Día Z: Apocalíptico I [ahora en físico]

35-Reencuentro; Sammuel.

—¡Allá arriba! —gritó uno de los soldados que iban con él mientras apuntaba con su dedo al edificio más alto que estaba a junto a ellos.

Todos giraron su cabeza hacia el cielo.

Sammuel volteó hacia arriba y enfocó los ojos hasta que por un instante se hizo un hueco entre el humo que lo dejó ver con claridad. Gritó al ver de qué y de quién se trataba:

—¡Joshua! —Salió de su garganta tan fuerte que casi se desgarraba las cuerdas vocales.

Aunque apenas se lograba distinguir gracias a la altura a la que se encontraba, indudablemente era él, tenía el aspecto físico y las facciones corporales, no estaba seguro si lo había escuchado pero lo primero que se le ocurrió fue tomar el arma que tenía en su cinturón y disparar al aire para hacerse notar. Desde donde estaba parecía como si su hermano estuviera a punto de saltar hacia abajo.

—¡¿Estás loco, pendejo?! —le gritó Jack mientras le quitaba el arma.

Sammuel no pudo pensar otra cosa más que "idiota" cuando comenzó a escuchar los chillidos entre la penumbra y el humo que había por las calles.

—¡Eres pendejo! —le gritó el sargento mientras lo empujaba y lo hacía retroceder junto con los demás al edificio donde estaba su hermano.

—¡Suban! —se escuchaban vagamente voces gritarles desde arriba.

Comenzó una lluvia de disparos desde lo alto. Cuando Sam giró la cabeza hacia las calles sólo veía cómo unas gotas fugaces de color amarillo y naranja caían sobre los zombis que se lograban distinguir entre el humo gris generado por el incendio.

—¡Lo hemos encontrado! —le gritó a Jack mientras lo tomaba de la nuca—. ¡Hemos encontrado al maldito infeliz!

Sammuel parecía un niño pequeño derramando lágrimas a chorros y dando tropezones mientras caminaba hacia la puerta principal de la estructura. No podía parar de llorar, y no sabía por qué.

Quizá por la travesía de tres días que había recorrido para encontrarlo, quizá por toda la gente que vio morir frente a sus ojos, por todo lo que pasó en ese lapso; su secuestro, sus descubrimientos acerca de la bacteria, su terror y su cansancio... Quizá incluso por el simple hecho de vivir tres días en un mundo así, eso era suficiente incluso para hacer llorar al más fuerte, y Sammuel no se acercaba ni un poco a ser el más fuerte.

El mundo que ahora tenía ante sus pies era un mundo de caos, donde todos pueden morir como humanos, pero seguir viviendo como monstruos, un mundo en el que ya no daban miedo los fantasmas, las leyendas urbanas ni los vampiros o demonios, ahora a lo único que todos le temen son a los muertos vivientes, a esas criaturas que les gusta comer gente, que están podridos y son repugnantes, que no tienen piel e incluso partes enteras de su cuerpo, que carecen de conciencia o compasión y que se guían por el hambre y el instinto.

—¡La puta puerta no se abre! —gritó el sargento mientras la pateaba—. ¡Ayuda! —le ordenó a uno de sus soldados.

Entre tres sujetos intentaban tumbar la puerta, pero no se movía ni cedía un solo centímetro.

—¡Abran! —comenzaron a gritar todos los soldados mientras las oleadas de zombis se acercaban a ellos de una manera voraz y descontrolada.

Se escuchaba en sus voces la necesidad de correr, tirar las armas y salir corriendo lo más lejos que pudieran, pero su espíritu y valentía los obligaba a mantenerse de pie, con el ojo en la mirilla y el dedo en el gatillo, siendo presionado repetidas veces para exterminar zombis uno por uno. Éstos últimos ya estaban muy cerca de Sammuel y los soldados, las balas se escuchaban impactar de una manera húmeda a pocos metros de ellos, faltaba muy poco para que los tuvieran encima… y la puerta no cedía.

Jack estaba desesperado, se le veía en sus expresiones, en su rostro, se le veía en el alma. Se le notaba el cansancio en las ojeras debajo de los ojos y en la fragilidad con la que sostenía su fusil de asalto, parecía no tener ganas de disparar más y sólo soltar el arma para dejarse engullir por los monstruos.

Sammuel comenzó a disparar también, solamente tenía una pistola 9mm; esa pequeña arma y unas pocas balas serían las cosas que probablemente lo ayudarían a salvar su trasero.

La puerta se abrió de manera repentina y todos los soldados entraron empujándose entre sí de una manera tan informal que fueron cayendo y tropezando mientras cruzaban la puerta, la desesperación les comía el cerebro.

Cuando Sammuel entró, cayó boca abajo y se sacó el aire del golpe.

Jack, quien estaba parado a un lado de él le dio una patada en las costillas para que se levantara, pero lo hizo de una manera que parecía más bien una invitación a que se incorporara.

Las puertas se cerraron nuevamente a sus espaldas y, una vez estuvo de pie, miró al frente.

Allí estaba, por fin, su hermano.

Ambos corrieron y se abrazaron; fue un abrazo tan cálido que se lograba sentir un ambiente hogareño. Los hermanos estaban derramando lágrimas mientras se apretaban fuertemente entre sí, como queriendo no volver a separarse nunca más.

—No sabes cuánto anhelaba encontrarte de una maldita vez y volver con mamá —chilló Sammuel mientras tomaba la nuca de su hermano y pegaban sus frentes.




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