Día Z: Apocalíptico I [ahora en físico]

39-Apocalíptico; Michael.

Hacía años que no había combatido así, sentía que los oídos le zumbaban y un ligero pitido lo acompañaba a cada segundo.

—¡Es esa de ahí! —gritó Michael mientras apuntaba con el dedo a lo que parecía una alcantarilla.

—¡Rápido, ayúdenme a quitar la tapa! —ordenó William mientras se colocaba el arma en la espalda y se agachaba para tomar una de las jaladeras que sobresalían del círculo de metal que estaba en el suelo.

Los zombis que se acercaban eran abatidos lo más rápido posible, no debían llamar la atención en ese lugar.

—¿Desde cuándo hay túneles por el suelo? —preguntó uno de los soldados que los acompañaba.

—Desde las guerras del mañana. Se usaban estos túneles como caminos para ir de un lado a otro sin necesidad de salir a la superficie, que estaba plagada de insurgentes.

—¿Eran muchos? —preguntó.

—Había gas.

La tapa fue más difícil de quitar de lo que pensaron, pero con esfuerzo logró ceder y así dejaron al descubierto unas escaleras de metal que descendían a la oscuridad.

Michael fue el primero en apresurarse a bajar, el hedor del interior era putrefacto, hacía muchas décadas que no se usaban. Los insectos, ratas y moho se extendían por cada barrote metálico.

El sonido de los disparos fue disminuyendo constantemente tras cada metro que bajaba y no pudo evitar agradecer a dios el silencio que lo invadía.

—¿Todo bien, sargento? —le preguntó William.

—Es seguro, bajen todos —aseguró después de llegar al suelo y encender su linterna. El agua puerca le llegaba hasta las rodillas.

La oscuridad era absoluta. Afortunadamente en la academia les enseñaban a los sargentos y rangos superiores las estructuras de los corredores y pasadizos, estudiaban bien los croquis en caso de tener que usarlos.

—¡Huele a mierda acá abajo! —exclamó un soldado al momento de llegar al suelo.

—Hijo, literalmente estás lleno hasta las rodillas —le informó Mike—. Por aquí, síganme.

—¿Por qué nosotros no sabemos de esto? —le preguntó William, quien se apresuró para posicionarse a su lado.

—Esta información solo la tienen personas con el rango de sargento o superior, no debe caer en manos de cualquiera porque estos son puntos débiles de la base. Varias alcantarillas de drenaje conectan con estos túneles para causar confusiones y que se camuflen entre todos los otros pasadizos, así es difícil de detectar la línea principal que conduce al hangar, sin embargo, cualquiera que tenga suerte y entre por una alcantarilla común puede llegar a toparse el camino…

—¿Escucharon eso? —titubeó un soldado que los acompañaba.

Todos se detuvieron en seco a escuchar. La única fuente de luz que tenían eran sus linternas y, combinado con el silencio que abundaba, creaban una atmosfera aterradora.

—Escucho un chapoteo en el agua, como pasos… —susurró alguien más.

Había seis soldados, incluyendo a Michael y a William, eran los mejores del pelotón, por lo que había alcanzado a notar cuando estaban en acción, pero aun así el miedo que se sentía era abrumador. Su valentía no les servía de nada cuando se topaban con la muerte cara a cara.

—Debemos avanzar, estamos a unos doscientos metros —sugirió Michael, lo más despacio que pudo hablar—. Quítenle el seguro a sus armas, y estén atentos.

Continuaron así, avanzando lentamente entre el agua, recorriendo cada metro con una tensión que se podía palpar y una oscuridad que penetraba la piel.

De pronto se escuchó un chillido.

Un estruendoso chillido que resonó por todos los corredores del alcantarillado, y seguido de éste sonó otro, y otro y otro, hasta el punto en que necesitaron taparse los oídos. Al hacerlo, a un soldado se le cayó su linterna al agua.

—¡No! ¡Mierda, mierda! —gritó mientras se agachaba y metía las manos al agua.

—¡No hay tiempo para buscarla! ¡Vámonos ya! —ordenó Michael—. ¡Corran, síganme!

Comenzaron a correr en la dirección a la que Mike iba, se escuchaba claramente a sus espaldas un chapoteo de agua que no provenía de sus pies.

—¡El agua nos impide correr! —se quejó William.

Michael se giró un momento y apuntó su linterna a sus espaldas, deseó no haberlo hecho. Decenas de zombis se amontonaban entre ellos con desesperación de ser los primeros en llegar a su comida. Todos estaban totalmente pálidos, con venas rojas y negras surcando su cuerpo, corrían demasiado rápido, más que ellos incluso.

Una explosión en la superficie hizo retumbar los túneles, causando que un pedazo de concreto cayera del techo.

—¡Estamos en la zona de guerra! ¡Ya casi llegamos! —gritó un soldado.

Se escucharon gruñidos y chillidos frente a ellos.

—¡Mierda hay zombis adelante también! —aseguró William.

—¡Formación defensiva! —ordenó Michael—. ¡Ahora!

Todos se detuvieron en seco y sacaron sus armas al segundo, se colocaron en circulo y aseguraron sus linternas al arma.




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