Día Z: Apocalíptico I [ahora en físico]

30-Recuerdos; Michael.

Miró su reloj: 03/11/27, 12:26 pm.

"Cuanto antes partamos, mejor". Michael lamentaba haber dicho eso en la madrugada, pero ahora ya no se podía quejar, el general había dado la orden de ponerse en marcha y ya estaban todos listos para partir.

—Bien, soldados, necesitamos usar una formación ofensiva. Ya que las puertas son el único lugar por el que podemos salir, necesitaremos exterminar a todos los malditos animales de afuera. Lo que podemos hacer es usar una variante de las formaciones defensivas ya usadas antes. Haremos dos filas horizontales —dijo mientras señalaba las puertas—. Una tras la otra, los de la fila del frente estarán de rodillas, y los de la fila trasera estarán parados. Ambas dispararán, en cuanto sus cargadores se vacíen, a sus espaldas habrá soldados que les reemplacen las armas por otras ya cargadas y así continuamente hasta acabar con todos los enemigos. ¿Entendido?

—¡Sí, señor! —contestaron todos al unísono.

Entonces se posicionaron como les habían ordenado y se prepararon para abrir las puertas.

—¡A mi orden! —gritó el general—. ¡Ahora! —rugió tras una breve pausa.

Abrieron las puertas y comenzó la masacre mientras dejaban al descubierto la carnicería de la noche anterior. Los animales seguían devorando los cadáveres de los soldados caídos, sólo de los que no se levantaron, ya que había militares zombis rondando por aquí y por allá.

Hicieron exactamente lo que les ordenaron; comenzaron a disparar a diestra y siniestra a todo ser viviente.

—¡Sin piedad, soldados! ¡Dispárenles a todos! —gritó Michael—. ¡Ahora, aunque caminen, no significa que están vivos!

Cuando se les acabó la munición a sus armas, ya había otra cargada esperándolos detrás de ellos, así que sólo se preocuparon por entregar la vacía para que la recargaran de nuevo. Todos los animales y exsoldados cayeron rápidamente, era una estrategia muy efectiva ya que sólo duraban dos segundos en volver a disparar cuando vaciaban el cargador.

Lobos, aves, tigres, cocodrilos, simios, incluso animales pequeños como suricatas y ardillas estaban yendo frenéticamente hacia la tienda, intentando traspasar las líneas humanas para poder darse un festín de carne fresca.

Parecían no acabarse, llegaban más y más, pero a fin de cuentas no se acercaban ni un poco, eran eliminados apenas se colocaban en el ángulo de los tiradores, su eficacia era inigualable, y mejor aún; intraspasable.

En menos de cinco minutos habían acabado con todo aquello que se les cruzó por delante, incluidos los zombis que se acercaron por el ruido. Habían masacrado alrededor de sesenta individuos.

—¡Está despejado, señor! —exclamó uno de los soldados del frente.

—Entendido —respondió el general—. Andando, señores, no querrán que los lleve de la manita. Llenen el combustible de los vehículos funcionales y sigamos, creo que para nuestra mala suerte ya no necesitamos tantos como ayer.

La caravana estaba reducida casi en su totalidad, ya parecía más un pequeño convoy. Lo que antes lucía como esperanza, ahora demostraba derrota y no levantaba ni la mitad de los ánimos que levantó alguna vez.

El sol brillaba agonizante sobre el pavimento húmedo, y sus rayos se reflejaban en los charcos de sangre y agua como si de espejos de tratase. El aroma era nauseabundo, lo que una vez olió deliciosamente a tierra mojada, ahora se había combinado con sangre y carne podrida, que estaba provocando arcadas a todo el que respiraba sin cubrirse con sus pasamontañas.

—Mejor que Afganistán, ¿eh? —le dijo el general mientras se acercaba, tapándose la nariz.

—Todo es mejor que Afganistán, señor —respondió mientras iba sosteniendo su M16 a la altura del hombro, lista para disparar.

El sonido a la lejanía lo mantenía al tanto. No estaba confiado, ni siquiera teniendo a una decena de soldados alrededor suyo se sentía tranquilo. Tan sólo tres días desde el atentado y las calles estaban desiertas, mirara donde mirara, parecía una ciudad fantasma.

—¡Están llenos! —gritó un soldado.

—¡Andando, señores! —dijo el general mientras subía al primer coche de la fila—. Usted viene conmigo, sargento, suba.

Michael asintió con la cabeza y subió a la ametralladora del techo.

—¡Cubra el frente, soldado! —le exigió el general al momento de subir.

—¡Así será, señor!

Continuaron en su avance hacia Colorado, iban conduciendo muy lentamente, siendo un gran problema si de tiempo se trataba.

Él ya tenía ganas de abrazar a su esposa, a sus hijos, a sus dos pequeños... Quería ya tener tiempo para poder recordar a su tercer hijo, que había fallecido por culpa de un atentado de Flamante...

Lo recordaba como si hubiese sido un par de días atrás, y en ese preciso instante sin nada qué hacer, decidió volver a pensar en qué falló...

Puente Golden Gate, San Francisco, California; 12/08/2025, 10:27 am.

—¿Podrían por favor dejar de pelear? —dijo Michael mientras miraba por el retrovisor del auto a sus hijos golpearse por una consola de videojuegos portátil.

—Anda, ya, ¡denme esa consola! —dijo su esposa justo antes de arrebatarles el dispositivo—. Si van a pelear por él, ninguno lo tendrá.




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