Devórame otra vez

34. ANA

Mi habitación sin los niños, me resultaba enorme. Me había costado dejarlos ir con Danilo, simplemente, porque eran ellos los que me mantenían ocupada, obligando a mi cerebro a obviar el deseo punzante de acercarme al gigante.

Daba vueltas en la cama sin conseguir aplacar mis pensamientos que una y otra vez volvían sobre ellos tres y sobre lo que estarían compartiendo, sin mí, en esos momentos. Me acerqué a la ventana y la abrí, esperando que el aire fresco de la noche me ayudara a aplacar mi ansiedad. Sentí un ruido de bisagras que se abrían, minutos después Berni pasó cerca mío sin siquiera percatarse de mi presencia. De inmediato supe hacia dónde se dirigía. Actué de inmediato, descalza y sin abrigo salí a la gélida noche de junio. Me escondí detrás de un muro cuando se detuvo frente a la puerta de Danilo.

El silencio de la noche me permitió escuchar la conversación completa, que Berni le haya asegurado de que yo me acostaba con otros hombres me dejó muda, no solo por la información que creía manejar si no por la saña impresa en su voz. La respuesta de Danilo, no me la esperaba, debo admitir que me agradó.

Unos celos negros se aferraron a mi corazón cuando comprendí que estaba dispuesta a desnudarse frente a él, con mis hijos a escasos pasos con tal de conseguir que Danilo se fijara en ella. Que Danilo la echara con tan poco tacto, no me apenó, se lo merecía por no considerar a Ludo y a Gabriel.

Permanecí quieta, esperando que el padre de mis hijos volviera a cerrar la puerta de la habitación. A los pocos segundos, lo tenía frente a mí. Estaba descalzo y por esa razón no había escuchado sus pasos, me encontré razonando que hasta los pies de Danilo eran bellísimos. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me perdí en la intensidad de la suya, deseando poder algún día aceptar que el amor que sentía por él no era suficiente para retenerlo a mi lado.

Acostarme en su cama, fue una pésima idea, su perfume me envolvió despertando cada célula de ser. Pasé la noche en vela, vigilando el sueño de los tres hombres que tenía enfrente. Admirando las similitudes y las diferencias de aquellos por los que habría dado la vida sin pensarlo dos veces.

El cumpleaños de Ludo, lo vivimos sin sobresaltos. Escuchando una conversación de Cristi y Rau me enteré de que Berni se había retirado temprano por la mañana, me sentí aliviada por no tener que cruzarla en ese día feliz.

Danilo en todo momento se mantuvo cerca y atento a mis necesidades, más de una vez rozó sus manos con las mías o simplemente, buscaba mi atención con un parecido tan marcado a Ludo que me enternecía.

Marcharnos fue difícil para los tres, a pesar de que el rostro de Danilo se volvía borroso a medida de que el auto se alejaba de la propiedad dejaba en claro que se sentía igual que nosotros.

Lena que pasaba mucho tiempo a mi lado y había aprendido a conocerme no demoró en indagar sobre mi estado anímico. Acostumbrada a protegerme, intenté ocultar mis sentimientos.

—Vi como Danilo te buscaba el día del cumpleaños de Ludo. —A pesar de la reticencia de mi padre, ella y mis hermanos habían participado del festejo.

—Llevo mucho tiempo resistiéndome —terminé por admitir— no quiero bajar la guardia ahora.

—Ana querida, la vida es una.

—Lo que hizo no estuvo bien, Lena.

—No, no estuvo bien. Es más, lo que hizo es imperdonable. —Mis cejas se unieron ante la falta de comprensión—. Sin embargo, lo que es tan claro para la razón, es insignificante para el corazón.

—¿Seguís queriendo a mi papá?

—Sigo queriendo a tu padre. —respondió y empezó a reír frente a lo absurdo de la situación.

La abracé y me quedé pegada a su pecho, sintiendo el consuelo que necesitaba. A fin de cuentas, Lena estaba comportándose como una madre para mí, la idea de que quizá Evangelina la había llevado hasta los brazos de mi padre, me calentó el pecho.

No pasó mucho tiempo hasta que volvimos a vernos, ni bien empezaron las vacaciones de invierno, Miguel pasó por nosotros. Gabriel, llevaba entre sus manos la libreta que le habían otorgado en la escuela, orgulloso por sus calificaciones y ansioso por mostrárselas a Danilo. Notaba cierto nerviosismo en la manera en que hablaba sin detenerse, estaba segura que era porque el gigante no había estado de acuerdo con que retomara las clases presenciales, pero finalmente mi pequeño había superado la presión y las preguntas incómodas que le hacían sus nuevos compañeros.

El vehículo de Miguel se detuvo en el estacionamiento, la cantidad de autos que había me sorprendió.

—¿Hay invitados? —le pregunté.

—No son exactamente invitados, los hermano Carenzo vinieron a buscar a tu padre. Se aparecieron hoy sin avisar. ¿Los conocés?

—No.

—Danilo me pidió que fueran directo a las habitaciones hasta que esta gente se vaya, no quiere que vean a los nenes.

—Perfecto.

—¿Así de fácil? —me preguntó Miguel, acostumbrado a mi temperamento.

—Yo tampoco quiero que vean a mis hijos. —me expliqué.

Dejé a Gabriel y a Ludo con Cristi, bajo la protección de Alice y fui hasta la cocina, quería indicarle a la cocinera qué alimentos iban a almorzar mis hijos. Me topé con la comitiva que se retiraba.




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