿Todo bien? —preguntó agitado.

No pude hablar, porque con el alivio llegaron todas las emociones negativas que me habitaban en esos momentos. Danilo salió de mí, y me ubicó entre sus piernas, lloramos juntos por el tiempo separados y por las miles de intrigas que se gestaban a nuestro alrededor. De a poco el llanto menguó, me dormí sintiendo sus caricias en mi piel. Unos suaves golpes en la puerta, seguidos de una dulce voz nos despertaron. El gigante me pasó una de sus remeras para que me cubriera y ropa interior. Él, en boxer, se dirigió hacia la puerta. La espalda ancha y ejercitada de Danilo me provocó una nueva oleada de deseo, que se vió opacado cuando la carita de Gabriel, asustada y llena de lágrimas apareció en mi campo visual.

—¡Tuve una pesadilla! —explicó lanzándose a los brazos del gigante—. ¡Todo va a empeorar una vez que nazca el bebé!

—¡Shhh! —siseó Danilo apretándolo contra su pecho y acariciando su espalda—. Nosotros te vamos a cuidar, todo va a estar bien.

—¡No es verdad! —insistió el niño— El Tío nos odia y nos está buscando, destruyó el departamento en el que vivíamos con Ana.

Danilo giró desconsolado buscando mi mirada, confundido con la firmeza con la que Gabriel había relatado los hechos. Le expliqué de la habilidad de nuestro pequeño para percibir lo que sucedería. Adoré que se esforzara para cambiar el gesto desolado y que intentara sacar a nuestro pequeño del estado de pánico en el que había caído. Sin preguntarme y sin dudar por un segundo, lo ubicó en el centro de la cama y le prometió que lo protegeríamos porque era lo más valioso que teníamos.

—¿Somos una familia? —preguntó Gabriel.

—Por supuesto, somos una familia.

—Pero una familia de corazón, porque yo no nací de la panza de Ana como mi hermano.

—¿Acaso no es el corazón el órgano más importante del cuerpo? ¿O conocés a alguien que pueda vivir sin él? —Gabriel, todavía con lágrimas en sus ojos , negó con la vista fija en la del gigante—. Entonces confiá en nuestro amor, porque es único y sagrado.

El niño cerró el tema al largarse una vez más sobre Danilo, con los brazos alrededor del cuello lo descolocó al responderle con un dulce “Yo también te amo, papá”. A pesar del momento sensible del que tuve la posibilidad de ser partícipe, me resultó muy divertida la imagen de un hombre de su tamaño viéndose afectado por las palabras sinceras del pequeño.

Los tres meses restantes los vivimos como sumergidos en una burbuja de tranquilidad y paz que solo se veía afectada cuando recordábamos al oficial Méndez o a El Tío. Podía adivinar el momento en que venían a la mente de Danilo con solo mirarlo a los ojos y sabía que a él le pasaba igual, pero ninguno de los dos lo mencionaba.

Cristi se mudó a vivir con nosotros esperando recibir a nuestro hijo. Con frecuencia nos visitaban Fredi y Rau, Miguel lo acompañaba y aunque a veces compartía con nosotros prácticamente no hablaba con mi gigante. Mi mejor amigo, me había advertido que su amistad no se encontraba en buenos términos. Danilo, en cambio, nunca se refería al vínculo con su socio. Y yo, no preguntaba por miedo a las respuestas que podría llegar a obtener. No quería despertar del maravilloso sueño en que me encontraba.

Gracias a la intervención de mi papá, tenía un grupo médico a mi disposición, los cuales me revisaban y estaban preparados para el nacimiento de mi pequeño hijo. Con Gabriel y Danilo pasábamos largas horas eligiendo distintos nombres, cada vez que uno nos gustaba mucho, buscábamos el significado en internet y así terminábamos de decidir si pasaba a la lista de nombres posibles o si finalmente, lo descartábamos. La última tarde antes del nacimiento del pequeño, compartía una merienda junto a Rau y Cristi cuando me quejé de las dimensiones que había tomado mi cuerpo. A diferencia de mi cintura, que no se había ensanchado ni había perdido sus curvas, mi cadera estaba engrosada y la piel de mi panza tirante a un punto incómodo.




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