Parecía que las lluvias no iban a terminar, a lo lejos se podían ver de nuevo grandes y frondosas nubes de un color grisáceo y oscuro, acompañadas de relámpagos y fuertes vientos.
—Alrededor de veinte minutos para la tormenta —dijo el sargento, quien estaba en los asientos de adelante, junto al conductor—. Será mejor ir a recargar combustible antes de que azote. El maldito autobús estaba casi vacío al momento de subir.
Todos se miraron nerviosos, recargar combustible significaría que se detendrían en una gasolinera durante unos minutos, y dadas las condiciones del mundo actual, en unos simples minutos podrían ocurrir demasiadas desgracias.
—¿Gasolinera más cercana, soldado Pypers?
—A medio kilómetro yendo recto, señor —respondió de inmediato.
—Perfecto. Y controle esa pierna, si sigue moviéndola así terminará haciendo un hoyo en el piso. —Señaló el pie del soldado.
—Claro, señor, disculpe. —Parecía que había una nube de tormenta sobre Pypers, sudaba a cantaros.
Cuando llegaron a su destino, de una manera veloz y eficaz bajaron dos soldados a recargar el combustible del camión, llenándolo hasta el tope para no tener que volver a parar en otra gasolinera mínimo hasta llegar a Colorado. Extrañamente no hubo ningún contacto con enemigos, ni siquiera se vio a alguno cerca, les parecía tan extraña e incluso imposible tanta paz. Si no fuera por la total ausencia de gente y el silencio absoluto parecería que todo estaba normal… y el humo, claro, y la ligera neblina, y las manchas de sangre por todos lados… y los cadáveres.
—¡Vamos, rápido soldados! —les gritó el sargento mientras subían de nuevo al autobús.
Una vez estuvieron arriba, arrancaron de una manera lenta y agobiante, pero totalmente segura. No podían arriesgarse a hacer mucho ruido, todo les iba saliendo tan bien…
—¿Por qué crees que esa sangre tiene la cura? —le preguntó el sargento a Sammuel después de unos minutos de relajante silencio.
Rápidamente Sam salió de su estupor y notó que todos lo estaban volteando a ver. Se sentía toda una celebridad.
—¿Perdón? —contestó—. ¿A qué se refiere?
—Dices que en ese frasco con sangre casi coagulada está la respuesta que lleva a la cura, ¿por qué?
—No estaría totalmente seguro, es más un salto de fe, sabe, aunque creo tener una explicación más o menos entendible.
—Pues, anda, dila.
—Bien… —Las miradas de todos lo comenzaban a poner nervioso—. Lo que sabemos física y visualmente es que al sujeto dueño de esta sangre lo mordieron, tanto perros como humanos, y lo sabemos por las marcas que tenía… —Se pasó la mano por su cabello, revolviéndose con brusquedad su lacio castaño. Había comenzado a sudar—. A pesar de esto, él seguía vivo, bueno, consciente de sí mismo.
—¿Cómo sabes que no eran antiguas? —le preguntó un soldado del que no sabía su nombre.
—Pude observar que estaban frescas, se notaban muy recientes y aún no habían cicatrizado en su totalidad, más de uno se acercó a verlas de cerca.
Varios soldados asintieron.
—¿Y si quien las hizo no estaba infectado? —preguntó otro hombre.
—Puedo asegurar que no, las mordidas eran profundas, nada que pareciera un accidente o humano.
—Bueno, está bien, eso es lo más visible, ¿pero su sangre qué tiene que ver?
—Bueno, cuando aún funcionaba la radio pasaron muchas veces un reportaje en el que decía que sólo se podían infectar personas que tuvieran el corazón y el cerebro intacto, eso sólo puede significar una cosa...
—Las bacterias se mueven por la sangre... —terminó el sargento.
—Exacto, y el corazón es quien bombea la sangre para que fluya por todo el cuerpo —continuó Sammuel—. Así es como logran llegar al cerebro tan rápido, por eso la transformación es casi inmediata.
—¿Por qué tú sabes eso y los de la radio no? Si ellos son profesionales.
—Porque fui yo quien me topé con alguien al que no le afectan las bacterias, soy yo el que sabe que cierta sangre especial no es del gusto de éstas, o al menos las bloquea. Y el hecho de que sólo yo me haya topado con esto, significa que las personas inmunes son muy pocas, una cantidad absurdamente baja. No es ciencia, es intuición y lógica.
—¿Y cómo serviría para la cura? —preguntó Jack, quien estuvo callado todo el tiempo.
—Como dije antes, a esta sangre no le afectan las bacterias, sin embargo, parece que aun así puedes ser atacado por la gente que sí las porta, como nos habremos dado cuenta con las cicatrices del sujeto. Pero ahí está la pequeña ventaja… ¿A cuántos soldados simplemente les mordieron el pie y con eso ya se transformaron? —preguntó a todos sin esperar respuesta—. ¿Y si ahora cada vez que los muerdan, puedan seguir luchando? ¿Qué es una mordida comparada con transformarte en zombi? Ahora a los que muerdan no se transformarán, y una mordida es fácil de tratar. Ahora si cae uno no se unirá al bando de los zombis, y podremos volver a enterrar a nuestros muertos. Imaginen...
Absolutamente a todos en el camión se les iluminaron los ojos con un brillo que reflejaba esperanza, con una expresión que ya no era miedo, sino alivio y sobre todo valentía, valentía al saber que ya existía un rayo de luz entre toda la oscuridad, valor que retomaban al saber que ya había algo por lo que pelear, una razón para no rendirse, para no tirar la toalla.