La mañana estaba helada, hacía un frío que recorría los huesos acompañado de un mal presentimiento... Las únicas veces que habían parado el vehículo fueron para recargarlo de gasolina y para dormir en cuanto cayó la noche, afortunadamente sin ningún incidente. El único inconveniente a la hora de llenar el combustible era hacerlo rápido, pues a fin de cuentas había zombis que los perseguían mientras estaban conduciendo, lo que los obligaba a agilizar sus movimientos a la hora de detenerse. Avanzaban a una velocidad moderada ya que si iban rápido harían mucho ruido con el motor y eso atraería la atención de más gente muerta.
Mientras conducía, Michael pudo distinguir de varios edificios a personas asomándose por las ventanas, atraídos por la curiosidad de ver quién deambulaba por las desiertas calles. Sólo un loco se atrevería a estar afuera.
Al parecer la cantidad de gente que no estaba infectada era mayor a la que él creía, sumando además algunas veces que se toparon a gente sana por las calles caminando sigilosamente en cuclillas. Se preguntó las razones por las cuales la gente quisiera salir y pronto se contestó así mismo la intriga; comida, agua, higiénicos y medicinas. Era alucinante y descabellado ponerse a pensar en las infinitas situaciones que les podrían haber pasado a las personas de todo el mundo... Como, por ejemplo; qué pasó con los enfermos que necesitaban estar conectados en hospitales para seguir viviendo, qué habrá pasado con la gente ciega o sorda; el simple hecho de imaginarlo suena incluso sínico, qué habrá sido de esas mujeres que estaban embarazadas, es decir, tuvieron que haber dado a luz en su casa ya que afuera estaba repleto de zombis, qué habrá sido de toda esa gente con discapacidades tanto físicas como mentales... Es atroz tan sólo el imaginarlo...
Aunque Michael sabía perfectamente qué fue de todos y cada uno de ellos, no era difícil adivinarlo: Estaban muertos, o al menos la mayoría. Había tantas personas en el mundo, tanta gente en situaciones y momentos tan aleatorios que ni siquiera la mente alcanzaba a asimilarlos todos. ¿Cuánta gente mala habría muerto? Asesinos seriales, violadores, secuestradores, mafiosos… Pero a la vez, ¿cuánta gente buena habrá muerto también? Niños, bebés…
Las conversaciones en el camión militar escaseaban, nadie decía ni una sola palabra, parecía un transporte de mudos. No los culpaba, él sabía perfectamente por qué estaban así, todo mundo estaba preocupado, todos le temían a algo y lo peor es que ese algo podría realmente pasar o estar pasando. Quizá Joshua estaría preocupado por su madre y hermano, sus soldados estarían preocupados por sus familias, excepto Will, claro, maldito suertudo, y Miranda estaría quizá preocupada por su familia también. A fin de cuentas, cada persona era un mundo diferente.
Michael no dejaba de pensar en su esposa e hijos, sabía que en ese momento estarían en Seattle a salvo de la infección y de los zombis, eso era lo único que le impedía darse un tiro en la cabeza. Pero aun así anhelaba poder estar con ellos y tenerlos en sus brazos.
Comenzaba a agobiarse de estar sentado tanto tiempo sin hacer nada más que conducir. No dejaba de mirar el reloj de su muñeca como si mientras más lo mirara más rápido fuera a llegar a Colorado.
Estaba seguro de que ya estaba por el extremo este de Nevada, pero hasta no ver alguna señal por la carretera no lo tenía claro. Se fueron por el sur, por un punto donde cruzarían rápidamente Nevada y llegarían a Utah el doble de rápido.
A pesar de haber detenido el camión para dormir en la noche, Michael no pudo conciliar el sueño. Decidieron estacionar el vehículo porque conducir bajo la poca luz de la luna era peligroso y estúpido.
Todos durmieron como bebés adentro del camión, menos Mike, pensamientos intrusivos no pararon de atormentarlo toda la noche. ¿Y si el helicóptero de su esposa e hijos se había estrellado? ¿Y si no habían podido llegar a Seattle? ¿Su mujer pensará que él ya estaba muerto? ¿Estará pensando también en Michael como él piensa en ella?...
Michael tenía la vista muy cansada y también el cuerpo entero, más de una vez estuvo por dormirse, pero no lo logró en ninguna ocasión. Estaba a nada de decirle a William que tomara el volante.
Eran casi las ocho de la mañana, el sol brillaba ya lo suficiente como para ver perfectamente cada calle y cada letra de las señales de tránsito, el último cartel que vio decía que se aproximaban a Utah, pero no alcanzó a ver cuántos kilómetros de distancia les restaba para eso.
Cada vez le parecía ver más zombis aquí y allá, era como si mientras más se acercara a Colorado, más criaturas hubiera por el camino. Le daba escalofríos el imaginar que con el más mínimo error podría hacer que los devoraran a todos, y de pronto, ocurrió.
Iba con tanta confianza en que serían los únicos en carretera, que ni siquiera se preocupaba en mirar las calles de los lados cuando avanzaba bajo los semáforos, y por no hacerlo, chocó.
El impacto fue tan duro que hizo que el camión se volcara. El golpe fue por el costado izquierdo y ni siquiera pudo ver qué los impactó. Cuando ya estaban volcados y después del aturdimiento inicial, Michael ordenó a gritos que se levantaran rápido y salieran del camión. Él fue el primero en hacerlo escalando por la puerta del conductor y al alzar la vista se alegró con toda el alma al mismo tiempo que temió como pocas veces lo había hecho, el ruido del impacto pudo haber alarmado a una infinidad de zombis.