—¿Nunca pueden actuar como personas civilizadas? ¡Tienen que calmarse! —indicó Tamara.
Habíamos quedado empapados, el agua se escurría por nuestro cabello y nuestras prendas. Miguel, al igual que yo, se mantuvo en silencio esperando a que Ana despotricara contra todos. Ella en cambio, fijaba sus ojos en Tamara, sin siquiera pestañear.
—Amor —la llamé— puedo explicarte todo.
Con una lentitud impropia y exasperante, giró para mirarme.
—Solo deseaba comprobar que estabas vivo —habló serena— No quería que los chicos sufrieran lo mismo que yo. No quiero que se críen sin su padre.
—Mi amor, quiero explicarte.
—¿Existe alguna razón para hacerle a alguien lo que vos hiciste conmigo?
—No, pero…
—Esa es la única respuesta, Danilo. —me acarició el rostro antes de volverse hacia Tamara—. Tenías razón —comentó, provocando que la sorpresa invadiera a mi examante— la única que sobra soy yo, vos siempre has estado a su lado.
—¡Ana, por favor escuchame!
—Danilo, no hay nada que me digas que pueda cambiar lo que pienso en estos momentos —el aire fatalista que la envolvía era lo que más temor me causaba— No empeores la situación, Gabriel y Ludo están en medio. Cuando soluciones tus problemas y puedas ser un padre, espero tu llamado. —Se volvió hacia Miguel— ¿Podés llevarme a casa?
Mi socio asintió, era visible la vergüenza que sentía, no podía sostenerle la mirada.
—¡Ana, por favor! ¡Quedate y escuchame!
—Chau, Danilo.
Se puso en puntas de pie y me besó suavemente en los labios. La aferré por la cintura y la pegué a mi pecho, quería profundizar el beso. Ella, con los ojos cargados de lágrimas, negó, esquivándome.
—Por favor, dejame ir.
Devastado, sabiendo que la había perdido, aflojé el agarré y en silencio soporté verla alejarse de mí.
Me quedé petrificado, viendo a la nada porque el auto hacía rato había desaparecido. Tamara se acercó por detrás y se aferró a mi brazo derecho.
—Ella nunca ha entendido tus razones, lo mejor que podés hacer es olvidarla, Danilo.
—Hace más de seis años que conozco a Ana, desde aquella época vos y yo no tenemos nada. No te he dado ningún tipo de esperanza ¿Por qué no te alejás de mí, Tamara? —pregunté con sincera curiosidad.
—Porque siempre supe que vos y yo íbamos a terminar juntos.
—Buscá un psicólogo, Tamara. Estás desperdiciando tu vida por alguien —apoyé la mano sobre mi corazón— que jamás te ha amado. Voy a pelear por Ana y si al final no consigo que vuelva conmigo y así vos seas la única mujer disponible, jamás volvería a cometer el error de meterme en tu cama.
Di media vuelta y me fui en busca de Omar, debía comunicarle la visita que habíamos recibido.
Un par de días después, Miguel volvió. Me sorprendió al llegar temprano en la tarde, repasamos toda la información que traía. Incluyendo el legajo del oficial Méndez, de quien las noticias no habían dicho ni una sola palabra. Volvió a asombrarme cuando aceptó la invitación que Omar le hizo para que se quedara a cenar. Luego de una larga sobremesa, en la que se trataron temas importantes respecto al futuro de la organización, Omar y Mario se retiraron a dormir. No me atrevía a preguntarle a mi amigo que lo llevaba a estirar el tiempo antes de irse, temía que las consecuencias de las últimas decisiones hubieran llegado hasta él. Después de varios vasos de whisky en el más triste silencio, me fui hasta mi habitación. No pasó demasiado tiempo hasta que Miguel golpeó a mi puerta.
—¿Qué pasa en tu casa? —pregunté por fin.
—Rau se fue, no puedo volver esta noche.
—Si te quedás, vas a tener que compartir la cama conmigo.
—Hemos compartido algunas mucho menos cómodas —recordó.
Se quitó los zapatos y se desvistió.
—¿No te vas a excitar conmigo? —bromeó porque yo no dejaba de mirarlo.
—Analizaba que para ser casi un cuarentón, estás bastante bien mantenido. —lo chicaneé.
Me guiñó un ojo y me tiró un beso.
—¿Sabés la leche que te falta tomar para poder comer este caramelito?
—¿Lo de “tomar la leche” es literal? —lo molesté.
—¡Sos un guanaco! —se quejó. Por primera vez en muchos días, me reí con sinceridad. Miguel se tiró a mi lado y me quitó el control del televisor—. Otra vez vos y yo, como en los viejos tiempos —agregó con tristeza.
—Sí, pero ya no alcanza —admití recordando a mi familia.
—No, no alcanza —reafirmó.
—Me siento responsable por lo que estás sufriendo, perdón Miguel.
—No sos responsable de nada, yo siempre supe lo que estaba en juego, Danilo. Si es el precio que tengo que pagar por proteger tu vida, lo acepto.