Capítulo 20
—En realidad, tenemos varias salas de oficina vacías que son más grandes que esta —continuó Sergio—. Me gustaría que usted, Hanna Hnativna, hablara con el encargado y eligiera cuál les conviene más. Que también sus empleados las vean, tomen en cuenta sus preferencias —añadió, reprochándose por dentro por decir tonterías. Ni siquiera tonterías, sino frases y palabras que no eran propias de él, que nunca habría dicho… si no fuera porque en esta misma sala estaba sentada una mujer cuya sola presencia le detenía el aliento, mientras el corazón le latía como un tambor.
Y ahora, claro, en unos días, este departamento y todos los demás estarían comentando su gesto de buena voluntad. ¡Y pensar que no hacía tanto había prohibido ocupar esas salas más espaciosas, argumentando que serían necesarias para la futura expansión de la empresa! Allí pensaba ubicar próximamente el departamento de cooperación internacional, así como al equipo de marketing y a los informáticos.
Pero ahora, al ver a Oleh sentado tan cerca de Verónica, quería separarlos, ponerlos en esquinas opuestas de la sala. Y en una oficina tan pequeña, eso era imposible.
—Por cierto —la lengua de Sergio no podía quedarse quieta—. También noté que usted tenía excelente en matemáticas en la escuela —soltó de repente—. Pero me parece que una de las cifras del último informe es incorrecta. Revíselo otra vez y me lo trae para firmar con los números corregidos —dijo con seriedad, asintió con la cabeza y salió de la oficina, dejando a los empleados de contabilidad algo desconcertados.
Caminando por el pasillo de regreso a su despacho, Sergio, en su mente, se tomaba la cabeza, se recriminaba e incluso se daba mentalmente una bofetada en la boca.
Por haber dicho, primero, tantas tonterías sobre el traslado del departamento contable a otra sala. Y segundo, por haber insinuado tan claramente a Verónica que quería verla en su despacho.
Hanna Hnativna era conocida por ser chismosa, además de muy aguda. Podía inventar todo tipo de rumores. No le gustaría que empezaran a circular habladurías sobre Verónica por su culpa…
Pero por otro lado, Sergio se felicitaba a sí mismo por haber encontrado una excusa tan buena para volver a ver a la chica que tanto le gustaba. Aún no podía sacarse de la cabeza aquellos labios, ligeramente entreabiertos, como cerezas, y ese pendiente… ¡Dios! ¡Ese pendiente que lo volvía loco!
—Sergio, ¿estás libre? ¿Podrías pasar un minuto? Quiero preguntarte algo —escuchó de repente a sus espaldas.
Ángela se asomó desde la sala contigua.
—Sí, sí —respondió Sergio distraído, pensando en todo menos en eso, y obedientemente entró tras ella a su oficina.
Ella, como empleada destacada del departamento de proyectos, había conseguido que Sergio le otorgara un despacho privado. Fue justo después de que empezaran a acostarse. En realidad, no le importó. La sala también era pequeña, lo justo para una sola persona.
“Curioso… cuando le di a Ángela una oficina privada, no me preocupó lo que pensaran los demás de ella. Pero ahora, pensar que Verónica entre a mi despacho porque yo la llamé tan abiertamente… eso sí me inquieta,” —pensó Sergio.
Cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué querías preguntarme? —la miró.
Ángela dio un paso hacia él, le rodeó el cuello con los brazos y se estiró hasta sus labios para besarlo con pasión...