Devórame otra vez

40. ANA

Gabriel y Ludo jugaban en la pileta junto a mis hermanos, bajo el cuidado de Cristi. Alice los observaba de lejos. Rau ultimaba los detalles de la larga mesa que compartiríamos en nochebuena.

Sentí ruidos de motores que se acercaban. Me mantuve en mi lugar, de espalda al estacionamiento pero llena de ansiedad porque lo había añorado durante la mañana. Una vez que las puertas se cerraron, por fin escuché las voces de Miguel y Danilo, eran inconfundibles. Rau tan ilusionado como yo, dejó las copas en paz y salió al encuentro de su esposo. Supe que se habían encontrado aún sin mirar, porque reinó el silencio. Los pasos de mi gigante se acercaban a mí, la piel se me estremeció de antemano.

—¡Me has hecho mucha falta! —susurró en mi oído mientras abrazaba mi cintura.

—¡Api! —gritó Ludo desde la pileta, moviendo sus bracitos y chapoteando hasta dificultarle la visión al resto.

—Tu fan número uno te llama. —sonreí complacida de la unión de ambos.

Danilo me besó en la mejilla y se dirigió a la pileta, Gabriel ya se había salido para venir en su búsqueda. Lo abrazó con vehemencia, empapándolo por completo. Una vez más mi corazón saltó de alegría al ver que a Danilo nada le importaba más que recibir y retribuir el cariño de nuestro hijo mayor. En cuclillas, sobre el borde la piscina les dedicó unas palabras y volvió hacia mí.

—¿Me acompañás a cambiarme? —me preguntó guiñándome un ojo.

—Te acompaño a donde me pidas.

Abrazados nos perdimos en nuestra habitación. Me senté sobre el borde de la cama para admirarlo. Danilo se quitó los zapatos y comenzó a desprender su camisa, sentí como mi vulva se volvía pesada y mis pezones se endurecían. Incapaz de mantenerme lejos, me acerqué y terminé por desvestirlo lentamente, quería observar el magnífico ejemplar que era mi gigante. Hacía menos de cuatro meses que había cumplido cuarenta años y estaba más bueno que el día en que lo conocí, unos leves cabellos plateados empezaban a adornar su cabeza y me enloquecían.

—¿Te gusto? —preguntó y me llenó de ternura la inseguridad que escondía aquella inquietud.

—Me fascinás, amor de mi vida.

Me arrodillé frente a él, desprendí los botones de su pantalón y lo bajé mientras nuestras miradas permanecían prendidas una en la otra. Liberé su hombría y me relamí ante ella, deseosa por tomarla en mi boca. Danilo gruñó ante el contacto húmedo de mi lengua en su glande, busqué su mano derecha y la ubiqué en mi nuca, me excitaba que ejerciera cierta fuerza o que dirigiera mi actuar. El gigante gemía sin consideración a las visitas que nos acompañaban, sin preguntar me tomó por las axilas y me tumbó en nuestra cama. Creí que ahí iniciaríamos el juego de fuerzas, sin embargo me lo impidió. Cuando quise voltearme para huir de él, se echó arriba mío me levantó el vestido y descorriendo mi bikini me penetró sin demoras.

—Ludo y Gabi esperan por mí. —se explicó.

Sus simples y devotas palabras refiriéndose a nuestros herederos funcionaron como el mejor afrodisíaco, me impulsé hacia atrás. Azuzando su brutalidad lo provoqué para que saciara el hambre que me provocaba y que nunca se extinguía.

Tomándome desde atrás Danilo se vació dentro de mí, llenándome no solo de su simiente si no también colmándome de sincero amor y dicha pura.

—¡Sos una joya, Ana! —habló agitado sobre mi hombro.

—No usamos preservativo. —recordé tarde.

—Siempre somos precavidos, nada puede pasar por una vez que no nos cuidamos. —aseguró antes de que unos golpes en la puerta dieran por terminado el íntimo encuentro.

—¿Api?

Lo miré sonriente.

—Te buscan.

—Yo quiero que crezca sano, pero cuánto adoraría que nunca dejara de llamarme Api —confesó con cierto pesar.

Nos besamos delicadamente, y contra todos mis deseos tuve que dejarlo ir.




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