La desgracia que los había acompañado durante todo su recorrido al fin estaba cesando. Estando arriba en el edificio, sentados, contándose todo lo que habían vivido y tan sólo esperando la llegada de los helicópteros de rescate, Michael, después de mucho tiempo, al fin se sentía a salvo.
—¿Qué tal le sienta que al fin volverá a ver a su familia, sargento? —le dijo Martin mientras se acercaba rengueando a su lado y se sentaba junto a él.
—Nada del otro mundo —mintió, la verdad es que sentía mariposas revoloteando por todo su estómago con tal sólo pensarlo.
—Es normal —respondió Martin mientras le echaba una sonrisa sarcástica y le daba un par de golpecitos en el hombro.
—¿Tú no estás preocupado por tu esposa? —preguntó Michael.
—Para nada, además de que está en Seattle con sus padres, la última vez que la llamé antes de que se cortaran las vías telefónicas dijo que estaba totalmente a salvo. —Esbozó una gran sonrisa.
—Maldito infeliz, vaya suerte tienes.
William estaba con el sargento Jameson, de la caravana que acababa de llegar esa mañana. Se veían todos muy contentos y la cara de cada soldado reflejaba una satisfacción y alegría que no se podían comparar. Desde el día uno todos estaban trabajando allá fuera, asesinando criaturas, viendo morir a compañeros, sintiendo la muerte acecharlos.
—Creo que es momento de dejar el casco, soldado —le dijo Michael a Martin mientras saludaba a William con la cabeza cuando cruzaron miradas.
—¿De qué habla?
—Demasiados años sirviendo a un país que sólo nos agradece con una medalla que no vale ni siquiera la hipoteca de mi casa.
—No me diga que piensa darse de baja, sargento, qué sería de nosotros sin un líder como usted.
−Entonces ustedes también deberían salir ya del ejército. Después de lo que sufrimos estos días no merecemos recibir ninguna misión más. —Estaba mirando atentamente el horizonte, o al menos lo que el humo le permitía ver. Aún había fuego saliendo de la base militar.
—Tiene razón, ya va siendo hora de crear una familia con mi esposa, sentar cabeza y tener niños…
—¿Me pierdo de algo? —Se acercó William.
—De nada en específico, sólo estamos acordando nuestra renuncia al ejército.
—¿De qué hablan?
—¡Ja! —rio Michael—. Dijiste lo mismo que Martin.
Los tres amigos se sentaron y comenzaron a platicar sobre qué quería cada uno para su futuro después de llegar a casa.
—Me buscaré una mujer bonita, rubia, alta y de ojos azules —mencionó William.
—Pero con esa cara de ardilla ni un simio se fijaría en ti —rieron Michael y Martin.
Vieron acercarse a Sammuel y a Joshua desde un extremo de la azotea.
—Y él es quien nos ha mantenido a salvo todo este tiempo —terminó de decir Joshua mientras acercaba a Sammuel a Michael.
—Señor, un placer conocerlo. Mi nombre es Sammuel. —Extendió la mano.
—El gusto es mío, soy el sargento Michael, —Estrechó su mano.
—Su esposa y sus dos hijos se veían completamente sanos cuando íbamos en el helicóptero… —mencionó Sam.
A Michael le cayó de golpe aquel comentario, había olvidado que él fue quien dio avisó de que su familia estaba viva.
—¡Eres tú! —exclamó mientras lo abrazaba—. ¿Cómo se veía mi familia? ¿Estaban bien? ¿Te dijeron algo de mí?
Sammuel se sobresaltó.
—Como le dije, estaban bien cuando los vi en el helicóptero. Qué hermosa familia tiene, señor.
—Me alegra tanto escuchar esas palabras, de verdad. —Estaba conteniendo las ganas de gritar de felicidad.
—Estaban cuidando de nuestra madre —añadió Joshua—. Así que puede que ahora mismo estén juntos todos.
—¿Qué procede ahora? —preguntó Sammuel.
—Ahora sólo queda esperar —contestó William antes que Michael—. Sentarnos y esperar.
A la lejanía se empezaron a escuchar las hélices de un helicóptero.
—¿Escuchan eso? —Michael se acercó a la orilla del edificio—. William, tus prismáticos. Sólo son dos…
Una vez tuvo en sus manos los binoculares, pudo observar que no se trataban de helicópteros militares, de nuevo eran de Flamante. Sintió cómo los pies le temblaron.
—¡Al suelo, todos! —gritó.
Rápidamente todo mundo se tiró al suelo tratando de ocultarse de los helicópteros.
—¡Flamante otra vez! —exclamó William mientras sea acercaba gateando hacia él.
Los helicópteros iban volando bajo, y al estar ellos en el edificio más alto del lugar pudieron asomarse sin problema para verlos por encima. Ambas aeronaves se posaron como buitres encima de la base militar y comenzaron a dar vueltas en círculos.
—¿Qué carajo están haciendo? —preguntó Martin.
—Parece que están inspeccionando o verificando algo… Como si quisieran comprobar que en realidad la base está destruida…