Día Z: Apocalíptico I [ahora en físico]

27-Superviviente; Sammuel.

Lo estaban arrastrando a la entrada de la jaula mientras pataleaba y se sacudía para poder soltarse. El cansancio le recorría la espalda y las fuerzas se le estaban acabando, cuando de pronto un sujeto calvo y con tatuajes se acercó a abrirle la puerta; tenía mordeduras de perro en la mano y, al parecer, también mordidas humanas.

Sammuel lo miró extrañado.

«Si había sido mordido por zombis, ¿por qué no se había convertido en uno?», pensó.

El hombre mordido notó que se lo miraba con detenimiento, así que le dio una bofetada para apartarle la vista.

Una vez estuvieron en la puerta de la jaula, los perros comenzaron a lanzar rugidos feroces de hambre y hostilidad. Rick gritó una orden para que aventaran a Sammuel hacia el interior, cayendo estrepitosamente.  El sabor de la sangre en la comisura de sus labios le impregnó el paladar con su característico sabor a metal. 

Al caer dentro, lo primero que hizo fue girar al instante para intentar salir. Los perros ladraban de una manera infernal y el miedo lo invadía con tan sólo voltearlos a ver. La puerta ya tenía un candado puesto y las risas de los espectadores invadían el recinto donde se encontraba.

Rick estaba caminando en el exterior hacia los barrotes donde estaban encadenados los perros, tan sólo bastaba con sacar la cadena del lugar donde estaba atascada y los tres perros zombis podrían correr a devorar a Sammuel. 

Éste intentó trepar por la jaula donde estaba encerrado, pero fue inútil, el metal era resbaladizo y aun así no tendría la fuerza para aguantar mucho tiempo colgado.

Sólo le quedó cerrar los ojos entre los gritos de bulla mientras se engañaba a sí mismo pensando que su madre y su hermano estarían a salvo de por vida.

Un sonido sordo lo exaltó al igual que a todos los que estaban en el recinto. Se escuchó cómo tiraban la cerradura de alguna puerta y tras esto, unas pequeñas latas recorrieron el suelo hasta detenerse a unos centímetros de los residentes para después comenzar a expulsar humo. 

La sala se hizo un gran caos: los pandilleros comenzaron a gritar como locos y varios disparos con silenciadores se escucharon al mismo tiempo que el sonido húmedo de balas penetrando cuerpos se extendía entre todos los que antes habían sido espectadores del atroz destino de Sammuel, éste volteó hacia todos lados, pero las bombas de humo le impedían ver con claridad, sólo lograba distinguir el fuego de las armas al ser disparadas. Los perros que estaban encerrados junto con él comenzaron a ladrar con más fuerza y ansiedad, pero Rick no había logrado desanclar las cadenas a tiempo.

—¡Sammuel! —escuchó que gritaron—. ¡Sammuel! ¡¿Dónde estás?!

Era Jack.

De pronto una gran cantidad de sentimientos se encontraron y entre la desesperación, la ansiedad, la emoción, el humo y el miedo... comenzó a dejar de respirar.

Sus pulmones de nuevo le estaban fallando, intentó tomar aire una, dos, tres veces, pero en ninguna logró llenarlos. Cayó al suelo, por la falta de aire estaba comenzando a marearse y los sonidos se fueron atenuando. Una vez en el piso, a varios metros de distancia, logró distinguir entre el humo varias botas militares y escuchó cómo los perros cayeron tras un par de tiros.

Sammuel intentó gritar, pero no tenía aire alguno.

—¡No está aquí! —distinguió que gritaban.

—¡Quizá se lo llevaron los que alcanzaron a escapar!

—¡Vamos tras ellos! —Fue lo último que escuchó antes de perder la conciencia.

Las vistas negras se convirtieron en un atardecer agradable. Se encontraba sentado en una banca a la orilla de la playa, miró a la derecha y notó que a su lado se encontraba su hermano Joshua, lo miró unos instantes antes de volver la vista hacia el sol que se estaba escondiendo en el horizonte más rápido de lo normal, y mientras más bajaba se sentía más cansado y con mucho sueño.

—El tiempo se acaba, ¿eh, Sam? —le dijo con una voz áspera.

—¿Por qué lo dices? —contestó.

—¿Hueles eso? Es la muerte.

Extrañamente comenzó a notar un olor a podrido, igual a carne echada a perder.

—Así huelen los zombis —dijo Sammuel.

—Ellos son la muerte, parece que no has entendido. Descubriste algo, pero no sabes qué es, ni si quiera yo lo sé, pero es la única manera de combatir a la muerte, nada más sirve, nada más nos salvará de este infierno.

—¿Qué quieres decir? —dijo mientras comenzaba a sentir que le oprimían el pecho, y cada vez que lo hacían el sol extrañamente subía en vez de seguir bajando, la iluminación de este lo empezaba a cegar de una manera extrema, le dolían los ojos.

—No lo sé, tendrás que descubrirlo —contestó mientras se levantaba y se comenzaba a alejar.

—¡No podré si no me dices!

—No seas tonto, hermanito, yo sólo soy parte de tu conciencia, lo que significa que la respuesta está en tu mente, sólo tienes que buscar.

La luz había llegado a un punto en el que le impidió ver todo a su alrededor y las presiones en el pecho siguieron cada vez más fuertes hasta que abrió los ojos. Lo primero que distinguió fue la luz de una linterna, y seguido de esto, la cara de su mejor amigo, Jack.




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