—¡Autodestrucción! —gritó Nick repentinamente mientras estaba hincado.
Michael no supo qué hacer al instante, así que sólo tomó a William y con una fuerza inhumana corrieron y brincaron hacia el interior de la base en menos de cinco segundos. Justo antes de que cada uno de los helicópteros comenzaran a explotar de una manera descomunal, causando una completa destrucción tras cada estallido.
Michael sólo pudo voltear un instante mientras todos los soldados aliados comenzaban a volar en mil pedazos. Miró a Nick tan sólo unos segundos antes de que el fuego lo consumiera por completo y pudo ver en su rostro una sonrisa de satisfacción mientras le devolvía la mirada.
El general, todos los escuadrones, la mitad de los edificios y las murallas comenzaron a explotar y destruirse uno tras uno. Al parecer los helicópteros tenían integradas bombas muy potentes, un solo helicóptero podría destruir una estructura completa sin ningún problema.
—¡Oh, por dios! —chilló William entre una voz quebradiza y entrecortada.
—No hay nada qué hacer, corramos con Martin y los otros, ¡ya! —gritó Michael después de recuperarse de la sordera y de la impresión inicial.
Ambos comenzaron a correr lo más rápido que podían, si el fuego o las explosiones llegaban a los conductos de gas estarían muertos; ellos y toda la manzana explotarían al instante.
A la lejanía se podían escuchar chillidos ensordecedores y gritos de zombis. El gran estruendo los hizo interesarse en la base militar, casi se podía sentir el retumbar de las miles de pisadas que provenían de los muertos vivientes.
Tumbaron la puerta del comedor y continuaron corriendo por toda la gran sala hasta los pasillos de las oficinas, al llegar al final de estos, salieron por las grandes puertas de concreto mientras comenzaban a caer pedazos humanos por todo el lugar; piernas, piel, brazos, sangre y vísceras.
Los disparos se escucharon claramente, los zombis estaban rodeando el camión donde estaba Joshua, Martin y su pequeña escolta de dos soldados.
—¡Salgan! ¡Vámonos! —gritó Michael mientras se acercaba y comenzaba a disparar. La cara de todos hacía parecer que habían visto al mismo diablo.
Rápidamente los soldados del camión comenzaron a descender y siguieron a Michael, quien los guio hasta el edificio más cercano que tenían.
Una vez estuvieron delante, Mike no escatimó en el ruido u otra cosa y de varias patadas abrió la puerta principal. Adentro había dos zombis; uno tenía ropa de plomero y el otro un ropaje de anciano. Ambos murieron tras unos disparos.
—¡Entren! ¡Rápido! —ordenó Michael.
—¡¿Qué carajo pasó?! —gritó Martin.
—¡No lo viste! ¡Acaba de explotar toda la maldita base militar! —le respondió William entre gritos—. ¡Todos están muertos! ¡Oh, por dios!
Pasos torpes y pesados comenzaron a escucharse sobre ellos. Todos se pusieron alerta para defenderse, los zombis de los pisos superiores bajarían tras el ruido de los primeros disparos, así que debían preparase desde ya. Incluso Martin y Joshua tomaron un arma y apuntaron a las escaleras. Tenían miedo, los ojos muy abiertos y un sudor frío les recorría por todo el cuerpo, sentían la muerte cerca.
Los zombis llegaron a abajo y entre mordidas al aire intentaron acercarse mientras las balas les impactaban en todo el cuerpo. Michael ni siquiera parpadeaba, se sentía completamente ido después de haber avistado la carnicería de la explosión; los pedazos humanos rondando el cielo, la lluvia de sangre y el olor nauseabundo que conllevaba el espectáculo. Se sentía flotando.
Todos estaban disparando, el ruido de las armas retumbaba por las paredes y hacía un estruendoso sonido que aturdía los oídos de los soldados. Cuando el último zombi cayó al suelo rompieron formación y comenzaron a subir las escaleras en fila india. Michael iba en la cabeza, revisando cada pasillo nuevo con el que se topaban mientras subían hasta la azotea.
—Sargento, ¿a dónde vamos? —preguntó Martin, quien subía cojeando agarrado por Joshua y otro soldado.
—Vamos a la azotea para esperar arriba a los helicópteros, abajo no es seguro. Tenemos más oportunidad de ser vistos en la parte superior que abajo entre todo el caos y el humo.
—¿Cuántos pisos son? —preguntó Joshua, que iba jadeando por el esfuerzo de llevar a Martin.
—Desde afuera se veían alrededor de quince —le contestó Will mientras lo empujaba desde abajo—. Estaremos arriba en unos minutos. ¿Te ayudo con Martin?
—No, puedo con él —dijo mientras lo miraba de reojo.
—¿Qué pasó allá? —le preguntó Martin al sargento.
—Nos tendieron una trampa —contestó, cortante.
—¿Cómo? —insistió, quería saber qué pasó realmente.
—Teníamos a Nick Anderssan capturado.
—¡¿Qué?! ¿A Nick Anderssan? No puede ser, era un pez muy gordo. —Le temblaron las piernas después de escuchar el nombre, incluso Joshua abrió los ojos como platos—. ¿Él causó la explosión?
—Sí... Gritó algún tipo de código y causó una explosión en cadena de todos los helicópteros de Flamante que estaban en el interior... Todos murieron —terminó mientras se detenía y lo miraba a los ojos.