Devórame otra vez

25. DANILO

Festejábamos el cumpleaños número diez de Gabriel, con toda la familia reunida.

Quedé prendado ante la imagen de las personas que más amaba, Ana amamantaba a Ludo, que estaba próximo a cumplir cuatro meses, sentada en el sofá. El cumpleañero se acercó despacio y se ubicó pegado a mi mujer, despertando la curiosidad de su pequeño hermano, quien hizo la cabecita hacia atrás y estirando el pezón de su madre, le sonrió. Gabriel, cariñoso y respetuoso como era, le besó la frente y le acarició el parche que tapaba el ojo izquierdo, provocando la risa de Ludo. Habíamos consultado con excelentes oftalmólogos, nuestro niño había sido sometido a diversos estudios, pero no había nada por hacer, una mutación en sus genes le había provocado microftalmia, dejando su ojo derecho completamente ciego.

Ana me buscó con la mirada, estaba tan emocionada y enamorada como yo. En un momento en que desvió sus ojos de mí, la sonrisa se le congeló. No necesité voltear, sabía que Berni estaba allí conversando con Cristina y con Rau, no habían logrado reestablecer la relación porque mi mujer insistía en que su amiga estaba enamorada de mí. En un principio le discutí a Ana, aduciendo que sus celos eran infundados. Hasta que un día Miguel, luego de una reunión que mantuvimos con Bernarda, remarcó lo mismo que mi mujer decía desde hacía años: “Se ha enamorado de vos”.

Luego de lograr quitarle la teta a Ludo de la boca, Ana le limpió los restos de leche y me lo entregó. El bebé besó mi mandíbula, entregándome todo su cariño. Era parte de nuestra rutina, a mí me tocaba lograr que Ludo hiciera el provecho para evitar los gases. Supe que esa noche tendría problemas cuando escuché a Ana pedirle a Bernarda que la acompañara.

Demoraron más de media hora en volver a la reunión, yo hice todo lo posible para que los niños no sintieran la ausencia de su madre, no fue una tarea nada fácil ya que los tres eran muy apegados.

Una vez que estuvimos solos y antes de meternos en la cama, me preguntó si no estaba interesado en lo que habían hablado.

—Claro que sí, todo lo que te tenga en medio es de mi interés.

—Fui directa y le pregunté lo que suponía —no sabía que decir, solo asentí— Está enamorada de vos. —Un silencio incómodo recayó entre los dos—. No vas a decir nada.

—¿Qué puedo decir? Yo soy un hombre comprometido, con una familia que adoro.

—¿Nunca te ha insinuado nada?

—No, Ana. Tampoco creo que lo haga, Berni fue tu amiga durante muchos años y no es una mala persona, no va a hacer algo para dañarte.

Asintió procesando mis palabras.

—No es una mala persona, en eso tenés razón. De todas maneras no quiero que venga a las fiestas familiares, no me gusta encontrarla mirándote con deseo.

—Lo que vos digas va a estar bien para mí, lo único que me importa es el bienestar de mi familia. ¿Ya podemos dejar ese tema atrás? Hay algo importante que necesito contarte.

—Te escucho.

—Encontramos a El Tío.

—¿Y ahora?

—Vamos tras él, Ana.

—Quiero saberlo todo.

—Sí, amor, vas a estar enterada de cada paso que demos.

Dos días después nos pusimos en marcha junto a Omar para ir detrás del hombre que tanto daño nos había hecho. Miguel no nos acompañaba, no mantenía una buena relación con mi suegro porque se negaba a realizar la mayoría de los trabajos. yo intentaba mediar por él pero ninguno de los dos me lo hacía fácil.

Para el operativo intentamos involucrar a la menor cantidad de personas posibles para evitar una filtración de información. Supimos que El Tío se encontraba en un refugio en Agua Escondida, un distrito dentro de Malargüe, casi al límite con La Pampa. Emprendimos viaje, dispuestos a acabar con él.

El cargamento de armas que llevábamos en el auto, igualaba la cantidad de dinero que Omar había cargado para conseguir los favores de los vecinos y de algún que otro policía, que daba vueltas por aquellos parajes desolados.

Más o menos llevábamos tres horas de viaje cuando en Monte Comán, en un control policía vi al oficial Méndez.

—Omar, algo no está bien. —se lo señalé, indicó de inmediato que cambiáramos la ruta.

—Si sigue metiendo las narices lo único que va a conseguir es ir a tocar el arpa.

—Hace meses que venís hablando de neutralizarlo —le recordé.

—Lo sé, Danilo —habló enojado— si no fuera por Ana Paula que interviene ya estaría muerto.

—¿En qué interviene?

—Mete las narices donde nadie la llama, ¿no la conocés? Según ella no es bueno meternos con un oficial de la fuerza en estos momentos. Quiere hacerme creer que es por mi seguridad, pero yo sé que es por vos. No quiere que te sigan sumando causas.

—Qué generosa —comenté con sarcasmo, ardiendo de celos.

—Ana te ama, Danilo. En estos momentos es cuando más tenés que aferrarte a ese sentimiento.

Luego de ese despliegue de sentimentalismo, ninguno de los dos comentó nada más.

Varios kilómetros antes de llegar a Agua Escondida nos detuvimos en una casa donde podríamos guardar las camionetas, el resto del viaje debíamos seguir a pie. Ya oscurecía cuando por fin dimos con el primer guardia que custodiaba el pequeño fortín, maniatado nos indicó las posiciones de los siguientes hombres. Poco a poco, seguimos avanzando, no contábamos con que uno de nuestros hombres empezara a gritar alertando a El Tío. Mario giró sobre sí, y disparó a sangre fría, agujereando su frente. El único ruido que sentimos fue el de su cuerpo al caer, conté cinco segundos antes de que la balacera iniciara.




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