Los ocho helicópteros del ejército que aún estaban intactos aterrizaron apresuradamente en las calles mientras seguían recibiendo disparos desde la base.
—¡¿Cuántos malditos están ahí dentro?! —gritó el sargento Jameson.
—¡Parece que al menos iban diez en cada nave! —respondió el sargento Michael.
—¿Escuchan eso? —preguntó un soldado mientras hacía un gesto de silencio.
—¡Oh mierda! ¡Más helicópteros! —exclamó el soldado William.
—¡La puta madre! ¡Más enemigos! —Se alteró Jack.
Sammuel se asomó un poco por el borde y pudo divisar a la distancia alrededor de diez helicópteros de Flamante acercándose a toda velocidad.
—¡Eso nos pasa por no actuar rápido!
Una aeronave del ejército se elevó al vuelo y se acercó a la cima del edificio, descendiendo siete soldados de ella con dos francotiradores en sus manos cada uno.
—¡Los mejores tiradores se quedarán conmigo aquí arriba! —gritó uno de los recién llegados mientras lanzaba los francotiradores al suelo—. Soy el general McKlovin. ¡Acérquense ahora!
En menos de cinco segundos todos estaban a su alrededor.
—Nos dividiremos en tres pelotones; el primero estará conformado por los que nos quedaremos aquí arriba cubriéndolos con francotiradores; el segundo será la infantería que atacará por el suelo, y el tercero la caballería; que serán mis helicópteros. Sargento Michael, usted y su gente irá abajo junto con el equipo del sargento Jameson, déjenme aquí a sus mejores siete tiradores y vayan, ¡ahora!
La rapidez con la actuaron fue increíble. Sammuel jamás había visto al ejército crear estrategias tan rápido interactuando entre ellos, tenían muy claro qué hacer y cómo dividirse, era como estar en una película.
—¿Eres civil? —le preguntó el general a Sammuel.
—Al parecer ya no… —titubeó.
—Si no tenías cartilla militar, ahora ya tienes hasta un rango, muchacho. Toma un fusil y lánzate con el segundo pelotón, el de infantería. Todos ustedes. —Apuntó a Jack y Joshua.
A Sammuel le temblaron los pies, creía que en estos tiempos de caos pelear entre humanos era lo más estúpido del mundo, pero al final de cuentas era Flamante de quien se trataba, los mismos que causaron el caos.
Los tres llegaron abajo y los soldados ya estaban haciendo una formación para salir. Afuera se escuchaban disparos, granadas, misiles, torretas, chillidos y gruñidos.
—¡Joshua! —gritó el sargento Michael, quien estaba hasta el frente en una de las dos formaciones en fila india que habían hecho—. Usted y su hermano únanse a mi columna.
—¡Jack! Usted se viene conmigo —decretó el sargento Jameson.
—¡Recuerden que el objetivo es recuperar la base militar! ¡Neutralizar a toda la fuerza enemiga para poder ser rescatados sin ningún otro inconveniente! —decía el sargento Michael—. ¡Afuera están nuestros hermanos luchando por nosotros! ¡Demostremos que a pesar de todo el cansancio de estar vagando en este mundo Apocalíptico aún tenemos la fuerza para poner nuestro grano de arena! ¡Protéjanse de los zombis! ¡Rematen a los muertos! ¡Y no dejen ningún cuerpo sin al menos un tiro en el cráneo! ¡¿Están listos?!
—¡Sí, señor! —gritaron todos al unísono.
—¡A por esos bastardos! —rugió mientras él y Jameson abrían las puertas de una patada.
Fue como si le hubieran destapado los oídos. Los gritos, disparos, explosiones y chillidos se intensificaron al triple mientras era aturdido por los gritos de guerra de sus compañeros de pelotón.
Al momento de salir, los casquillos de gran calibre de las armas empleadas por los helicópteros de batalla llovían como granizo, y los destellos de las balas recorrían las calles como pirotecnia en días festivos.
—¡Auxilio! —se escuchaba gritar a un sujeto al que entre varios zombis desgarraban su uniforme intentando devorarlo.
Sammuel no lo pensó ni un segundo y corrió hacia él, las balas pasaban silbando alrededor de su cabeza. Cuando estaba más cerca quitó el seguro de su arma y sin piedad disparó a los zombis que devoraban a su compañero.
—¡Te pondrás bien! —dijo mientras se agachaba a levantarlo, le habían arrancado pedazos de carne y cuero.
—¡No quiero ser una de esas cosas! —fue lo último que dijo mientras sacaba su pistola y después de un alarido se disparaba en la cabeza.
La sangre salpicó la ropa de Sam.
«No ganaremos esta guerra sin la vacuna…», fue lo primero que se le vino a la mente.
Una explosión lo hizo salir del shock, giró su cabeza al cielo y observó un helicóptero aliado dar vueltas entre humo y fuego para terminar estrellándose encima de un pequeño grupo de soldados amigos.
No pudo reaccionar, el impacto de un cuerpo lo tumbó al suelo haciendo que su cabeza pegara en el concreto brutalmente. Se trataba de un zombi.
Tomó como pudo a la criatura del cuello mientras evitaba su boca a toda costa, sentía las manos del monstruo intentando rasgar su ropa. La fuerza de las bestias había aumentado considerablemente; antes era como la de un humano normal, ahora parecían tener la de alguien que doblaba su peso. La cara del zombi era irreconocible, no tenía nada de piel y la carne le caía a jirones, los ojos eran rojos lechosos y sus dientes eran cafés y negros, un hedor a carne podrida invadía su cuerpo y secretaba un líquido negruzco como esponjas al ser presionadas. Sammuel se estaba cansando y no podía hacer ningún movimiento que no fuera tomar de la garganta a su enemigo.