Día de Poder

PARTE 7

Cuando Clara reunió el coraje suficiente para abrir los ojos, se encontró con que estaba acostada en el sofá de su tío. La habitación parecía haber vuelto a la normalidad y Eduardo se inclinaba sobre su rostro, tratando de discernir su estado:

—¿Estás bien?— preguntó Eduardo, preocupado.

—Oh, tío…— susurró ella, explotando en llanto inconsolable.

Eduardo la abrazó con cariño para consolarla:

—Está bien, ya pasó— la confortó.

Eduardo no sabía a ciencia cierta lo que Clara había percibido, pero sí era consciente de que debía haber sido abrumador. Así que le trajo pañuelos descartables y le preparó un té caliente. Esperó pacientemente a que ella se repusiera un poco, para poder terminar de explicarle su situación y responder a las preguntas que seguramente bullían en la mente de su sobrina.

—¿Qué fue todo eso?— preguntó Clara con voz temblorosa, apretando la taza de té caliente con su manos, como si tratara con ese gesto, de asirse a la realidad física que la rodeaba.

—¿Qué fue lo que sentiste?— le preguntó Eduardo con suavidad.

—Cosas… cosas imposibles… cosas que no existen…— balbuceó ella. El solo tratar de recordar la arrastraba otra vez a su traumática experiencia.

—Si percibiste esas cosas, es porque son posibles y definitivamente existen— la contradijo él, tratando de no sonar áspero o insensible a la devastadora vivencia que ella había sufrido.

—Escuché voces… muchas voces… estaban sufriendo, atrapadas…— continuó ella su fragmentado relato—. Creí que iban a volverme loca— meneó la cabeza, asustada—. Una de esas voces era la de mi padre— anunció, levantando la mirada hacia Eduardo.

—¿Qué te dijo?

—Que debía hacerte caso, permitir que me ayudaras.

Eduardo asintió, sonriendo:

—Sí, eso suena como él.

—¿Qué me está pasando, tío? ¿Qué eran todas esas voces y las cosas que vi?— inquirió ella con ansiedad.

—Como te dije, tu padre te inició antes de morir— comenzó Eduardo—, pero él sabía de sobra que sus enemigos sospecharían que lo había hecho, así que bloqueó tu despertar hasta tu decimosexto año de vida. De esa manera, aunque el poder estaba dentro de ti todo el tiempo, no podía manifestarse. Los enemigos de tu padre te mantuvieron estrechamente vigilada todos estos años. Por eso, yo tuve que mantenerme alejado de ti y de la familia. Si ellos veían que yo te contactaba de alguna manera o que mostraba interés en ti, pensarían que te estaba entrenando y descubrirían el ardid de Ademar.

—¿Tú eres un brujo también?

—No uno tan poderoso como tu padre, pero sí— admitió su tío.

—¿Y es este mi poder? ¿Escuchar todas esas voces?

—No exactamente— respondió Eduardo—. Tu poder real no ha despertado todavía, solo tu percepción. El treinta y uno de octubre, el día de Halloween, también es un día de poder. Ese día, la barrera que separa la comunicación y el contacto entre los vivos y los muertos se debilita. Con el despertar de tu poder tan cercano, yo sabía que tu percepción se dispararía sin control. Por eso te di el anillo con la amatista, para protegerte de las voces de los muertos clamando por tu ayuda.

Clara miró el anillo. Instintivamente lo cubrió con su mano izquierda, como protegiéndolo de miradas indiscretas, como asegurándose de que nadie pudiera sacárselo.

—Las voces que escuché… no eran solo de personas muertas— declaró Clara, ensimismada—. También había voces de personas vivas.

—¿Estás segura?— frunció el ceño Eduardo.

—Sí— aseguró ella—. ¿Por qué? ¿Es malo?

—No— meneó la cabeza su tío—, solo es más de lo que esperaba. Significa que con tu poder no solo podrás liberar de su sufrimiento a los muertos sino también a los vivos.

—¿Liberarlos? ¿Cómo se supone que voy a hacer eso? ¡Ni siquiera soporto escucharlos!— protestó Clara.

—Verás las cosas de otra manera esta noche, cuando despierte tu poder— trató de confortarla él.

—No lo creo— se negó ella—. No me interesa nada de esto, no quiero este poder.

—Sé que estás asustada, Clara, pero ten en cuenta que…—intentó él.

—¡No!— lo cortó ella con vehemencia—. No quiero esto, solo quiero mi vida como ha sido hasta ahora.

—Me temo que eso no es posible— trató de aplacarla Eduardo—. Después de esta noche, nada podrá detener lo que tu padre programó para ti.

—Usaré el anillo— le retrucó ella—. Mientras lo tenga puesto podré seguir con mi vida normal.

—Clara… Escúchame…— le rogó él—. El anillo sirvió hasta ahora porque tu poder sigue dormido, pero después de que despierte, ya no tendrá efecto alguno.




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