Frotándome los ojos, intento quitarme el sueño de encima. Aaron entra en mi habitación, ya duchado y con ropa limpia. Dormí tan profundamente que ni siquiera lo escuché moverse por mi departamento.
— Buenos días, pequeña.
Su voz me provoca un cosquilleo en el estómago. Sus ojos rojos siguen tan intensos como la noche anterior, y sé que nota que estoy desnuda bajo las sábanas por la sonrisa maliciosa que le cruza el rostro mientras se acerca.
— Me tomé la molestia de pedir algo para el desayuno y darme un baño también.
Lo recorro con la mirada, de pies a cabeza. Su traje gris le queda espectacular, su cabello sigue un poco húmedo, y tengo ganas de pasar los dedos por él para despeinarlo.
— Eso está bien, pero ahora soy yo la que necesita darse una ducha.
Asiente, pero no se mueve. Sigue de pie junto a la cama, con esa mirada intensa clavada en mí.
Enrollo la sábana sobre mi cuerpo, y su risa me envuelve. Los costados de sus ojos se arrugan, al igual que su pequeña cicatriz.
— No intentes ocultarte de mí ahora, pequeña.
Sonrío porque sé que tiene razón, pero verlo tan bien vestido mientras yo debo parecer un desastre me dan ganas de salir corriendo y esconderme en el baño.
— Lo sé… pero solo será un segundo.
Me pongo de pie, y él acaricia mi mejilla tan suavemente que parece un sueño.
— Iré a preparar el desayuno.
Corro hacia el baño. Ni siquiera espero que el agua salga caliente para meterme en la ducha. Me siento ansiosa. Estúpidamente enamorada.
Cuando salgo, envuelta en una toalla y con el cabello aún goteando, el aroma a café y pan tostado llena el aire. Camino descalza hasta la cocina, con el corazón todavía agitado. Lo encuentro de espaldas, sirviendo dos tazas con movimientos tranquilos, como si estuviera acostumbrado a estar aquí.
Me apoyo en el marco de la puerta, observándolo en silencio. El traje gris resalta la firmeza de sus hombros. Su presencia llena todo el espacio, como si mi departamento le quedara chico.
— ¿Desde cuándo eres tan servicial? —pregunto, cruzándome de brazos.
Aaron se gira y me observa de arriba abajo, sin disimulo. La sonrisa perezosa que le cruza el rostro me dice que le divierte mi elección de vestimenta.
— Desde que tengo hambre —responde, girándose de nuevo hacia la cocina—. ¿Vas a sentarte así a desayunar?
Aprieto los labios, dándome cuenta de que todavía no me vestí.
— Voy a cambiarme.
— Si quieres, puedo ayudarte con eso o quedarte así. Es tu casa. —agrega sin siquiera mirarme la cara.
Lo fulmino con la mirada, pero él solo se ríe, acomodándose en la silla como mi casa fuera su lugar.
Vuelvo a mi cuarto apurada. Solo me pongo una camisa larga y envuelvo mi cabello en la toalla. No quiero hacerlo esperar… y tampoco quiero pasar tanto tiempo sin ver sus ojos.
— Mhm… esta vista es la que quiero tener todos los días antes de ir a trabajar.
Intento caminar hacia él de manera lenta, sensual. Él lo nota, y una sonrisa lobuna se dibuja en su rostro. Está impecable, cada detalle en su lugar. Todo en él parece ordenado, correcto.
— Tenerte en mi cocina también puede ser mi vista favorita en las mañanas —digo mientras tomo el café que me tiende.
Aaron no aparta los ojos de mí mientras doy el primer sorbo. La taza quema un poco, pero su mirada quema más.
— No deberías decir esas cosas tan temprano —dice, con la voz grave y ese dejo de diversión—. Después no voy a querer salir por esa puerta y perderme está vista.
— Entonces no salgas —respondo, apoyándome con una mano en la mesada—. Quédate.
Él se levanta despacio, con esa forma suya de moverse que es demasiado segura, como si ya supiera que puede tener lo que quiera. Da un paso, y luego otro, hasta quedar frente a mí. Sus dedos juegan con el borde de mi camisa, esa que apenas llega a cubrirme.
— Me encantaría. Pero si me quedo… dudo que terminemos desayunando.
Su cercanía me marea. El aroma de su loción, el calor de su cuerpo, lo magnético de su presencia… todo me empuja a ignorar la lógica.
— Quizás no sea tan grave —susurro, con una media sonrisa—. El desayuno puede esperar.
Aaron entrecierra los ojos y ladea la cabeza, como si estuviera a punto de tomar una decisión peligrosa. Pero en lugar de besarme, se aparta medio paso y murmura:
— No me provoques, pequeña. A veces tengo más autocontrol del que parece. Otras… no tanto.
Respiro hondo, intentando calmar lo que sea que está haciendo conmigo.
Tomamos el desayuno con total tranquilidad y poder hablar de todo lo que pasa por mi mente, siento que podría acostumbrarme a estos pequeños momentos con él. Poder estar tranquila, cómoda. No tener que ocultar mi trabajo ni lo que tengo que hacer en el día.
— Este café es espectacular pensé que solo sabías hacer amenazas.
—También sé cocinar — gira los ojos mientras unta mantequilla en una tostada—. Pero si me sigues provocando, vas a probar más de lo segundo.
Le sonrío, desafiante.
— ¿Eso fue una amenaza o una promesa?
— Depende… ¿vas a portarte bien?
— Nunca.
Él niega con la cabeza, divertido. Me mira mientras mastica, como si estuviera analizando cada gesto mío.
— Hablas dormida —suelta de repente.
— ¿Qué?
—Sí. Anoche murmuraste algo sobre un "cambio de look" y "detestar el trabajo".
Me tapo la cara con las manos.
— Nooo.
— No te preocupes, puedes seguir quejándote del trabajo conmigo. —dice señalando mi cara totalmente roja.
— No detesto mi trabajo.
El se enoje de hombros, pero hay diversión en sus ojos. Se que a veces puedo hablar dormida. Cuando estoy tranquila y en paz pero nunca diría algo del trabajo.
— Bueno, tus palabras no las mías. Aunque estuvieras dormida lo tomo.
— ¿Dije algo más? —Aaron niega con la cabeza.
— Aunque esperaba que digas algo sobre mi.
Tomo un sorbo de jugo para disimular mi sonrisa, no podría verle la cara si eso hubiese pasado.