Los helicópteros aliados comenzaron a descender al suelo de la base y todos los soldados se acercaron a ellos para subir y acomodarse en su interior.
—¡Al fin! —gritó Brandon—. ¡Ganamos!
—Oye, viejo, puedes bajar el volumen, por favor —le dijo un soldado que estaba formado para subir a una aeronave.
—Lo siento, es que está aturdido. —Le defendió Sammuel mientras se le acercaba al oído a Jack—. ¡No grites tan fuerte, te escuchamos bien!
—No me estés gritando, pinche wey —le dijo con cara de enfado.
«Menudo cabrón», pensó.
Era su turno de subir. Al estar adentro se acomodaron en un asiento y se aseguraron con cinturones, estaba casi hasta el tope el pobre helicóptero. Las hélices hacían un estruendoso sonido.
—Despegando en tres… dos… uno… arriba —dijo el piloto mediante un pequeño altavoz.
Cuando alzaron el vuelo y comenzaron su camino pudo observar cómo otro helicóptero se acercaba al edificio en el que habían estado y subían los francotiradores. El general McKlovin y su hermano, Joshua, quien tenía todo un brazo vendado hasta el tope y pegado a su cuerpo.
Ya todos estaban en el cielo, parecía toda una caravana aérea. Habían perdido tan sólo cuatro aeronaves aliadas, quedaban seis para transportar alrededor de cuarenta personas.
—Una guerra en la que no enterramos a nuestros muertos… —dijo un soldado mientras se quitaba una gorra que llevaba puesta.
—En la que nuestros muertos se convierten en nuestros enemigos… —respondió alguien más.
Sammuel se limitó a acomodarse en su asiento y mirar hacia el caos de abajo.
—Él tiene la cura —aseguró otro soldado mientras lo señalaba con el dedo.
—¿Qué? —Todos en el helicóptero giraron su cabeza hacia Sammuel.
—Tú dijiste que sabías cuál era la cura cuando veníamos en el camión, que nos haría inmunes.
Todos se habían empezado a mover en sus asientos, se les veía ansiedad en la mirada.
—No, no, no puedo…
—En la bolsa del pantalón tienes una muestra de sangre que nos hará inmunes a todos.
Los soldados se comenzaban a acercar lentamente a él, como lobos acechando a su presa.
—¿Por qué no nos das un poco? —dijo uno de ellos.
—Sí, que nos dé un poco… —decían mientras se levantaban de su asiento.
—¡A ver, pendejos! ¿Qué no escucharon? —interrumpió Jack mientras se posaba frente a ellos, impidiéndoles el paso—. ¡Aún no está hecha la cura! ¡Es sólo una muestra!
—A esa sangre no le afectan las bacterias… —agregó el mismo soldado que lo inculpaba, en su uniforme decía Todd y tenía una herida sangrante en la cabeza. El sudor le recorría su papada llena de escasa barba gris.
—Eso quiere decir que si la tomamos nos hará inmunes igual… —aseguró otro militar tras ponerse de pie.
—¡Eso es totalmente estúpido! ¡¿A caso naciste pendejo?! —le gritó Jack.
—¡No! —Se paró Sammuel—. ¡La sangre de mi bolsillo no le servirá a ninguno! ¡No es una medicina!
Un recluta soltó un gancho derecho a la mandíbula de Jack, dejándolo inconsciente al instante y haciéndolo caer a su asiento nuevamente.
—¡¿Qué pasa allá atrás?! —gritó el piloto. Todos estaban gritando para poder escucharse por encima del ruido de las hélices.
—¡Civiles rebeldes! —gritó un soldado.
Dos de ellos se abalanzaron sobre Sammuel, recargándolo en su asiento y tomándolo de las manos, tras ellos se acercaron más a tomarlo de los pies.
Los que no estaban atacándolo sólo lo miraban sentados desde lejos, sabían que era algo muy estúpido, pero conocían a sus compañeros, eran peligrosos. Mejor dejarlos hacer lo que quieran.
—¡Agh! —gritó mientras le metían la mano a su bolsillo y extraían un pequeño vaso que antes pertenecía a alguna clase de caramelos—. ¡Son estúpidos!
—Hay sangre para todos muchachos —celebró un soldado.
Sammuel no podía moverse, la fuerza de los reclutas era muy superior a la de él.
—¡Jack! —le gritaba—. ¡Despierta!
El militar que le quitó el recipiente lo destapó y le hundió el dedo para después chupárselo. Como si de una galleta y un vaso de leche se tratara. Y tras éste, le siguió otro y otro.
—¡Esa sangre es inmune! ¡La de ustedes no! ¡Y no sabemos si las bacterias murieron o sólo…! —Le taparon la boca.
—¡Imbécil, trae para acá! —Uno de ellos le gritó a otro mientras le intentaba arrebatar el frasco, quedaba casi nada de sangre en el recipiente.
Hubo un empujón tras otro hasta que a uno de ellos se le resbaló el vaso. Rebotó una vez en el suelo del helicóptero y después cayó al vacío.
—¡No! —desgarró su garganta cuando le quitaron la mano de la boca y lo soltaron.
Sólo alcanzó a ver cómo la pista para la cura caía hacia la ciudad y se perdía para siempre.
—¡Son estúpidos! —gritó uno de los soldados—. ¡Ahora no alcanzamos todos!