Día de Poder

PARTE 8

 —Clara, sé que estás muy enojada con todo esto— comenzó Eduardo—. Entiendo que lo veas como una carga más pesada de lo que crees poder soportar, pero no es así. Tampoco es cierto que tu padre te haya arruinado la vida, por el contrario, todo lo que hizo, lo hizo por tu bien. Él tenía la capacidad de ver el devenir de las cadenas de sucesos en el tiempo, y vio que lo único que podría llenar tu vida, lo único que tendría sentido para ti, estaba relacionado con tus logros a través de este poder que tanto rechazas. Él murió para darte esto, Clara. Por favor, no reniegues de tu herencia.

A pesar de la elocuencia de su tío, Clara no cambió su postura. Desvió la mirada al piso y se mantuvo en un obstinado silencio, con una mueca de disgusto en los labios.

—De acuerdo— suspiró él al ver que ella no cedía—. Al menos déjame advertirte sobre el peligro que corres.

—¿Por haber venido a verte? ¿Vas a decirme ahora que además de todo el lío en el que mi padre me metió al darme este supuesto regalo de poder, tendré que vérmelas también con sus enemigos?

—Sí y no— admitió su tío con reticencia—. Es cierto que estarán al acecho, pero no tienen tiempo de actuar entre ahora y esta noche. Y después de esta noche… bueno, creo que lo pensarán dos veces antes de antagonizarte.

—¡Oh! ¡Qué alivio!— le retrucó ella, irónica.

Él ignoró su sarcasmo y continuó:

—Cuando se realiza una iniciación, el poder se despierta y va creciendo paulatinamente, dando tiempo a que la persona se adapte, permitiendo que sea entrenada para un desarrollo natural, progresivo y fácil de asimilar. Pero tu caso es diferente. Tu iniciación ocurrió cuando eras una bebé y tu poder fue bloqueado. Eso significa que ha estado macerándose, creciendo, y ganando potencia y dominio por dieciséis años. Cuando esta noche sea liberado al fin, explotará en una conflagración incontenible y destructiva.

—¿Destructiva?— repitió Clara. No le gustaba cómo sonaba eso.

—Eso me temo— asintió él.

—¡Fantástico!— gruñó ella—. ¿Alguna otra cosa más?— preguntó, exasperada.

Él no se inmutó con el fastidioso tono de ella:

—Tu padre previó también eso— dijo, suspirando con resignación—. Así que me asignó una parte importante en tu peligroso despertar.

—¿Te apuntó como mi entrenador?— le espetó ella con desprecio.

—No, no hay tiempo para eso. Yo seré tu catalizador.

—¿Qué diablos significa eso?

—Significa que yo absorberé el exceso de energía que bajará sobre ti para que no te quemes viva.

—Gracias, supongo— dijo ella, aun enojada.

Él tragó saliva y exhaló un largo suspiro tembloroso.

—Te veré esta noche en la cena, entonces— se puso él de pie, dándole la espalda para que ella no viera la lágrima que corría por su rostro.

—Un momento— dijo ella, percibiendo que había un secreto más que él no le había dicho—. ¿Qué pasará contigo? ¿Qué pasará cuando absorbas esa energía?

El apretó los dientes para no contestar.

—¿Tío? ¡Dímelo!— le exigió ella.

Él se dio vuelta hacia ella y ella pudo ver las lágrimas surcando sus mejillas en silencio.

—¿Qué va a pasarte esta noche?— preguntó ella con la voz quebrada y una profunda angustia presionando su pecho, pues intuía la respuesta.

—Moriré— respondió él con un hilo de voz.




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