Devyn

Capítulo 15

Sin necesidad de abrir los ojos, ya sé que es de madrugada. Mi cuerpo lo sabe, como siempre. Estoy programado para levantarme antes del amanecer, sin falta, como cada día. Pero esta vez no me muevo. No todavía.

Siento el calor del cuerpo de Devyn contra el mío, su pierna enredada con la mía, su costado derecho apoyado por completo sobre mí. Su respiración es tranquila, acompasada. Su largo cabello marrón está desparramado sobre mi brazo, y aunque me lo entumece, no tengo intención de moverme.

Respiro hondo. Tiene ese aroma dulce y suave que ya reconozco como propio. Me acomodo apenas, lo justo para dejar que el aire me llene el pecho sin molestarla. Ella se mueve también, instintiva, buscando más contacto, más calor. Se acomoda sobre mí como si fuera su lugar. Y quizás lo es.

Podría estar repasando mentalmente el día, las tareas, el orden de las cosas como suelo hacer. Pero ahora no. Ahora sólo me dejo estar. Es raro para mí, pero no incómodo. Todo en ella me calma los reflejos. Como si mi cuerpo entendiera que, por una vez, no hay nada que vigilar. Nada que corregir.

Solo ella. Su calor, su peso leve sobre mí, y ese silencio compartido que nunca tuve con nadie.

Acaricio suavemente su mejilla con el dorso de los dedos. Respiro hondo. Es hora de levantarme, aunque mi cuerpo se resista a moverse. La tengo encima, literalmente, y eso me complica más de lo que debería. Me dan ganas de quedarme así, de seguir con ella. Pero los minutos pasan y mi mente ya empieza a acelerarse, como siempre. Hay demasiado por hacer, demasiadas cosas que requieren de mí. Y empezar el día con mi mujer dormida sobre mí desordena lo que siento frente a lo que tengo que hacer.

Con cuidado, me muevo despacio para no despertarla. Su brazo cae al colchón cuando me alejo, y antes de que el frío la despierte, la cubro con las mantas. Se acomoda sin abrir los ojos, como si supiera que sigo cerca.

Cruzo la habitación en silencio y entro al baño. Me desvisto sin mirarme al espejo. Agua fría, como cada mañana. Me despeja, me pone en marcha. La ducha no dura más de cinco minutos. Lo justo y necesario.

Al salir, me seco con rapidez y me visto con ropa limpia y cómoda. Jeans, una camiseta oscura ajustada, el reloj en la muñeca. Miro hacia la cama.

Devyn sigue dormida. Se ve tranquila. Serena. No tengo tiempo para quedarme ahí, pero igual me detengo unos segundos más a mirarla.

Camino hacia la cocina y enciendo la cafetera. El aroma empieza a llenar el ambiente, familiar y constante. Mientras el café se prepara, repaso mentalmente el día. Horarios. Tareas pendientes. Personas que debo ver. Nada puede salirse del plan.

Tomo la taza caliente y la apoyo en el borde de la barra. Por un instante, dejo que todo se quede en silencio dentro de mí. Ella sigue ahí. Y, por alguna razón, eso me basta para empezar.

Mi teléfono comienza a vibrar sobre la mesa de la cocina. El nombre de Baltazar aparece en la pantalla iluminada. Lo dejo sonar mientras termino el café, sin apurarme.
Cuando la taza está vacía, camino hacia el dispositivo y me dirijo a la oficina para empezar el día.

Una vez más, el nombre de Baltazar vuelve a aparecer. Ya dentro de la seguridad de mi oficina, deslizo el dedo por la pantalla y contesto.

— ¿Temprano para ti, no? —digo apenas respondo.

—Te estás ablandando, Sinclair —responde Baltazar, seco como siempre—. Antes respondías al primer timbrazo.

—Antes no tenía una mujer durmiendo en mi cama.

—Entonces es verdad —murmura, con una nota que no sé si es juicio o simple reconocimiento.

Guardo silencio. No tiene sentido negarlo.

—¿Qué pasa, Baltazar?

—Los números del último embarque no cuadran. Faltan quince mil. No es un error de conteo, ya lo revisé tres veces.

Frunzo el ceño. Me inclino hacia la computadora y abro el archivo correspondiente.

—¿El informe vino desde el depósito o desde contabilidad?

—Depósito. Y el tipo que firmó el ingreso jura que llegó completo.

—¿Y el chofer?

—Desapareció por dos horas antes de entregar. Dice que tuvo problemas con la policía, pero no hay registros de retención ni multas.

Aprieto la mandíbula.

—¿Querés que me encargue?

—No —responde Baltazar, y su tono cambia apenas, como si midiera cada palabra—. Quiero que estés al tanto. Esto huele raro, y si vos estás fuera del radar, mejor. Pero si algo se sale de control, vas a tener que meterte.

—Entendido.

—Ah, y Aaron... manten a Devyn fuera de esto. Por ahora.

Me quedo mirando la pantalla.

—Siempre es "por ahora", ¿no?

—Con nosotros, sí.

Y corta.

Tiro el cuerpo en el asiento, que cruje bajo mi peso con un sonido seco. Paso las manos por la cara, frustrado.

Otra maldita vez tengo que avanzar en pequeños pasos con mi trabajo porque Devyn está demasiado metida en mi vida. Y no me quejo de tenerla… pero sí de lo que eso implica. De lo que despierta en mí.

Han pasado semanas desde que la amenazaron, y aún así sigo soñando con esa noche. Con su rostro tenso incluso dormida. Con el silencio en la casa de Igor, apenas roto por nuestros pasos sucios de sangre cuando todo terminó. Cuando el que ideó todo eso ya no respiraba.

Recuerdo cómo la encontré en la habitación. Dormía hecha un ovillo sobre un costado de la enorme cama, envuelta en las mantas como si intentara desaparecer dentro de ellas. Su cuerpo parecía más pequeño de lo normal, vulnerable, apagado. El resto de la habitación estaba fría. Desproporcionada. Vacía. Como si su presencia no alcanzara para calentar el espacio.

Y ahí fue cuando me pegó.

No el miedo, porque eso lo había sentido antes. Fue otra cosa. Un nudo seco en el pecho. Una sensación de impotencia mezclada con algo más profundo. Porque ella estaba viva, sí… pero apenas. Como si algo se hubiera roto dentro suyo esa noche, y yo no supe —o no pude— evitarlo a tiempo.

Me apoyé en el marco de la puerta un buen rato, sin moverme, mirándola respirar. Cada inhalación era lo único que me mantenía en pie. No me acerqué. No la toqué. Me quedé ahí, asegurándome de que el infierno ya había terminado. Al menos por esa noche.



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En el texto hay: mafa, robos y autos, apuesta drama romance

Editado: 21.05.2025

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