Devórame otra vez

38. ANA

Le pedí a Miguel que me acompañara porque Rau esperaba por él en la sala de reuniones. Mi amigo estaba enterado de todo lo que estábamos tramando, había sido un gran apoyo para mí con los niños cuando tenía que ausentarme. Le había prometido que en ningún momento su novio sería maltratado. Al enterarme que Miguel iba en la comitiva que había sido secuestrada me quise morir, no pude hacer más que avisarle a mi mejor amigo para que se reencontraran allí. Estaba disculpándome con ambos cuando Lena y Pierluigi ingresaron junto a Danilo, Omar y Mario.

Que mi padre se negara a respaldar a mi socio fue lo que esperábamos. Cada movimiento que dábamos había sido estudiado, incluso ensayado porque conocíamos a nuestros enemigos de memoria.

Luego de ultimar unos detalles con Pierluigi y Lena, me retiré con Rau a mi oficina, tantas emociones me habían agotado. Mi amigo no cesaba de abrazarme y de agradecerme por haber intervenido para que liberen a su pareja de la organización.

—Ana, sos mi alma gemela —observó entre lágrimas—. La vida me premió con tu amistad.

—No seas tonto —me quejé— no quiero emocionarme.

—¡No! ¡No! No quiero que se te corra el maquillaje. ¡Estás espléndida! Danilo casi se muere cuando le agarraste la mano al italiano. ¡Qué pinta tiene, Ana! ¡Me siento orgulloso de que hayas probado ese bocadito!

—¡Rau! —reí con ganas.

—¡Si no es para mí, que sea para tí! —siguió bromeando.

—¿Querés algo de tomar? —lo interrumpí, me sentía muy cansada.

—No, te dejo descansar un ratito, voy a ir a ver que Miguel siga vivo.

—Ya todo terminó, Rau. Te juro que Miguel va a conseguir su libertad.

—¡Confío en vos, más que en mí! —besó mi mejilla y se retiró.

Me serví un vaso de jugo de naranja y volví hacia el ventanal que daba al centro del galpón. Los hermanos Carenzo seguían arrodillados, Tamara y El Tío recluidos cada uno en su celda, me sentí asqueada. Tan concentrada me encontraba en descifrar a aquellas mentes perversas que no escuché cuando la puerta se abrió. La voz de Danilo a mi espaldas me sobresaltó.

—La verdad es que cuando te conocí, no leí la letra chica, Ana. —No giré para enfrentarlo, para ser sincera, tenía miedo de que me rechazara—. ¿Sabés qué es lo que pasa con vos, mocosa? —siguió hablando sin esperar mi respuesta— Podés usar el perfume más caro, calzarte un increíble vestido de diseñador, manejar un ejército letal pero al final de la jornada seguís eligiendo el vaso con jugo de naranja porque no te agrada el alcohol. Seguís siendo la misma que solo desea que alguien la quiera y se quede junto a ella, solo por amor—. Sus manos repasaban el contorno de mi cuerpo, despertándolo. Danilo lo percibió y se acercó más, apoyando sus labios en mi cuello, me habló allí mismo—. Ese puedo ser yo, Ana. Mi viacrucis terminó, estoy acá para vos. Ya entendí todo.

Volteé para enfrentarlo, sus palabras habían calado hondo en mí. Me quitó la copa de las manos y la depositó sobre la mesa más cercana. Volvió hacia mí, con la vista clavada sobre mis labios, me acarició la mandíbula.

—No aguanto las ganas de hacerte el amor, mocosa. —ronroneó.

—¿Qué te detiene? —pregunté a modo de respuesta.

Danilo abandonó mis labios y buscó mis ojos, confirmando que había recibido el aval que esperaba para tomarme. Cayó sobre mis labios con cierto temor, yo en cambio rodeé su cuello y lo pegué a mi cuerpo frotándome contra él. Habían pasado varios minutos cuando el gigante me tomó por el rostro y me alejó de él.

—¿Segura? —volvió a preguntar— Si hacemos esto, no voy a dejarte ir ni voy a aceptar competencia.

—Nunca la has tenido. —acepté antes de arrancarle la camisa, haciendo volar los botones hacia todos lados.

Danilo me levantó el vestido sin medir la fuerza, rasgando un poco más el tajo que liberaba mi pierna, rodeé su cintura y él apretó mi trasero con ambas manos. Nos alejamos del ventanal hasta el escritorio, me depositó allí para liberar su erección. Cuando la vi salir, oscura, dura y con gotas brillantes de semen sobre el glande, se me hizo agua la boca. Aunque intenté moverme con la intención de tomarla entre mis labios, él me lo impidió ajustando su agarré. Hurgó entre mis piernas hasta dar con el borde mi bombacha y la hizo a un costado para penetrarme de un solo embiste.

Los jadeos no tardaron en llegar, habíamos esperado demasiado tiempo para volver a sentir. Ni siquiera nos importó la ropa que no habíamos alcanzado a quitarnos, las manos de ambos recorrían la piel amada con frenesí. A un paso del orgasmo Danilo detuvo los besos y me aferró de la nuca, relentizando los embistes iracundos, la nueva cadencia tortuosa me quitaba el aliento. Lo empujé hacia atrás, obligándolo a salir de mí. Al igual que a mí, no le agradó el frío que produjo la lejanía de nuestros cuerpos, lo vi en sus ojos. Como pude me quité el vestido, mis senos pedían a gritos sus caricias. Caminé hasta él y volví a empujarlo hasta que cayó sentado sobre el sillón. Me subí sobre él y le ofrecí mis pechos, cuando tomó uno de mis pezones entre sus labios, una corriente surcó el largo de mi columna vertebral. Tomé su rostro entre mis manos y prendada a sus dorados ojos, me removí a ritmo constante en busca del orgasmo que tanto ansiabamos. Los gruñidos graves de Danilo retumbaron en las cuatro paredes que nos rodeaban, me hizo muy feliz saber que a pesar de todo lo vivido, nuestra conexión física seguía intacta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.