El sonido de los helicópteros al despegar se le hacía tan familiar en la vida que podía cerrar los ojos y sentirse en otro lugar, en otra época… en tiempos de guerra.
Sentía que su mente le daba vueltas por todo lo que había pasado, se dio cuenta de que realmente el remordimiento que cargaba en el pecho por la muerte de su hijo no hacía más que hacerlo dudar de sí mismo. Sabía que él no tenía la culpa, lo sabía perfectamente, pero su mente no lo dejaba descansar en paz y eso se hacía notar en estar despistado, no poner atención o incluso a veces, impedirle respirar. Sólo quería estar con su familia, desde el primer día que fue a la misión de San Francisco y vio que no se trataba de un simple atentado, deseó con toda su alma tener en sus brazos a su esposa, a sus hijos, y poder pensar en un plan para destruir a Flamante desde sus cimientos. Le habían arrebatado mucho, no sólo a él, al mundo entero. Familias destruidas, fauna corrompida, un mundo inhabitable y miedo eran lo único que les quedaba. Muy pocos aún conservaban esa esperanza de poder volver a la normalidad, de volver a llevar una vida normal, pero Michael tenía un presentimiento de que para eso faltaban muchos años… Algo se lo decía.
—¿Subimos, sargento? —le preguntó Jameson sacándolo de su estupor.
—Claro que sí. —Accedió mientras entre él y William ayudaban a Martin a subir al helicóptero.
—Es increíble cómo es que sigues vivo —añadió Will.
—Soy difícil de matar, pequeño Willy, te va a costar deshacerte de mí —respondió Martin mientras le palpaba la mandíbula.
—Con esa arrogancia quizá sea yo mismo quien te tire del helicóptero —agregó Jameson a la vez que sacaba un cigarro y lo encendía.
Martin tragó saliva.
Una vez que habían despegado del techo del edificio, comenzaron su camino rumbo a Seattle.
—Antes de subir llamé a la base de operaciones de Seattle —comunicó Jameson.
—¿Qué le informaron? —preguntó Michael.
—Seattle dejó de ser un refugio. —Aspiró humo.
—¿Qué? —se apresuró a interrogar Martin.
—Ahora todo Washington es uno. —Exhaló.
—Esas son excelentes noticias. ¡Estamos ganando! —festejó William seguido de sus demás compañeros de vuelo. Estaban gritando para poder escucharse entre ellos.
—Sí. —Aspiró de nuevo—. Ahora la ciudad entera de Seattle es una base de operaciones, todo lo está dirigiendo el vicepresidente. La política en el país se fue a la mierda. ¿Sabes lo que pasa cuando a un barco le quitas su capitán? —Tocó con la mano que sostenía el cigarrillo la pierna de Martin—. La muerte del presidente está teniendo cientos de consecuencias, todo mundo se ha vuelto loco. Están como una hormiga sin cabeza, los altos mandos que quedan se pelean por tomar las decisiones.
—No me jodas. —Michael se acomodó en su asiento.
—Además han duplicado la seguridad de Seattle, por cierto. Ahí está toda la operación, es más fácil de defender al sólo tener dos rutas de acceso, a menos que Flamante use barcos también. Si llegara a caer, perderíamos todo. Incluso el mismo vicepresidente se está hospedando ahí.
—Podremos superar toda esta mierda. Tengo entendido que todo el norte del país tiene una limpieza de zombis casi total…
—Un sesenta por ciento —aclaró Jameson.
—¿Podemos dejar de hablar de zombis por un momento? —interrumpió William—. Es decir, vamos a casa al fin, al menos hablemos de cosas buenas. ¿Qué harán al llegar?
—Comer algo decente, con mucha grasa y mucha mierda que haga daño —contestó Jameson sin dudarlo—. No sé si mañana moriré, así que no importará.
Michael miró al suelo un momento y después al exterior, a la ciudad de Denver destruida, hecha pedazos y expulsando humo como si de una fábrica se tratara.
—Estar con mi hermano y mi madre… —dijo Joshua, quien se había mantenido callado todo el camino.
—Estar con mi familia… —agregó Mike—. Y disfrutar a su lado lo que nos reste de vida.
—No lo creo —aseguró Jameson.
—¿Qué? —Michael quedó desconcertado.
—Estás fichado como desertor. Al llegar enfrentarás un juicio y se determinará qué pasará contigo. Si te dejan libre o te pudres en la cárcel.
—¿Cómo? —Se exaltó—. Eso no puede ser posible, hice todo lo que me pidieron, no puedo creer que…
Fue interrumpido por el sonido de varios disparos.
—¿Qué mierda? —William se puso de pie de un salto y se acercó a la horilla para ver qué pasaba.
En uno de los últimos helicópteros de la formación se escuchaban ráfagas de disparos y, muy a la lejanía, gritos ahogados por el sonido de las aeronaves.
—¿Qué mierda está pasando? —preguntó Michael al piloto.
—Aquí Falcon 188. ¿Qué sucede Águila 167? —preguntó el tipo por el micrófono de sus audífonos.
—¡Infectados en la nave! ¡Infectados en la nave! —gritaron por el altavoz, de fondo se podía escuchar un extraño sonido parecido a eructos.
—¡Colóquenos en posición para atacar a los infectados que están a bordo! —ordenó Mike.