26.1 ANA
Me despertaron las caricias de Danilo, que recorría mi cuerpo desnudo con sus manos.
—Sos el amor de mi vida —expresó varias veces con su voz grave.
¡Cuánto lo amaba! ¡Cuánto adoraba que me despertara de esa manera! Entrelacé mis dedos en su cabello ondulado, lo llevaba un poco más largo de lo normal. Él elevó el mentón y me guiñó un ojo, le sonreí otorgándole el permiso que buscaba. Se internó entre mis piernas, provocando con sus labios que enloqueciera de placer. Antes de que pudiera obtener el orgasmo, con movimientos felinos se desplazó hasta ubicarse encima de mí. Abrí bien las piernas para recibirlo, me penetró con una embestida seca que me cortó la respiración. Se mecía sobre mí con una violencia, que yo atribuía al miedo que la inminente separación le provocaba. Apoyé mis manos sobre su pecho y lo detuve, la confusión marcó sus facciones.
—Tranquilo. —murmuré.
Me deshice de su agarre y lo obligué a acomodarse para subir a horcajadas sobre él. Sentados de frente, nos contemplamos con deleite. Nos tocamos y nos besamos con pasión, me movía lentamente sobre su pene alargando el éxtasis compartido. Luego de un gruñido impaciente, volvió a acomodarme en el colchón, de espaldas a él. Necesitamos pocas embestidas para acabar, a pesar de estar saciados permanecimos bien cerquita uno del otro acariciando el cuerpo amado y descubriéndolo una vez más con nuestras manos.
Ludo marcó el final del encuentro, Danilo fue hasta la cuna por él y me lo acercó para que lo amamantara.
—¡Me sorprende lo rápido que ha crecido!
—¡No sé por qué! Si es tu fiel retrato, un mini gigante.
Mientras nuestro bebé se prendía al pezón, el padre lo miraba embobado.
—Me has dado el hijo más maravilloso del mundo —expresó y se acostó de lado resguardando la espalda de Ludo que estiró su manito hacia atrás para acariciar a Danilo.
Ya empezaba a amanecer cuando salieron rumbo a Agua Escondida. Desde el momento en que Danilo y mi padre se perdieron de mi vista, un dolor en el pecho me impidió mantenerme tranquila. Gabriel y Ludovico parecían haberse contagiado de mi malestar porque me hicieron renegar toda la tarde. Incluso Cristi que les tenía una paciencia inagotable se quejó en más de una oportunidad del comportamiento de ambos.
Alrededor de las dos de la mañana ya no soportaba el silencio de mi habitación, la falta de información por parte de Danilo y de mi padre me mantenía en vela. Me vestí y fui en busca de los guardias, alguno debía tener información. Camino a la garita más cercana, pasé por la habitación de Cristi.
—¿A dónde vas? —susurró desde la ventana.
Como no la había visto, el susto que me llevé me aceleró el corazón. Pegué un salto hacia atrás antes de comprender que era mi adorada niñera.
—¡Cristi! —me quejé— ¿Qué hacés ahí?
—No puedo dormir, ya deberíamos saber si nos libramos de esa escoria.
—Voy a preguntarle a los chicos que están de guardia si saben algo.
—Esperame, voy con vos.
No demoró nada en salir, con esa vitalidad que la caracterizaba y que yo adoraba. Se agarró de mi brazo y juntas fuimos por noticias.
Cuando los guardias nos vieron, de inmediato se pusieron de pie. Desestimé las maneras pomposas que quería destinarnos y les pregunté lo que queríamos saber. Los hombres no tenían novedades y estaban a la espera de noticias, al igual que nosotras.
Ya nos retirábamos cuando un handie empezó a sonar. La peor noticia que podía escuchar, eso a lo que tanto temía fue emitido por una voz que se escuchaba distorsionada por lo desesperada.
Habían herido a Danilo y ordenaban que de manera inmediata abandonáramos la finca. Tomé la radio y me dirigí a quien fuera que se encontraba del otro lado. Exigí saber la gravedad de la herida, pero no me lo supieron decir con certeza. Corrí tras Cristi en busca de mis pequeños hijos, si el amor de mi vida luchaba por su vida, yo debía cuidar los únicos tesoros que poseíamos.
Junto a Alice nos encargamos de preparar a los niños, Gabriel se removió entre sus brazos pero no se despertó, Ludo en cambio, chillaba como si supiera que algo le había sucedido a su padre. Deseé con toda mi alma que aquel llanto tenebroso no fuera una premonición.
Fuimos alertados por un bullicio extraño, bajé la guardia cuando descubrí el rostro de Miguel entre las camionetas que se detenían en el predio de la finca. Nos llamó agitando los brazos, corrimos para alcanzarlo y trepamos con los niños y Cristi. Rau nos esperaba adentro, de inmediato me quitó a Ludo para intentar consolarlo.
—Miguel ¿Qué es lo que sucedió? ¿A dónde está Danilo? —pregunté casi sin oxígeno en mis pulmones.
—No lo sé, Ana. Solo me dijeron que uno de los hombres que los acompañaba los delató, advirtiendo a El Tío y que fue así que se inició el tiroteo.
—¿A dónde nos vas a llevar?
—A mi casa.
—¿Qué? No entramos todos allí.
—Confía en mí —me pidió.
Una hora después recostamos a los niños en el sexto piso, en el departamento que Danilo y Miguel tenían para sus reuniones privadas y que guardaba gran cantidad de información confidencial. Encontrarme una vez más en el edificio donde todo había iniciado me provocó un ataque de llanto. Cristi me tomó de la mano y me llevó hasta el baño. Me consoló unos segundos pero luego se puso firme.