28.1 ANA
Por la mañana, amamanté a Ludo y ayudé a Cristi con el aseo de ambos niños. Al ingresar a la cocina me topé con Miguel y Rau que hablaban mientras compartían el desayuno.
—Hace tiempo no te veía —hablé en dirección a Miguel.
—El trabajo me tiene ocupado. —respondió frío.
Asentí, con los ojos clavados en los de mi amigo, que no soportó sostenerme la mirada. Se fue a los pocos minutos, Rau se acercó a mí mientras preparaba la leche de Gabriel.
—Ana. —susurró para que Cristi no lo escuchara. Lo miré de reojo, para que dijera aquello que deseaba—. Tenés razón sobre Tamara.
—Berni tampoco fue a la ceremonia.
—¡Por Dios! ¿Qué estoy haciendo? —Rau se apoyó con ambas manos sobre el mármol de la mesada—. No quiero perjudicarte, vos estás mal por la enorme pérdida que has sufrido y yo te ayudo a echarle leña al fuego.
—Por algo lo estás haciendo ¿Qué es lo que te despertó la duda? —lo interrogué.
—Dos puntos principales que nunca me cerraron. Por un lado, la rapidez con las que nos dieron las cenizas de Danilo, lo hablé con Miguel y cortó el tema recordándome la cantidad de dinero y contactos que tiene tu papá, como me pareció lógico no volví sobre el tema.
—¿Segundo? —inquirí ansiosa.
—Mi esposo nunca, ni en público ni en privado, derramó una lágrima por su mejor amigo, su hermano del alma.
28.2 ANA
—¡Danilo está vivo! —mordí la frase, acompañándola de un golpe al mármol, lo que atrajo las miradas de Cristi, Gabriel y el pequeño Ludo.
—¿Todo bien? —preguntó la mujer.
—Sí, Cristi. Ya sabés cómo es de vehemente mi amiga. —me cubrió Rau.
—No podés decírselo a nadie.
—¡A nadie! —juró enganchando su dedo meñique con el mío.
Rau mantenía bajo estricta vigilancia a Miguel, habíamos acordado que cuando volviera a escabullirse por la noche, me avisaría. Pasaron tres días para que aquello sucediera, mi mejor amigo me envió la palabra clave en un mensaje.
“Revivir”
Dejé a Alice al cuidado de Ludo y con Cristi dormida a la par de Gabriel, busqué el arma que siempre llevaba conmigo y me dispuse a esconderme en el baúl de Miguel. El viaje duró más de una hora, cierto vértigo me descompuso, tuve que esforzarme por concentrarme en mi respiración. Un chasquido, como si de una puerta que se cierra se tratara, marcó el final del viaje. Miguel descendió del auto, reconocí la voz de Mario de inmediato. Me insté a mantener la sangre fría, tenía que ser paciente.
Cuando el silencio me rodeó, abrí el baúl con el botón interno y con cuidado examiné el espacio que me rodeaba. Seguí el único camino posible, hasta dar con el primer guardia. A pesar de que hacía tiempo no practicaba Kung Fu, mis técnicas de defensa se mantenían intactas. Lo reduje en pocos movimientos y lo dejé inconsciente en el piso. Seguí avanzando, agudizando el oído para dar con voces conocidas.
28.3 ANA
—¡Hace tres días te espero! —escuché gritar y mi corazón se detuvo.
—¿Crees que para mí es tan fácil ir y venir? ¡Ana sospecha, estoy seguro!
—¿Cómo está ella? ¿Qué pasó con el resfrío de Ludo? ¿Mejoró? —preguntó Danilo, atropellando las palabras.
Asomé la cabeza por el muro, necesitaba verlo, comprobar que el gigante estaba vivo. La visión del hombre que amaba, desaliñado y enflaquecido me cegó y sin pensarlo me abalancé sobre él.
Miguel confundido, se corrió de su lugar para cederme el paso. Danilo intentó detenerme sin mayor éxito, por lo que me tiró su peso encima y así me contuvo contra la pared más cercana.
—¡Maldito! —grité enfurecida.
Danilo metió su nariz en mi cuello, me provocó cosquillas al inspirar mi perfume.
—¡Mocosa! —me llamó con excitación en su voz.
Su mano vagó por debajo de mi remera y aprisionó uno de mis pechos. Mi enojó se transformó en lujuria cuando apoyó su mano sobre la piel desnuda de mi vientre para hacerme sentir su hombría. Eufórica me refregué sobre ella, giré el rostro, buscando sus labios que cayeron desaforados sobre mí.
—¡Estoy acá parado! —habló Miguel, hastiado.
—¡Andate! —rugió Danilo, sin soltar mi cuerpo y buscando la forma de quitarme el pantalón.
—¡Danilo! —volvió a quejarse Miguel.
No alcanzó a decir más porque un baldazo de agua helada nos cayó encima, deteniendo nuestra lucha.