¿Qué podía pasar si eyaculaba una vez sin protección?
Nada.
Solo que nueve meses después, nos encontrábamos recibiendo a nuestro tercer hijo. Ana no quería conocer el sexo del bebé y yo convencido de que recibiríamos a una mini practicante de Kung Fu de ojos verdes como su madre, no me preocupé y, bajo las indicaciones de Rau, compré un enorme ajuar color rosa, amarillo y lila. Sin embargo, cuando Ana rompió bolsa en la galería de nuestro enorme jardín, mientras desayunábamos, Gabriel desbarató mis ilusiones. Con mi mujer habíamos decidido que sería él quién elegiría el nombre del recién nacido, para mantener la costumbre que inició con Ludo.
—Se va a llamar Samuel. —afirmó.
—¿Lo soñaste? —inquirí con respeto, conociendo las habilidades de nuestro primogénito, como Ana lo llamaba.
—Sí.
Lo confirmé ocho horas después, cuando ayudando a mi mujer a parir, sostuve entre mis brazos un saludable varón que lloraba, con un tono sorprendentemente grueso para un recién nacido, por llegar al cobijo de su madre.
Samuel Mastropietro Cuesta, nació el once de septiembre de dos mil veintidos, superando el peso de su hermano, el pequeño pesó cinco kilos trescientos gramos.
— ¡Es enorme! —se admiró Omar que lo observaba mientras Lena lo mecía.
—Tenés un nieto magnífico y una hija extraordinaria —afirmó igual de embelesada que mi suegro.
—Tenemos. —fue la corta respuesta del hombre, que fue más que suficiente para demostrar que habían logrado entenderse.
Por videollamada, lo conocieron Miguel y Rau, que habían vuelto a vivir juntos y hasta habían celebrado una íntima ceremonia para reafirmar sus votos matrimoniales. Berni y Pierluigi también participaron de la llamada, me pareció notar entre ellos cierta complicidad pero no comenté nada, no quería causar malos entendidos con mi mocosa que estaba iniciando su postparto.
La organización marchaba muy bien, Omar llevaba el mando con Mario como mano derecha, pero no me dejaba afuera de ninguna decisión. La misma noche del treinta y uno de diciembre, mientras todos se saludaban por el inicio del año, me había apartado para expresar su deseo de que yo fuera la cabeza de la organización dentro de un corto período.
—Omar, no es necesario —le aseguré, sorprendido frente a semejante ofrenda.
—Mi hija me ha dado una excelente lección Danilo, y lo primero que quiero hacer es demostrarle a las personas que aprecio, que las quiero y vos sos un gran hombre, digno de mi hija. Una vez más, Ana Paula, demostró su buen juicio al fijarse en vos y en elegirte como padre de sus hijos. Quiero honrar esa elección yo también, sos un excelente hijo político y quiero que seas mi heredero.
—¿No vas a tener problemas con Lena?
—Está al tanto de todo.
Nos fundimos en un sincero abrazo, cuando nos separamos me encontré con los ojos emocionados de mi mujer clavados en nosotros.
Ana era la encargada de entrenar a los hombres y las mujeres que hacían parte de la organización, mantenía un régimen estricto, que no permitía la ingesta de alcohol y que había dado sus frutos en un corto plazo. Incluso Omar, Mario y yo tuvimos que entrenarnos en las clases de defensa y ataque que impartía mi mujer.
Contra todo pronóstico, trabajar con Pierluigi no me resultó tedioso, al contrario. El joven italiano poseía grandes ideas y era muy dinámico por lo que en poco tiempo y luego de una charla crucial se volvió un gran aliado para todos nosotros.
Cortamos la llamada con nuestros amigos, Ana se había arreglado y me había pedido que la ayudara a sentarse en un sillón que había elegido especialmente para amamantar a Samuel.
—Es hora de que conozca a sus hermanos —sonrió.
—Están desesperados por verlo —reconocí y salí en busca de mis hijos.
Como Cristina había ayudado a Ana a parir, ellos dos se habían acicalado solos para el gran momento. Tuve que esforzarme para tragarme la carcajada al encontrarlos vestidos con el mismo traje de tirantes que la madre les había comprado para la ceremonia de sus tíos, el pelo prolijamente peinado hacia el costado y sosteniendo cada uno el presente que junto a mí habían elegido para el nuevo integrante.
—Api, ¿ya podemos conocer a Sami?
—Los está esperando.
—¿Mamá está bien? —preguntó Gabriel, atento siempre a Ana.
—Está radiante, ansiosa por verlos a ustedes.
—Mamá es muy valiente.
—La más valiente de todas las mujeres —reafirmé sus palabras.
Ludo, incapaz de seguir manteniendo la espera, corrió delante nuestro y entró como una tromba cayendo de rodillas frente a su madre.
—¡Ludo! —se quejó Gabriel mientras intentaba sin demasiado éxito acomodarles los rulos que se habían salido de lugar.
—¿Están contentos? —les preguntó Ana al notar el cambio en sus facciones frente a Samuel.
—¿Así de grande era yo cuando nací, Ami?
—Eras un poquito más chiquito —le explicó acariciándole el carrillo mi mujer.
—¡Mamá! —exclamó Gabriel— ¡Parece un pequeño torito!