Devórame otra vez

37. DANILO

En el momento en que Lena apareció frente a nosotros, pude imaginarme cómo se desarrollarían los eventos y quienes estaban involucrados en la decadencia de ambas organizaciones.

El Pierluigi que se dejó ver luego de que el padre desacreditara a mi suegro por causa de su esposa, no era ni de cerca el mismo chico que yo había conocido. Gallardo, elegante y lleno de odio desafiaba la mirada de todos. Y aunque seguramente Lena y él habían sido una parte importante de la emboscada que veníamos sufriendo desde tanto tiempo atrás, sabía que allí faltaba la mente brillante de su ideóloga.

Mi adorada mocosa.

Me sentí profundamente culpable, no era capaz de mirarla a los ojos, porque reconocer en ellos un odio similar al de Pierluigi o un dolor profundo como el de Lena me acobardaba. No tengo el ego tan grande como para creer que Ana había llegado tan lejos solo por mí, Omar había marcado el camino también. DE todas maneras, sabía que tenía una buena parte de la responsabilidad.

Como un flash vinieron a mi mente distintos momentos pasados: la tarde que vio a Tamara practicarme una felación, todas las discusiones que tuvimos por ella, la cantidad de veces que por intentar protegerla omití información, la poca confianza que le había otorgado siendo que gracias a ella mis dos hijos habían salido adelante sin mi compañía, levantando una escuela de Kung Fu próspera y como si fuera poco enfrentándose a un grupo de personas sanguinarias y desalmadas como lo eran los Carenzo, El Tío y Omar, hasta dejarlos sin nada.

Ana era mil veces mejor persona que yo y sin dudas más inteligente. Podía gritar y patalear, pero el pendejo italiano que se había ubicado a su lado, en clara señal de apoyo, había sabido ver lo que yo no pude. Había sido para ella un compañero, exactamente lo que Ana se cansó de pedirme.

¡Qué ciego había estado!

Solo puedo decir que mi intención siempre fue protegerla.

Cuando por fin los hermanos Carenzo dejaron de ser golpeados, Lena pidió que desataran a Omar y a Mario.

Pierluigi le ofreció el brazo con gestos extremadamente galantes y la mujer nos indicó que los siguiéramos. Apenas moví un pie, un alarido desgarrador gritó mi nombre. Tamara despeinada y con poca ropa ocupaba una celda pegada a la de El Tío. Uno de los guardias se atravesó en mi visión, era tan alto como yo y me indicó que siguiera mi camino.

Atravesamos un pasillo con varias puertas, entramos en la última. Nos recibió una sala sobriamente decorada con una larga mesa de negociaciones. Ana, Rau y Miguel estaban de pie conversando. Pierluigi nos invitó a sentarnos, descorrió la silla que descansaba en la cabecera para cederle el lugar a Ana, luego la de la izquierda donde se acomodó Lena y por último él volvió sobre sus pasos y se ubicó a la derecha de la madre de mis hijos.

—¡No me pienso sentar! —gruñó Omar.

De inmediato un hombre lo empujó apoyándole la mano en el hombro y lo dejó ubicado en la esquina contraria a su hija.

—Te aconsejo Omar que bajes los humos —habló el joven italiano—. Tenés suerte de que tu hija tenga deseos de negociar con vos, porque te hemos quitado hasta el último lingote de oro de la bóveda.

Tanto el rostro de Omar como el de Mario empalidecieron.

—¿Qué hiciste Ana Paula? —susurró abatido.

—Ladrón que roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón, papá. —se burló. Omar no compartió la

broma—. Calmate y respirá antes de que te de un ataque.

—¡Ustedes van a acabar conmigo! —se quejó el hombre señalando a su esposa y a su hija.

—Ana, la organización completa es tuya ¿qué querrías renegociar con tu padre? —interfirió Mario.

—No pretendo quedarme con ella, pero tengo condiciones que se han de cumplir al pie de la letra para devolverla. En caso contrario la voy a ceder en su totalidad a mis socios —respondió.

Una mirada fugaz entre Pierluigi y ella me dio a entender que no era lo que el joven deseaba, Ana apoyó su mano sobre la de él que descansaba en la brillante mesa de madera, los celos me aturdieron.

—¿Qué es lo que querés Ana Paula? —inquirió Omar.

—En primer lugar quiero la libertad de Miguel.

Rau exclamó y se tapó la boca de inmediato, Miguel abrió los ojos como platos que de inmediato demostraron la emoción que lo embargaba. Ana los miró pero no hizo ningún gesto, para los que la conocíamos no era necesario, también estaba emocionada pero no iba a demostrarlo aunque la vida se le fuera en ello.

—Miguel es el abogado de la organización, el único que la conoce de principio a fin, no puedo prescindir de él.

—Tenés a Bernarda, si es del agrado de Miguel terminar de enseñarle, así se hará. De lo contrario, le firmo los papeles a Pier….

Otra vez, los celos me atacaron con violencia al escucharla decir su nombre. Imaginarla enloquecida de placer, transpirada y despeinada, gritando el nombre del italiano me llevó a olvidar el espacio en que me encontraba para terminar sacudiendo la mesa de un seco golpe de puño. Todas las miradas se posaron en mí.

—Perdón —me disculpé.

—¡No vas a firmar nada! —chilló Omar, obviando mis palabras—. ¿Qué más querés? —disparó molesto.




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