Devotos

La parroquia en ruinas

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1

 

Aquel era un pueblo tranquilo. Común. Se podía disfrutar de agradables atardeceres y deleitarse con sus calles, como si fueran obras de arte. En dicho pueblo se encontraba un parque donde los niños solían reunirse a jugar. Cerca de ahí estaba ubicada la parroquia; además de contar con tres capillas. Se decía que había sido construida gracias a las limosnas y donativos de la gente, ya que la antigua parroquia había sido reducida a ruinas a causa de un terremoto. Aún se podían ver en dicho lugar algunas bancas, el confesionario y una que otra imagen y estatua de ángeles y santos. Pero la que más sobresalía era aquella que representaba a San Pancracio. No era sólo por el hecho de que salvo alguna cuarteadura y algo de musgo, la figura de piedra permanecía en buen estado. La gente del lugar era devota de dicho Santo, siendo tal su devoción, que antes de la caída del lugar a causa del temblor, los padres de familia solían colocar fotos de sus hijos a los pies del Santo, mismas que fueron llevadas a la nueva parroquia.

 

Aquel lugar en ruinas pasó a ser la vivienda de Brackman, el vagabundo del pueblo. Un indigente lunático que se pasaba el tiempo recogiendo cartón y se orinaba donde se le diera la gana, sin importarle que estuviese a plena luz del día. Su cabello largo y canoso tenía rastros de sebo. Su piel y su ropa estaban sucias como es lógico en un indigente.

 

Una noche, Brackman llegó a la parroquia en ruinas que le servía de refugio. Llevaba en una mano una bolsa de plástico y en la otra una botella con cierta bebida barata. Se dirigió a una de las bancas y encima de esta colocó la botella y el contenido de la bolsa, el cual no era otra cosa que un pollo frito o lo que quedaba. Se notaban rastros de tierra en este. Aquello no pareció importarle. Comió hasta llenarse. Levantó la botella con la bebida barata hacia la estatua de San Pancracio, en una especie de brindis y bebió un poco.

 

Al día siguiente, cuando el sol aún no había salido, Brackman se despertó. Comprobó que la botella aún tuviera un poco de líquido y bebió. Tomó los huesos; los sobrantes del pollo y los echó en la bolsa de plástico. Dirigió la mirada a la estatua de San Pancracio y salió de la parroquia en ruinas.

Afuera, tiró la bolsa con basura en un pequeño montón de desperdicios. El camión pasaría más tarde, por eso debía darse prisa y buscar en la basura algo que pudiese comer, tal y como fue con el pollo de la noche anterior.

Luego de hallar un pan enlamado y algo en una bolsa que ni siquiera tenía forma, Brackman observó el ir y venir de la gente. Vio a los niños, los cuales, vestidos con sus uniformes, se dirigían a la escuela. Brackman los observaba con gran atención. Fue entonces que una idea cruzó por su mente.

 

2

 

Al atardecer, cuando dos niños regresaban de la escuela a sus casas, Brackman les salió al encuentro. Olía a orines y excremento. Portando una navaja, los obligó a ir con él.

Llevó a los niños a su refugio, la parroquia abandonada. Los amarró a una columna y les dijo que pediría cierta cantidad de dinero a sus padres si querían verlos con vida. Los golpeó, obligándoles a llamar a sus padres para pedir el rescate. La angustia de estos fue grande.

 

Luego de unas horas, cuando los padres de los niños reunieron el dinero que Brackman había pedido para el rescate, salieron de sus casas, con rumbo al lugar donde el vagabundo había acordado que los vería, con la orden de no dar aviso a la policía, si no querían que sus hijos lo pagaran. Pero no habían salido apenas, cuando vieron a los niños que, con golpes en el cuerpo, caminaban hacia ellos. Corrieron a abrazarlos. Dierón aviso a la policía y a un médico para que los atendiera. La policía les pidió que los llevaran al lugar donde los habían tenido encerrados, a modo de dar con el culpable.

 

Poco después, acompañados de sus padres y de la policía, los niños llegaron a la parroquia abandonada, señalando que en dicho lugar era donde los habían tenido secuestrados. Cuando entraron, vieron el cadáver de Brackman, el cual tenía la cara destrozada, tal como si lo hubiesen golpeado con alguna roca. Los niños no dijeron nada, pero cuando sus padres y la policía miraron la mano de la figura que representaba a San Pancracio, vieron que tenía manchas de sangre.

 

Fin.

 

Autor: Beto Vázquez

 



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En el texto hay: un vagabundo

Editado: 26.12.2019

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