Di Mi Nombre

CAPÍTULO 1

Boni

Aquel nombre lo portaba un pequeño niño de diez años, el cual vestía con ropas viejas, que caminaba con pasos cortos y alegres por el patio del orfanato, dirigiéndose a la entrada del mismo. En sus pequeñas manos llevaba una cubeta de madera llena de agua, en donde había una sorpresa para todos sus compañeros de cuarto. Tal vez a las madres no les iba a gustar; Boni se iba a encargar de que nadie descubriera nada.

Las Madres no eran monjas ni nada relacionado con la religión; eran llamadas Madres porque fueron las que criaron y enseñaron a los niños que llegaban al lejano orfanato que se encontraba sobre las montañas, algo alejado del pueblo. Pero sólo los niños las llamaban “Madres”, los demás les decían por sus nombres: Isabel, Camelia y Sonia.

Mientras Boni miraba sus pequeños pies con zapatos desgastados y medias dobladas a los tobillos, escuchó a la campana de la gran casa sonar, dando a saber que la hora de almorzar se había presentado. El pequeño niño de cabello azabache aceleró el paso, llegando por fin a la puerta del orfanato; en el camino había encontrado una flor blanca que no dudó en tomar.

Entró deprisa, abriendo la puerta y, al no mirar por dónde iba, se chocó con Camelia, que estaba pasando por ahí en ese entonces. La mujer era de un cabello ondulado color canela, casi llegando al rubio, que caía por sus hombros, recogido en una diadema. Llevaba puesto un vestido largo del color de la tierra con un corsé negro, y por debajo de todo, una camiseta de manga larga color blanca, la cual tenía decoraciones de flores alrededor del cuello.

Miró al menor con sorpresa cuando éste cayó sentado.
—¿Boni?

En ese momento, los niños comenzaban a bajar del piso de las habitaciones a toda carrera, empujándose y corriendo para llegar al comedor primero que el otro; se escuchaban sus risas y gritos.

Boni abrió sus ojitos gatunos y escondió tras suyo la cubeta con agua con velocidad.
—Hola, Mamá Camelia.

La nombrada ayudó al pequeño a levantarse, para luego sacudir sus pantalones con parches en las rodillas.

—¿Qué haces por aquí? —preguntó con voz tranquila—. Ya es hora de almorzar.

Boni observaba a la mayor sacudir su ropa.
—Estaba jugando en el patio —dijo.

Camelia lo miró, deteniendo lo que hacía.
—¿En el patio? —Boni asintió como respuesta—. Muéstrame las manos —pidió ella, a lo que él acató, estirando sus manos, mostrando así dos pequeñas pálidas llenas de tierra y lodo. Camelia torció la boca y levantó la mirada nuevamente a Boni—. Ve, lávate las manos rápido y te vas al comedor con tus hermanos. Si llegas tarde…

—Mamá Sonia se enojará —concluyó el menor con voz repetitiva y sonrió—. Ya lo sé, Mami Camelia.

Camelia le devolvió la sonrisa y le acarició la cabeza, para luego levantarse.
—Bien. Ve rápido, Boni. ¿Quieres que te espere aquí?

Boni negó con una sonrisa y, sin olvidar su cubeta, corrió a las escaleras del gran orfanato, subiendo por ellas.

—Boni —le detuvo Camelia, y el nombrado se volvió. Ella señaló la cubeta—. ¿Qué es eso?

Los ojos de Boni se abrieron automáticamente.
—. Eh… —pensó, mordiéndose los labios—. Ah… Son… Flores.

—¿Flores?

—Sí, para Mamá Isabel.

—¿Y para mí no hay? —preguntó, juguetona.

—No.

Sin decir más, Boni siguió subiendo las escaleras, encontrándose con el pasillo donde estaban todas las habitaciones de los niños.

El azabache siguió su camino, regando pequeñas gotas de agua en el suelo de madera pulida al balancear el balde, hasta llegar a su habitación, la cual la compartía con siete niños más. Iba a tocar, pero al notar que la puerta se encontraba abierta, la abrió con el hombro, y se encontró con dos niños, quienes eran sus hermanos más cercanos: uno era un pequeño castaño, el segundo más joven de la habitación; llevaba puesto un suéter blanco, varias tallas más grande, junto con unas pantalonetas negras y unas botas de lluvia naranjas; y el otro era un niño más alto, que tenía su misma edad y su cabello era también negro; llevaba puesta una camiseta negra, unas pantalonetas azules y unas sandalias viejas grises. Parecía que lo habían estado esperando, pues sonrieron al verlo entrar.

El castaño de piel canela levantó sus brazos.
—¡Booooooooooniii! —Corrió hasta Boni y lo abrazó con fuerza.

Boni sonrió, sosteniendo la cubeta con sus dos manos.
—Hola, Lucelie.

El otro pelinegro se acercó.
—Oyee, ¿dónde estabas? Mamá Sonia vino y al no verte se molestó mucho. ¿Sabes lo que tuve que hacer?

Lucel soltó una risita.
—Le dijo que tenías diarrea.

—¡¿Qué?! —Sus mejillas pálidas enrojecieron—. ¡Elí!

Elías levantó sus manos.
—¡Perdóóón! ¡Pero no sabía qué más decir!

—¡Ahora me van a dar sólo peras!

—¡Lo siento! Si quieres yo te comparto de mi almuerzo… —Elías se interrumpió, observando la cubeta en las manos de Boni—. ¿Qué es eso?

Lucel también dirigió su vista, siguiendo a Elías. Abrió sus ojos.
—¡Es un pececito!

—¡Shht! —calló Boni, mirando hacia la puerta, esperando que nadie le haya oído.

—Es un pececito… —repitió esta vez más suave.

Boni dejó con cuidado la cubeta en el suelo y los tres niños se hincaron ante ella, mirando su interior.

Elías se volvió a Boni.
—¿Dónde lo encontraste? —musitó.

—En la orilla del riachuelo, enredado entre las hojas. Casi se muere.

—Es muy bonito —dijo Lucel, metiendo su mano pequeña en el agua, remangándose para cumplir dicha acción. El pez se acercó a la misma, haciéndole cosquillas al castañito, y soltó risitas.

—¿A las Madres no les va a enojar? —preguntó de nueva cuenta Elías, mirando a Boni con un poco de temor.

Él se encogió de hombros.
—Probablemente. Pero nada sucederá si lo mantenemos oculto.

—¿Qué comen los pececitos? —increpó Lucel, sin dejar de mirar al pez manchado.



#17497 en Otros

En el texto hay: maltrato, tragedia, orfanato

Editado: 20.03.2021

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