Capítulo 23
Los clientes eran representantes de una conocida empresa de bicicletas de Varsovia. Si todo salía bien, si Sergio lograba firmar un contrato con ellos para el suministro de cuadros —especialmente de bicicletas infantiles—, esa colaboración podría convertirse en una corporación internacional basada en la producción ucraniana.
La empresa deportiva polaca “Muévete”*, especializada en la fabricación de bicicletas y cuadros, era actualmente el mayor fabricante de ese sector en Polonia. Sergio tenía grandes esperanzas puestas en ellos. La empresa expresó su interés en comprar un lote de bicicletas para el mercado polaco y, a cambio, compartir tecnologías y canales de venta de cuadros.
Ese día habían llegado dos personas: el señor Rafal, dueño de la empresa —un hombre respetable de edad madura, que observaba la sala de conferencias, lanzaba miradas de interés a las bicicletas que estaban en un rincón y bebía agua de un vaso alto, ya que habían rechazado tanto el café como el té. El señor Rafal tenía un aspecto sombrío, tal vez alguien le había arruinado el humor esa mañana, y hablaba en frases cortas, torciendo los labios con desagrado.
A su lado se encontraba una mujer joven, evidentemente su asistente o quizás copropietaria, porque Sergio había visto en los documentos que existía una tal señora Agnieszka. Si bien la imagen del dueño sí la había visto en internet, la de su socia no era pública.
—Les doy la bienvenida —dijo él, acercándose y tomando asiento junto a ellos. Sergio se había preparado cuidadosamente para esta importante reunión, incluso había estudiado algo de polaco, ya que planeaba una cooperación a largo plazo.
Se estrechó la mano con el señor Rafal, y a la señora Agnieszka le besó la mano, pues sabía que era una costumbre entre los polacos.
Comenzó entonces una conversación de negocios concreta y estructurada, justo como a Sergio le gustaba. Empezaron a analizar punto por punto el acuerdo comercial. Sergio quería producir bicicletas por su cuenta, pero por ahora necesitaba importar de Polonia los cuadros —la base estructural—. Su plan era empezar vendiendo con componentes extranjeros, y más adelante, cuando ganara experiencia y reputación, fabricar los suyos propios. Por el momento, su empresa no tenía la capacidad suficiente para producir cuadros. Por eso, esta colaboración con los polacos era crucial.
Dos minutos después llegaron el jefe del departamento de diseño, dos diseñadores y Ángela, que parecía muy molesta e irritada. Todos se enfocaron en revisar los documentos. Pero la señora Agnieszka, que parecía confiar plenamente en su jefe, preguntó a Sergio:
—¿Puedo ver esas bicicletas? —preguntó, señalando las del rincón. Hablaba ucraniano con acento, pero claramente lo había estudiado.
—Por supuesto —respondió Sergio—. ¡Habla muy bien ucraniano!
—Tengo una amiga ucraniana, estudiamos juntas en la Universidad de Varsovia, así que hablo bastante bien, lo he practicado un poco —explicó Agnieszka con una sonrisa.
La joven se acercó al rincón de la sala y empezó a examinar las bicicletas, especialmente la infantil.
—Veo que esta bicicleta ya ha sido usada —comentó Agnieszka—. Tiene algunos rasguños, y las ruedas lo evidencian.
—Sí… —dijo Sergio, molesto, suponiendo que durante la caída en el pasillo la bicicleta se había rayado, y que ahora el modelo estaba arruinado...
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*La empresa ha sido inventada por la autora.