CAPÍTULO 3
Boni recibió nuevamente el papel por parte de Elías en medio de la clase. El azabache, mirando de reojo a la maestra, que no era nadie más que la Señorita Sonia, abrió discretamente la nota…
«¿Crees que Mamá Camelia tenga un bebé?»
Boni frunció el ceño ante la nota. Tomó su lápiz y escribió detrás del papel…
«¿Qué cosas estás diciendo?»
Cuando la maestra no estaba viendo, Boni le pasó el papel rápidamente a Elías, quien leyó la nota, le miró y luego tomó otro papel para escribir. Se lo pasó y Boni miró lo que había escrito…
«Bueno… el otro día estaba pasando por la habitación de las Madres. Escuché a Mamá Camelia vomitar y le decían que se relajara y que respirara. Además, todo el mundo sabe que ella está casada con el director.»
El azabache no pudo reprimir su mueca asqueada. Escribió detrás de la hoja…
«Cochino.»
Cuando estaba pasándole nuevamente el papel a Elías, la voz de la Señorita Sonia interrumpió:
—Señorito, Boni, ¿se puede saber qué se está secreteando por detrás?
El salón se volvió a los dos azabache. Ellos se quedaron estáticos, mirando a Sonia con los ojos abiertos. Boni se quedó en la posición de estarle entregando el papel a Elías, y este se lo había estado recibiendo.
Cruzaron una rápida mirada y volvieron a mirar a Sonia.
—Eh…
—Pásenme ese papel —ordenó, comenzando a acercarse.
Los niños tragaron grueso, entrando en pánico.
—Entonces, ya sabes, Elías —decía la enfermera mientras se incorporaba—. El papel puede hacerte daño al estómago.
—Sí, Señorita Lucía. Lo siento. —Elías se levantó apenado, junto con Boni y ambos se dirigieron a la salida.
—Gracias de nuevo, Señora Finol —sonrió Boni, recibiendo el mismo gesto por parte de la enfermera y salieron. Boni cerró la puerta de la enfermería y se hizo al lado de su mejor amigo, comenzando su camino a los salones—. No puedo creer que en serio te tragaras la nota —rió.
—¿Qué más querías que hiciera? —le replicó el más alto—. Si Mamá Sonia leía la nota, me pondrían a lavar los baños de por vida.
—Y sacar la basura.
—No me estás ayudando.
Boni se rió.
Elías abrazó al más bajo por los hombros, y de esa manera caminaron en silencio por un tiempo más, sincronizando sus pasos. El sonido de las aves cantar y el viento pasar por los prados, haciendo que las hojas de los árboles susurraran tras su roce continuo, era relajante, y si se escuchaba atentamente, casi se podía oír que estaban diciendo algo. A Boni muchas veces le gustaba cerrar sus ojos, y escuchar atentamente lo que la naturaleza le decía, lo que la vida trasmitía con sus sonidos en armonía. Cuando se encontraba muy molesto, frustrado por algo o a veces que discutía con Elías, siempre se sentaba en la ventana de su habitación y se dedicaba a ver el firmamento, por donde las nubes paseaban tras el empuje del viento lejano, y donde las aves se dedicaban a cantar la maravilla de vivir y ser libre. De esa manera siempre lograba sentirse nuevamente en paz y arreglar las cosas.
—Oye, Boni —llamó Elías de repente.
El azabache le respondió con un ruido, dándole a entender que lo oía.
—¿Crees que alguien llegue a adoptarnos?
Las inesperadas palabras de su hermano hicieron a Boni frenar sus pasos en seco, haciendo que Elías hiciera lo mismo, mirándole. Boni no habló por un tiempo, con sus ojos en el suelo, y su rostro pensativo.
—Yo… —dijo, por fin—. Yo nunca lo he pensado. —Nuevamente hizo silencio unos segundos y levantó la mirada a su hermano—. ¿Por qué preguntas eso?
Elías se encogió de hombros.
—No lo sé —respondió—. Sólo pasó esa pregunta por mi cabeza. Varias familias ya se han llevado a muchos amigos nuestros… —Sus ojos se perdieron en el aire de un momento a otro—. Creo que… Supongo que tengo miedo de que nos separen a nosotros también.
Boni abrió sus ojos.
El viento viajero revolvió los cabellos de ambos niños, quienes se miraban a los ojos, sintiendo en sus corazones aquel pacto de amor que hicieron hacía años. En sus pechos sintieron un dolor a la par que sus sentimientos comenzaron a emanar.
Aquel pacto era para siempre, ¿cierto? Jamás se rompería el hilo de fraternidad que unía sus corazones.
¿Llegaría el día en el que sus almas serían separadas por los deseos de otras personas?
¿Algún día tendrían que dejarse atrás el uno al otro?
Una imagen invadió la mente de Boni: Un hilo rojo que era cortado sin piedad por una cuchilla de plata forjada en el destino infiel, él soltando la mano de Elías, mientras que éste se alejaba con su nueva familia, dejándolo a él atrás, y por más que le llamaba a gritos, Elías no volteaba a mirarle.
Los ojos de Boni comenzaban a arder; su corazoncito le dolía por lo fuerte que palpitaba.
Él no quería quedarse solo. No quería que Elías se fuera. Sí, tenía a Lucel, pero no era lo mismo; Elías era una persona que tenía un lugar en su corazón, y si esa pieza era arrancada, no había otra con la misma forma que pueda reemplazarla; pero no se trataba de un vacío, sino el complemento que faltaría en su vida.
¿En qué momento el ambiente se había puesto tan melancólico?
Las tibias lágrimas ya habían comenzado a caer por sus pálidas mejillas sin que se percatara, y de repente, el abrazo de Elías lo hizo volver a la realidad, haciéndolo darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
—Lo siento —musitó Elías, apretando el cuerpo más pequeño—. No debí decir eso.
Boni seguía algo sorprendido.
—Nosotros jamás nos separaremos —continuó el más alto—. Eres mi hermano, Boni. Jamás te dejaré. Nunca te abandonaré.
Boni, con las manos temblorosas, abrazó de vuelta a Elías, apretando su camiseta negra al esconder su carita en el hombro ajeno.