Por fin, después de seis años, mi vida dejó de girar en torno al gigante. Me dediqué a criar con mucho amor a mis pequeños hijos, a seguir con mis clases de Kung Fu, a ser una buena amiga para Rau y una compañera para Cristi.
Compré una agenda donde formulé una lista que contenía todo lo que quería hacer. El primer punto que anoté fue acercarme a mis hermanos menores, yo no pensaba ir por la vida como si ellos no existieran o como si no tuvieran un valor para mí, porque no lo sentía así. Conseguí dinero y mandé a investigar a su madre, no podía cometer la imprudencia de poner en peligro a mis hijos. Mi padre y Danilo se habían encargado de forjarse grandes enemigos. La mujer que resultó ser originaria de Polonia, llevaba muchos años viviendo en Argentina y se llamaba Lena.
A través del investigador la cité una tarde en un shopping y la esperé en la oficina que utilizaba Rau, porque en esos momentos estaba trabajando para un reconocido mall mendocino.
La mujer casi no tenía familia, compartía con el grupo de madres de la escuela de sus hijos, pero no se sentía incluída. De inmediato empaticé con su historia y ella con la mía. Lamenté que mi padre la hubiera utilizado con el único fin de alejar las sospechas sobre mí, porque era un ser sumamente valioso. Recordé cuando me dijo que luego de la muerte de mi madre, solo había cometido errores, debía sumar el abandono en que había dejado a Lena como uno de ellos.
Gabriel con su dura historia de vida sobre los hombros, no dudó ni un segundo en incluir a mis hermanos a su pequeña familia. Admiraba la empatía que le generaban los demás y los detalles que surgían de él para hacerlos sentir apreciados. Lena era una mujer inteligente y gracias a su apoyo y administración mi pequeña sala de clases de Kung Fu se transformó en una escuela con más de seiscientos alumnos y dos profesores más que dictaban Tai Chi y Sanda.
Mi padre pegó el grito en el cielo cuando se enteró de nuestra sociedad, tomadas de la mano nos reímos de él en su cara. No tenía ningún tipo de poder, ni moral ni económico, sobre nosotras. Por lo que seguimos adelante con nuestros planes, incluso Lena le pidió el divorcio. Omar con cierto desprecio le aseguró que no tardaría nada en deshacerse de los papeles que los unía. Aunque Lena no dijo nada, pude ver como las palabras hirientes de mi progenitor le dolieron más de lo que podía admitir.
Con el encierro que trajo el Covid, decidimos permanecer juntas, en la misma casa. Así nos podíamos ayudar con el cuidado de los niños. Cristi, al verse libre de tantas responsabilidades volvió con Fredi. Rau solía desaparecer varios días a la semana, no le preguntaba con quién se iba porque no era necesario, sabía bien que su amor por Miguel no se había extinguido.
El oficial Méndez seguía cerca nuestro, cada tanto demostraba un interés en mí que yo no sentía por él, pero sabía que me convenía mantenerlo de amigo. Nunca mencionó el tiroteo en el que hirió al gigante y yo fingía desconocer la información, mi familia siempre sería mi prioridad y para bien o para mal, eso incluía a Danilo.
Sabía que a Gabriel no le agradaba el hombre, pero cómo podía explicarle la cantidad de sacrificios que puede hacer una madre con tal de que la niñez y la sonrisa de los hijos no se vea afectada. Escuché cuando le refirió a su padre la incomodidad que le provocaba el oficial y afronté las consecuencias cuando el gigante me acorraló en la oscuridad, reclamando algo que hacía más de un año no le entregaba. Su cercanía, sus besos incluso su brutalidad despertó a la mujer dormida que había en mí, no me podía permitir esa debilidad, no podía recaer en los brazos de quién jamás me consideraría una igual. Recordé las palabras que supo destinarme tantos años atrás, cuando dijo que pagar por sexo era más sencillo porque no involucraba sentimientos y me atreví a buscar quien aplacara el deseo que crecía en mí.
Volví a verlo más de un año después, cuando el año 2021 ya recibía los fríos del invierno. Mi padre me había citado y aunque lo intenté más de una vez, no logré que aceptara mis negativas. Danilo propuso que nos viéramos un día antes del cumpleaños de Ludo y que pasaramos allí el día siguiente, para que el niño pudiera compartir un momento especial con ambos padres.
Nos personamos en la casona que utilizaban, en ese momento, en compañía de Miguel, que fue el encargado de llevarnos. Danilo esperaba en la zona donde se estacionaban los vehículos, cierta ansiedad se dejaba ver en la manera en que se refregaba las manos.
—Es porque hace quince días no ve a los chicos. —le respondí a Miguel cuando quiso hacer notar lo que yo ya había comprendido.
—No te engañes, Ana, no es sano mentirse a uno mismo. —respondió al detener el auto.
Alice abrió la puerta trasera del coche, Gabriel saltó afuera y corrió hacia el hombre que lo esperaba de brazos abiertos. Ludo, una fiel copia de su hermano mayor, lo imitó al grito de “Api” porque no lograba formular la palabra “papi” completa.
Danilo los contuvo entre sus brazos, los abrazó y los besó provocándoles cosquillas. Yo me tomé unos segundos para bajarme del vehículo, no lograba reponerme de la emoción que me invadió al verlos reencontrarse.
No hice más que cerrar la puerta del coche, que los ojos del gigante me encontraron. Sin ningún tipo de timidez o sensura me escaneó de los pies a la cabeza, cuando llegó a mis labios relamió los suyos a propósito. Sonrió lascivo al comprender que me había afectado, con un blanqueo de ojos que lo hizo reír, le comuniqué mi hastío.