Devórame otra vez

24. ANA

Parir, al hijo de Dailo, fue la experiencia más aterradora y gratificante de mi vida. A pesar de la manera poco común en que salimos de la clínica, yo no podía encontrarme más feliz. Tres meses atrás pensaba que iba a parir en el departamento, en compañía de Gabriel. Sin embargo, parí junto a Cristi y con Danilo presenciando todo. En ese momento lo único que constituía una preocupación para mí, era el ojo izquierdo de Ludovico que tenía un tamaño más pequeño que el derecho y que también se encontraba muy cerradito. Lo besé varias veces en sus mejillas, en la frente, incluso sobre el pequeño ojito, con la seguridad de que mi energía llegara a él y lo mantuviera sano.

Una vez que volvimos a la finca, Danilo me llevó entre sus brazos hasta nuestra habitación, Cristi me ayudó a asearme y a vestir a Ludovico con su ropa. Rau y Miguel no demoraron en aparecer, para conocer al recién nacido y desearle mucha felicidad. Les agradecí que no hicieran gestos al descubrirle el ojito pequeño, . Mi mejor amigo no podía contener las lágrimas.

—¡Ana, el amor que siento por tu hijo es tan grande! —me confió mientras lo observaba fijo— Es tan hermoso.

—¿Te parece hermoso aunque tenga el ojo raro? —interfirió Gabriel, un poco celoso.

—Me parece aún más hermoso por eso. —explicó Rau— Cada uno de nosotros es diferente al otro y en eso radica la belleza de la vida.

—Mi papá tiene una cicatriz en la cara y mi hermano tiene el ojo arrugado, pero yo no tengo nada especial. —se quejó.

—Vos tenés algo único —señalé apoyándome el dedo en la cabeza—- ¿Quién me advirtió a mí de que Ludo nacería hoy?

—¡Yo fui! —señaló alegre.

—¡Sos un enano muy especial! —bromeó Miguel.

A lo que Gabriel respondió con una mirada de enojo, que Miguel supo disolver con uno de sus ataques de cosquillas.

Mi padre interrumpió el feliz momento, apareciendo con un enorme ramo de rosas, una caja acrílica llena de Ferrero Rocher y dos bolsas repletas de juguetes y libros. Antes de acercarse a conocer a su nieto, le entregó una de las bolsas a Gabriel.

—¿Y esto? —preguntó el niño intimidado.

—Compré regalos para mi nieto menor, ¿cómo no iba a comprarlos para el mayor? —respondió Omar, emocionándome.

Gabriel saltó dos veces en su lugar antes de colgarse del cuello de mi padre y hacerlo tambalear. Omar volvió a reír, no pude pasar por alto que era la segunda vez que lo oía reír en el mismo día.

—¿Estás contento? —necesité preguntar.

—¡Estoy radiante! ¡Me has devuelto la vida! —se acercó a paso rápido y me besó la frente—. Tu madre estaría orgullosa de vos.

—Sí que lo está —afirmó Gabriel—. A veces, aparece en mis sueños —reveló por primera vez, logrando que mi piel se erizara.

Papá emocionado, se acercó a Rau y le pidió permiso para alzar a su pequeño nieto. Se ubicó en el sillón. Hechizado, lo observó en detalle. Yo hice lo mismo pero con la imagen de ambos, no podía creer el cambio radical que Ludo, sin siquiera saberlo, había provocado en mi endurecido padre.

Mi familia fue retirándose de a poco. Cristi me obligó a consumir un tazón de sopa llena de verduras y fideos. Una vez que terminé, exhausta, dormí seis horas de corrido, gracias a que Ludovico, tan agotado como yo, no reclamó su alimento hasta que el sol apareció.

Danilo nos observaba embobados, no se había despegado de mi lado y aunque no comentó nada al respecto sé que tenía miedo de que nos atacaran porque no le permitió a Gabriel que durmiera en su habitación, si no que apareció con el colchón de la cama del niño y lo ubicó al costado de la nuestra.

—¿No me vas a contar quién nos atacó ayer? —susurré una vez que Ludo estaba acomodado en mi pezón.

—Me impresiona la facilidad con la que mama —habló— había leído en varios artículos que a algunos bebés les cuesta mucho hacerlo.

—Es un gordito agradecido como su padre ¿o a vos no te fascina comer?

—Sí, señorita. ¡Me encanta comer! —admitió y como ejemplo de su pasión, mordió mi cuello, lo que me provocó cosquillas.

—Te hice una pregunta. —le recordé.

—Todos, Ana. Ayer, nos buscaba la banda de El Tío y la policía, con tu amigo el oficial Méndez a la cabeza.

—No es mi amigo. —me defendí.

—Creeme que lo sé, él quisiera ser mucho más que tu amigo.

—Y yo tengo mi familia. —rebatí con firmeza—. ¿Vamos a entrar en esas?

Negó incómodo.

—¿Qué vamos a hacer?

—La prioridad es tu recuperación. Mientras vos te ocupás del niño, yo me encargo del resto.

—El obstetra que apareció de sorpresa ayer ¿quién era?

—Tu padre está averiguando, ¿Qué fue lo que hizo que te disgustó tanto?

—Nada específico, desde que se presentó mi instinto me marcó que no era de fiar.

—Esta mañana salió en las noticias, lo encontraron en las inmediaciones del hospital destripado.

—¿Qué? ¿Fue Omar?

—Jura que no.




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