Devorando Almas

⸸ 4. Hannibal Lecter ⸸

GWEN

- Tiger, chssst, chssst-llamaba al gato del señor Raggi en tanto balanceaba la lata de atún. 

El felino no tardo en ronronear a mis pies. Le faltaba un ojo y poseía una figura fina, rodeada de un pelaje naranja con destellos color miel. 

-Eres un interesado.-le recriminé al gato que lamía la lata y pasaba de mi. Aún así cada tanto le concedía ese mimo. A cambio recibía sus rasguños, que eran como caricias, a su modo. Llegué a creer que ya nos entendíamos. Mediante soborno. Lo acaricie por unos minutos hasta que regresé a mi habitación, la puerta rechino cuando la cerré.

Dentro del sobre que me había dado Ethan, había una imagen A4 a color. Una mujer de tez clara, con el cabello castaño recogido en un moño desprolijo y la mirada amable aunque su sonrisa rozaba lo forzado. Amelia Cooper, Devour, Italia.  24/02/2009. Rezaba el posterior de la fotografía.

 ¿Jannette Cooper? ¿Sería su madre o tía? Se veía con suficiente edad para serlo en aquella fecha. 

 Comencé a creer que quizás, era una de esas desapariciones, de las cientos de miles al año en todo el mundo. Cuando se los traga la tierra, en realidad lo hace una Furia. ¿Eso era? Su madre seguramente fue víctima de una, y quiere ¿Qué? ¿Encontrar al responsable? ¿Más de 13 años después?  Examiné los rasgos de la mujer. Sus ojos eran un reflejo de los de Ethan. Se veían claros por la impresión, pero podía asegurar que eran igual de intensos que los de su hijo.

Ethan. Por las fechas debió ser cuando él tenía nueve, se me oprimió el pecho por ese pequeño al cual le arrebataron a su madre, y aún perseguía el fantasma de la venganza. No podía saber que en realidad, Ethan perseguía la esperanza.

Tenía un contacto, pero me rehusaba a atraer esa parte oscura a este presente más cálido y que lo consumiera. No de nuevo. No lo permitiría. Y pese a la pena que me causaba su caso, no había posibilidad de que más de una década después pudiesen rastrear a quien la mató. Era un caso perdido.  Abandoné el sobre en un cajón intentando que se perdiera de mi vista. Solo me recordaba que pendía de un hilo que él manipulaba. 

Partí al museo para la visita guiada con un par de créditos extras como bono por participar.

Caroline me esperaba fuera del apartamento. Nunca le había importado ir. Su hermana Evelina la primera vez no dejaba de observar hacia todos lados en busca de algún asaltante. Caroline agitaba su brazo por la ventanilla de su Audi platinado, con la carrocería fija y dos puertas delanteras. Iba de copiloto.

-Es como los paseos del colegio.-comentó alegre Coraline una vez que subí.

-Si, sigues igual que entonces.-le respondió su hermana.

Evelina me saludo con una sonrisa sin llegar a enseñar los dientes, mientras Caroline reñía con ella por la canción que deberíamos oír. 

-Mi coche, mi música. 

-Pfff-chistó la hermana menor.

Evelina rodeó los ojos y ella misma colocó la lista de Spotify que su hermanita había establecido como "La mejor lista de las mejores canciones para conducir, si supiera conducir".  Sonreí, aquellas escenas me resultaban tan agradables. Las risas compartidas, el falso enojo, la victoria en los ojos de Coraline porque todos, tarde o temprano, se rendían ante ella por propia voluntad. 

El museo Degli Affreschi contaba con jardines donde antes era un convento, un sitio sombrío, lleno de connotaciones literarias y románticas, en los sótanos del claustro de San Francisco. En esta iglesia se podía admirar la tumba de Julieta Capuleto, un sepulcro abierto fabricado en mármol rojo, donde para acceder a había que descender por escaleras estrechas y pasillos igual de fríos que de oscuros. Todo el lugar estaba plagado de piedra y ladrillo hasta llegar a la amante de Romeo Montesco. 

En un marco dorado con detalles, se encontraba una pintura peculiar. Un hombre fornido con alas abiertas, tendía en sus brazos el cuerpo pálido de una joven rubia, de cabello corto y ondulado. La tela de su vestido era casi cristalina. Sobre la frialdad blanquecina de la muchacha se desprendían un rastro de sangre. Su gesto era serio, y coronado por dos cuernos en su frente. No parecía estar enojado, tampoco feliz. No sentía nada. Su boca estaba manchada de sangre al igual que una parte del abdomen de la chica, que con los ojos abiertos observaba inerte al espectador.

Recordaba trazos de la obra que mi madre me había leído, y un par de fotos en sus jardines. Un patio verde con esculturas y una fuente en medio, como corazón del convento. Pero no esa obra, nunca la había visto.

-¿Quién es él?-preguntó un joven a mis espaldas.

El profesor Rossi se explayaba respecto al paso de la literatura por aquellas paredes se detuvo y admiro el mismo cuadro que me presionaba el pecho desde que llegué.

-Les han llamado de muchas formas en muchos lugares. Hubo quienes los consideraron demonios en la tierra.

-¿Y no lo es?-se cuestionó Coraline a mi lado.

Estaba helada. No conocía esa obra, pero mis alas y las suyas eran las mismas. Al igual que el par de cuernos. A diferencia de todos los estudiantes, yo comprendía la imagen. El destino de la chica, su muerte a manos de aquella bestia.  

-Podría incluirse en el repertorio de demonios pero no lo son. Son mucho más primitivos, se dice que pese a tener apariencia mundana carecen de humanidad. Caminan entre nosotros desde tiempos inmemorables, pero si tan solo una gota de sangre toca sus labios, se transforman-Recorrí aquel salón oscuro hasta encontrarme con dos profundidades aún peor. Ethan me devolvía la mirada. Ambos compartíamos ahora un secreto, ante esta muestra no lo culparía por observarme como lo hacia.- se convierten en bestias, igual de letales que de salvajes, que para vivir deben asesinar.-la sala estaba en silencio.- Cazando humanos y alimentándose de ellos. Mucho más fuertes, veloces y ágiles que cualquiera de nosotros. Sigilosos para no se descubiertos pero, según ciertas leyendas de dudosa procedencia, han dejado descendencia, degradando ese gen que los transforma, pero presas de la misma necesidad. Ustedes pueden conocer algunos.-los ojos marrones detrás de las gafas del profesor se centraron en mi, podía sentirlo sonreírme sutilmente pero fui la única que se percato. Incluso había la posibilidad de que estuviera perseguida.




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