Devórame otra vez

31. DANILO

Luego de recibir dos impactos en el pecho y uno en el brazo, me desmayé. Me desperté horas más tarde en la cama de una habitación, estaba desnudo, salvo por una venda que cubría mi brazo izquierdo, lugar donde había recibido uno de los balazos. Me había salvado de mi imprudencia al perseguir a El Tío porque todos íbamos protegidos por un chaleco antibalas de última generación. Llevé mis dedos hasta el pecho, me erguí apenas para ver si tenía marcas pero no alcancé a ver nada, una arcada me dobló al medio y se me nubló la visión.

El médico que trataba a Omar y a Mario, apareció frente a mí. Me explicó la intervención a la que había sido sometido y que no podía hacer grandes esfuerzos hasta que la herida del brazo sanara. La sensación de pesadez que sentía, era fruto de la anestesia que había utilizado para poder trabajar en mí, se lo reproché y me aseguró de que no había quedado otra opción. Me contó que no paraba de removerme y de llamar a Ana.

Mario entró y despidió al médico. Lo único que quería hacer era hablar con Ana, sabía que debía estar preocupada. El hombre relató los hechos, con una paciencia que me exasperó.

El oficial Méndez también había salido herido, pero su cuerpo se lo habían llevado los hombres de El Tío, por esa razón no sabían si estaba vivo o muerto. Omar y él se habían encargado de mí, los demás se habían apoderado de la casa y de todas las caletas que poseía El Tío, luego habían incendiado el lugar.

Entré en pánico cuando me refirió la crónica que había salido en los medios, donde se comunicaba mi deceso y lo más preocupante era que Omar no tenía idea de dónde había salido semejante primicia. Sin embargo, los dos estaban de acuerdo, la falsa noticia jugaba a nuestro favor, porque de esa manera ya no tendría los ojos de la policía ni de la sociedad puestos en mí.

Me puse de pie, atontado como me encontraba y fui en busca de Omar, cuando Mario me explicó que nadie, incluyendo a mi familia, podía saber la verdad.

—Danilo a la primera que van a ir a buscar es a Ana Paula, tiene que ser creíble la situación.

—¡Estás demente! No pienso hacerle algo así, no puedo generarle tanto dolor.

—Ya es tarde, yo hablé con ella y está enterada de todo lo sucedido.

Otra arcada me dobló en dos, solo era bilis lo que salía de mí, porque llevaba casi un día sin ingerir alimentos.

—Danilo, tenés que concentrar todas tus energías en mejorarte.

—Ana no perdona la mentira, Omar. No quiero verla sufrir en vano, por favor pedile a Miguel que la traiga, yo mismo le voy a explicar lo sucedido.

—Danilo, no podés seguir actuando por impulso. ¡Mirate! —señaló— Ana y los chicos están bajo el cuidado de Alice y varios hombres más. No corren peligro, en cambio, nosotros ni siquiera sabemos si tenemos a otro espía entre los guardaespaldas.

Me había olvidado del maldito que nos delató en la guarida de El Tío. Agotado y vencido me apoyé contra la pared más cercana, el espacio se había vuelto borroso, no podía fijar la vista en Omar, lo veía triple.

Mi suegro se acercó y me llevó de nuevo a la habitación para que me recostara.

—Omar, —hablé cuando ya me había instalado— Hay que averiguar si Méndez vive, está interesado en Ana.

—¿Cómo lo sabés?

—Lo único que importa es que lo sé, y que cada vez me gusta menos ese tipo.

—Con suerte ya desapareció del mapa.

—Yerba mala nunca muere. —objeté.

—¡Ya lo creo! —refutó apoyando su mano sobre mi hombro derecho. Intenté sonreír como respuesta, no sé si la mueca que logré cumplió su objetivo—. Intentá descansar, Danilo. Me hiciste pegar un buen susto.

Y con esa frase se alejó, demostrando una vez más su afecto hacia mí.

Sabía de mi familia a través de Miguel, saber que Ana estaba devastada por una noticia falsa, me rompía el corazón. En una ocasión, intenté escaparme pero Tamara, que se había vuelto informante de Omar, me detuvo. La convalecencia me estaba durando demasiado tiempo, si bien las balas en el pecho no habían llegado a mí por el chaleco antibalas, habían golpeado mi esternón, fisurándolo. No podía, simplemente, llamarla por teléfono y comunicarle la verdad, no solo porque nos sabíamos vigilados si no porque temía que el impacto de semejante revelación afectara su salud, lloraba mi muerte desde hacía varios días.

Cuando se apersonó en nuestro nuevo escondite, mi corazón latió frenético por la dicha. Ana era una mujer salvaje, inteligente y decidida. Ana era mi mujer y la deseaba con locura, al inspirar su aroma el deseo por sentirme dentro de mi dueña me enloqueció. A pesar de su enojo, respondió igualando mi intensidad. La desazón solo la curaría volvernos uno. Si lo hubiera logrado, estoy seguro de que la historia sería otra, pero Tamara tuvo que arruinarlo todo. Me esforcé por recuperarla pero finalmente, perdí mi mayor tesoro: su amor.

Llevaba mucho más de dos años viviendo con Omar, el hombre era un cascarrabias pero habíamos cimentado una buena relación. Dentro de lo posible, vivía con libertad ya que Miguel me había liberado de la acusación que caía sobre mí por el incendio del barrio y había encarcelado a los culpables.

Mi radar en cuento a mi socio y mejor amigo, me indicaba que había vuelto con Rau pero él no hablaba del tema ni se mostraban juntos, por lo tanto yo guardaba silencio. Me alegraba pensar que al menos ellos habían podido reconciliarse.




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