Era hija de un narcotraficante, había sido la novia y hasta tenía dos hijos con quien a ciencia cierta sería el sucesor de mi progenitor. Por lo tanto, mi vida oscilaba en el limbo constantemente. El bien y el mal, lo moral y lo inmoral coexistían siendo delimitados por una línea extremadamente fina.
Sin embargo, esos conceptos allí estaban, anidando en mí, y me mantuvieron alejada de Danilo durante las dos semanas de vacaciones que convivimos. Deseaba, con locura, regresar a sus brazos, sentir sus besos, probar su hombría, pero no quería hacerlo sin abrir el abanico y dar a conocer la verdad. Tampoco podía dejar atrás a aquellos que habían trabajado a la par mía para atrapar a los dos cabecillas de la droga en la provincia; Omar Cuesta y los hermanos Carenzo, tenían las horas contadas. De paso, nos dimos el lujo de atrapar a El Tío, al desagradable “padre” de Gabriel y a mi amigo personal, el oficial Méndez que a pesar de simular ser un policía de bien, trabajaba para el desgraciado que había ordenado la muerte de mi madre. No pensaba dejar de cobrarle a nadie las cuentas pendientes y eso incluía a Tamara, que era parte del botín.
Ludo y Gabriel habían quedado al cuidado de Cristi y de Fredi en una finca que había adquirido en Tunuyán, solo Lena conocía sobre su existencia porque mis hermanos también se encontraban allí, bajo la estricta vigilancia de Alice y de los viejos patovicas del Rosas que trabajaban para mí.
—Mio Caro, —me llamó Pierluigi— ya llegaron todos.
—Es hora de enfrentarlos, —habló Lena a mis espaldas porque yo permanecía observándolos a través del vidrio espejado.
—¿Estás bien? —quiso saber Pier.
—Es extraño sentir que todo ha terminado.
—Sí, para mí es una pena —remató con doble sentido mientras posaba sus ojos, de un celeste casi cristalino, sobre mis labios.
Me acerqué a su rostro y lo besé cerca de la comisura, apoyó sus manos en mi cintura y bufó.
—Si no supiera de lo que sos capaz, te raptaría y te llevaría conmigo a mi patria.
—No serías fiel ni lo que dura el viaje hasta Sicilia.
—¿No te he sido fiel? —insistió con ambigüedad en sus palabras.
—Has sido el más fiel de los socios y espero que así siga siendo.
—¿Y vos creés que tu “macho alfa” va a permitir que nuestra relación siga en pie?
—¿Y vos creés que alguien puede prohibirme algo?
Pierluigi rió divertido, me tomó del rostro y encaró para besarme. Sin embargo cuando ya estaba a escasos centímetros de mis labios, desvió los suyos besando mi mejilla.
—¿Amigos? —habló sobre mi oído.
—Amigos —repetí.
—¡Vamos! No quiero que los nervios me dobleguen. —Nos apuró Lena.
—¡La matrigana! —la llamó Pierluigi para distraerla. Lena chasqueó la lengua no le gustaba que le dijera madrastra— ¿Qué nervios podrías tener después de todo lo que hemos atravesado? ¡No se olviden que todo lo hemos conseguido gracias a nosotros! ¡Los desterrados ahora somos dueños de todo el imperio!
Pierluigi nos acercó una bandeja con copas de champagne, cada uno alzó la suya y brindamos por todo el trabajo que habíamos realizado y que era momento de blanquear.
—¡Sfondo bianco! —nos retó Pierluigi, obedecimos y volvimos a chocar nuestras copas ya vacías.
Lena se sacudió el vestido de punto, confeccionado con el mismo material que el mío pero en color azul, levantó la barbilla y caminó hasta la puerta de salida. Pierluigi la siguió, con su traje italiano impoluto en color gris claro y por último iba yo, ataviada con un vestido de hilo elastizado blanco que dejaba ver todas mis curvas. A pesar de la empresa que habíamos enfrentado y de lo que todavía faltaba, a mí solo me preocupaba que el deseo no asomara en los ojos de Danilo al verme producida para él.
Lena bajó los amplios escalones ayudada por uno de nuestros hombres, todos los prisioneros se encontraban arrodillados frente a ella, atados de manos y pies. Los únicos a los que se les había descubierto el rostro era a Danilo y a Miguel, que seguían los pasos de la esposa de mi padre en silencio.
—Descúbranles la cabeza. —ordenó.
Con las manos apoyadas en la cintura se permitió mirar a sus contrincantes al rostro. Demoraron unos segundos en aclimatarse a la luz y luego otros más en comprender quién era la mujer allí parada.
—¡Lena! —gritó Omar.
Ante una orden silenciosa de su mujer, el guardia que se ubicaba detrás lo golpeó en la espalda. Mi padre cayó de frente, Lena pidió que lo levantaran.
—Sin gritos, Omar —le indicó imitando la soberbia de mi padre— Te he dicho hasta el hartazgo que no me agradan.
—¡Imbecille, Omar! ¡Todo esto sucede porque vos no sabés controlar a tu mujer! —gritó el padre de Pierluigi, dando el pie exacto para que mi ex amante y socio, hiciera su entrada triunfal.
—Imbecille! Imbecille! Siamo tutti imbecille, padre! Pero el que está de rodillas sos vos. —remarcó utilizando el voceo con desprecio y con un sarcasmo desprovisto de humor.
—¿Qué es esta locura, Lena? —preguntó preocupado mi padre, que no había podido disimular el asombro ante la aparición de Pierluigi que había cambiado su aspecto aniñado y temeroso, por su verdadera personalidad.