Capítulo 16
Y por tercera vez Valentyna Petrivna se sorprendió mucho al ver que su jefe no se parecía nada a sí mismo.
Después de la reunión matutina, reaccionó de una forma muy extraña ante la nueva chica de contabilidad.
¡Y ahora esto! ¡Por el amor de Dios! Había pedido que le trajeran —es decir, que le encargaran— comida del restaurante.
¡A la oficina! ¡Para comer! ¡Inaudito!
Él siempre había estado rotundamente en contra de que la gente comiera en sus puestos de trabajo, aunque fuera un simple bocadillo traído de casa o un termo con té. Ni siquiera le gustaba que usaran la cafetera automática que tenían en la esquina del pasillo.
“Ustedes vienen a trabajar, no a comer, beber, dormir ni descansar”, repetía casi en cada reunión.
Y quien no se tomaba en serio esa norma, quien la rompía —era despedido de inmediato.
¡Y ahora… el propio jefe había pedido comida!
La secretaria llamó al restaurante, encargó un menú infantil, pidió algo delicioso para el desayuno del jefe, y mientras tanto seguía esperando las respuestas a las solicitudes que había enviado a varias instituciones sobre Orisia.
Habiendo hecho el pedido urgente en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y esperándolo, Valentyna Petrivna decidió entretener a Orisia. Es decir, distraerla de hacer travesuras, ya que la niña ya había empezado a rebuscar entre los papeles de su escritorio.
Le entregó una gran revista con modelos de bicicletas —una especie de portafolio que siempre tenían sobre las mesas: un folleto brillante con páginas satinadas.
La niña se acomodó en el sofá de la recepción y empezó a hojear las fotos de bicicletas.
—¿Cómo se llama tu mamá? —preguntó de repente Valentyna Petrivna.
—Mamá es Vira, papá es Sergiy —respondió Orisia rápidamente, como por reflejo—. Papá no vive con nosotras porque tiene mucho trabajo. Pero ahora pasó que mamá se fue al extranjero por un mes y no tenía con quién dejarme.
—¿De verdad no había nadie? —preguntó la secretaria—. ¿No tiene amigas tu mamá? ¿O una abuela? ¿Tienes abuelita?
—Mamá no tiene amigas, pero sí un amigo —respondió Orisia, hojeando la revista—. Se llama Kosia. Pero a él no se le puede dejarme, porque no es nadie para mí. Papá es otra cosa.
—¿Kosia? —se sorprendió Valentyna Petrivna por el nombre tan raro.
—Kostia, Konstantin. El amigo de mamá. Pero yo le digo Kosia porque es un poco bizco: su ojo derecho mira al frente, pero el izquierdo hacia un lado —explicó Orisia.
La niña pasaba las páginas sin levantar la vista, pero respondía con sinceridad, como si hablara de cosas que realmente formaban parte de su vida.
—¿Entonces vives con tu mamá nada más? —volvió a preguntar la secretaria, intentando sacar la mayor cantidad de información posible.
—A veces viene mi abuela Sofía. Pero se enoja mucho, por eso no me gusta cuando viene. Aunque es buena —trae empanaditas con mermelada. Me encantan.
—¿Y dónde trabaja tu mamá? —preguntó la secretaria, intrigada.
—¿Y no se lo va a decir a nadie? —Orisia levantó la cabeza de pronto y preguntó—. Es un secreto.
—No, no se lo contaré a nadie —negó con la cabeza Valentyna Petrivna.
—Trabaja como ase… asen… asenzinadora. Y Kosia tiene una pistola enorme. ¡Pero usted prometió no contarle a nadie! —la niña movió su dedito índice—. ¡Si lo cuenta, le va a salir pelo o plumas en la lengua!
Luego, la niña se puso de pie de repente, corrió hacia la secretaria, preguntó y luego sacó la lengua:
—¿No me salieron plumas en la lengua? Mire bien, por favor.
—Parece que no —rió Valentyna Petrivna al ver la lengüita rosada.
—Mamá me prohibió contarlo. Pero como que se me salió sin querer —explicó Orisia con preocupación—. Bueno, menos mal que no me crecieron plumas. Pero igual hay que revisar... Porque cuando uno cuenta secretos, ¡salen plumas en la lengua!
Suspiró aliviada y volvió a hojear la revista…