Apenas cruzo la puerta de la mansión, la tensión se corta en el aire como un cuchillo. Todos los ojos se posan en mí, como si supieran algo que yo todavía no. Recorro la sala de estar con la mirada, pero no hay rastro de mis amigos por ningún lado. Un nudo se forma en mi espalda. ¿Pasó algo? ¿Y soy la última en enterarme por distraerme unas putas horas?
Saco el teléfono del bolsillo. Ni llamadas, ni mensajes. Nada. Ninguna señal de que algo grave esté ocurriendo... o ya haya pasado. Inhalo hondo, llenando los pulmones, y me dirijo directamente hacia la oficina de Igor. No me molesto en preguntar si está o no: si algo anda mal, él tiene que decírmelo.
Pero hay algo en el ambiente que no encaja. Algo se siente... apagado.Como si todos estuvieran conteniendo la respiración.
Golpeo la puerta con más fuerza de lo normal. Si hay alguna reunión, no me importa. Mi jefe va a tener que darme respuestas. Abro la puerta y asomo la cabeza. Igor aparta la vista de su laptop y me mira.
—Buenos días, mi niña. Adelante —dice, con una tranquilidad que me desarma un poco.
Se aleja del escritorio, su atención completamente centrada en mí. Algo en mi pecho se afloja al verlo tan sereno.
—¿Alguna razón para que todos me miren como si llevara un chaleco de bombas encima? —pregunto, cruzándome de brazos.
Él hace un gesto con la mano, como restándole importancia.
—Solo se preocupan por ti, Devyn.
Frunzo el ceño. No me convence su respuesta, y él lo sabe. Camina hacia la cafetera que tiene en una esquina de la oficina, como si estuviéramos por tener una charla tranquila. Como si no sintiera cómo me arde la piel de tantas miradas ajenas.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —insisto, con la mandíbula apretada.
Igor me da la espalda por unos segundos. Llena una taza, revuelve con calma. Demasiada calma. Cuando se da vuelta, ya tiene la media sonrisa de siempre, esa que a veces es ternura y otras esconde información.
—Te repito que están preocupados —dice, extendiéndome la taza—. A veces, cuando uno desaparece sin avisar... se encienden las alarmas.
Lo miro sin moverme. No acepto el café. No me interesa su táctica de “intentar apaciguar”
—No desaparecí. Estuve un rato fuera. Seguro sabías dónde estaba. Y Ryan también.
—Lo sé —responde, esta vez más serio, aunque sin perder ese tono calmo que tanto me irrita—. Pero no todos lo sabían. Y con lo que pasó anoche...
—¿Qué cosa?
Silencio.
Ahí está. Esa pausa que delata que hay algo más. Que me están ocultando algo.
—¿Qué cosa, Igor?
Él se sienta en su sillón, apoya los codos sobre el escritorio y junta las manos, como si estuviera armando una oración.
—Encontraron uno de nuestros autos... abandonado. Con sangre en el asiento trasero.
Mi corazón da un vuelco.
—¿De quién?
—Todavía no lo sabemos —contesta con cautela—. No hay cuerpo. No hay cámaras en el área. Pero quien lo hizo... dejó una nota.
Me acerco un paso. Me tiemblan los dedos.
—¿Qué decía?
Igor me sostiene la mirada. Esta vez, serio de verdad.
—Decía: “No confíen en la chica”.
Siento la sangre drenarse de mi cara. ¿Quién mierda podría decir algo así de mí? Soy la única mujer que trabaja con Igor desde hace años. Aunque intentó incluir a otras en el equipo, ninguna obtuvo su aprobación. Solo yo. Esto es simplemente estúpido, y quien dejó esa maldita nota quiere exactamente eso: que Igor dude de mí.
—Entonces no están preocupados por mí, Igor. —Mi voz tiembla de rabia contenida—. Lo que quieren es cortarme el cuello por siquiera pensar en traicionarte.
—Sé que no lo harías, Devyn. —Su tono es firme, sin titubeos—. No tienes que preocuparte por eso, y ellos tampoco creen que lo hagas. La cabeza que quieren cortar es la de quien intenta manchar tu nombre, ¿entiendes?
Asiento, pero la confianza no vuelve a mi cuerpo. Algo en mí sigue crispado.
—Cuando sepamos quién es... me lo dejas a mí, Igor.
Una sonrisa socarrona se dibuja en su cara. Ahí lo entiendo: por eso está tan tranquilo. No le preocupa que yo lo traicione. Antes de hacer algo así, prefiero que cuelguen mi cabeza en una estaca. Él me vio crecer, me formó, me enseñó todo lo que sé. No hay forma de que esa nota sea cierta, y él lo sabe mejor que yo.
—Tengo un trabajo para ti —dice, recostándose en su asiento con un brillo particular en los ojos—. Es arriesgado. Pero si queremos que esa rata salga de su escondite, tienes que ir sola y hacer exactamente lo que te diga.
Levanta la mano antes de que pueda abrir la boca.
—Ya sé que siempre sigues mis reglas. Pero esta vez, si algo sale mal... te vas. Sin juegos ¿Estamos?
Me quedo en silencio, respirando hondo. Lo que sea que esté planeando... me huele a carnada.
Y esta vez, la presa... soy yo.
Pasaron algunas horas desde que tuve esa charla con mi jefe. Al salir de su oficina, la tensión sobre mis hombros se alivió un poco. Todos me saludaron, y por primera vez en el día no sentí que cada mirada quisiera perforarme. Crucé el umbral de la puerta principal sin sentirme como una traidora.
La privacidad de mi departamento me hace sentir segura, pero sé que esa sensación se va a evaporar en cuanto entre en mi coche y me dirija a la dirección que Igor me envió al teléfono. Una última mirada a la sala vacía y camino hacia la puerta. Mis armas están cargadas y listas para ser usadas. Contra quien sea. Cuando sea.
—Bien, hora de ser una niña grande y enfrentar esto.
Cargo la dirección en el GPS. Son cuarenta minutos desde mi edificio, hacia una zona suburbana, alejada, tranquila. No me intimida ir sola. Emboscada o no, nadie va a arrastrar mi nombre por el barro y salir ileso.
Doy un respingo cuando el tablero del auto anuncia una llamada: Aaron. No puedo atender ahora, tendrá que esperar. Pero mi teléfono vibra de nuevo. Otra vez él. Es insistente, sí, pero esto no es normal. Algo no encaja.