Estaba sentado en la orilla de la playa, en una bonita banca de madera iluminada por un farolillo de color amarillo. La noche caía sobre el negro océano que se reflejaba ante él. Vestía unos lentes de sol, una camisa playera azul y unas bermudas color crema acompañadas por unas sandalias para arena.
La tranquilidad lo invadía, sentía una paz como ninguna y respiraba el aire fresco del mar mientras bebía una piña colada sin alcohol, justo como le gustaba.
—Veo que estás descansando, hermanito. —Llegó Joshua a sentarse a su lado.
—Necesitaba esto… Tener un poco de paz…
—Esto aún no ha acabado… Dicen que tienes información valiosa que puede ayudarnos a encontrar la cura…
—Sé que puedo encontrarla, pero… —Se tocó los bolsillos—. ¡Mierda! ¡Se me cayó el frasco con la muestra de sangre! —gritó mientras se levantaba del asiento y tiraba su bebida.
—Hermano, tienes que despertar…
Una luz intensa comenzó a aparecer en el horizonte, más fuerte que la del sol, crecía a cada momento y cada vez se hacía más insoportable hasta el punto en el que tuvo que cerrar los ojos para evitarla.
Y entonces despertó.
Estaba inmóvil, sentía aturdido todo el cuerpo. Sobre él había una gran lampara que lo iluminaba y lo encandilaba.
Miró a su alrededor y se percató de que estaba en un cuarto de hospital.
—¡Hermanito! —se alegró Joshua, quien estaba a su lado tomándolo de la mano que no tenía canalizada—. ¡Ya era hora de que despertaras! —Salió corriendo de la sala.
Sammuel intentó moverse, pero un dolor en todo el cuerpo lo obligó a quedarse quieto de nuevo. Sintió que tenía la cara vendada y notó lo mismo en su brazo izquierdo. Veía por la puerta que su hermano dejó entreabierta pasar a doctores y militares de aquí para allá. Miró a un costado y prestó atención a un reloj electrónico que había al lado de su camilla, era la madrugada del día 7 de noviembre. Se había quedado inconsciente mucho tiempo.
De pronto la puerta se abrió completamente y allí estaba… su madre.
Sintió ganas de llorar, de levantarse corriendo e ir a abrazarla, pero con el mínimo movimiento sintió una punzada de dolor.
—¡Hijo! —exclamó su madre—. ¡Qué bueno que despiertas! —Se acercó corriendo a abrazarlo.
—¡Pinche chango culero! —se alegró Jack—. ¡Cómo que te encanta asustarnos, ojete! Me alegra que ya hayas despertado, hermano.
—También me alegra verlos… —fue lo único que pudo formular, le dolía la mandíbula y le costaba moverla adecuadamente.
Llegó un doctor acompañado del sargento Jameson y otro soldado que desconocía su nombre.
—¿Cómo te sientes, Sammuel Carter? —le preguntó mientras tomaba apuntes en su libreta.
—Como si hubiera despertado después de una pelea en el bar…
—Normal, afortunadamente no te rompieron nada los patanes que te golpearon. Llevas demasiadas horas sedado y en reposo, lo mejor será que no salga de la cama en…
—Lo necesito para dentro de dos días —interrumpió Jameson.
—¿Cómo? ¿Se lo quieren llevar otra vez? —Su madre confrontó al sargento.
—¿Para qué lo quieres, wey? —Jack lo miró directamente a los ojos.
—Será mejor si reposa al menos una semana…
—El mundo no tiene una semana, estúpido. —El sargento tomó al doctor de la bata y lo acercó a él—. Mientras más rápido encontremos la cura, mejor.
—¿Pero por qué mi hijo? ¿No hay soldados mejor capacitados?
—Señora, es confidencial —Lo miró directamente a los ojos—. Sam, en dos días ven a buscarme. Tenemos mucho por hablar y hacer, no estoy exagerando cuando te digo que el destino de la humanidad está en nuestras manos —terminó y posteriormente salió de la habitación sin decir nada más.
—¿No le harás caso a ese pendejo o sí? —Jack lo tomó del hombro.
—Es mi deber.
—Hermano, no tienes por qué hacerlo…
—Sólo yo sé las respuestas que ellos buscan… pero no hablemos de esas cosas. Aprovechemos nuestro tiempo de paz.
Todos se sentaron alrededor de Sammuel; su madre, su hermano y Jack. Al fin estaba con su familia, después de tantos días por fin estaban a salvo.
—¿Qué tal Seattle, madre? —preguntó.
—La esposa del sargento no me dejó sola ni un solo momento, ha sido muy amable todo este tiempo y la estadía es muy cómoda.
—Esta es la base principal de Estados Unidos, hermano —agregó Joshua.
Justo en ese momento se percató de que a su hermano le hacía falta una extremidad.
—Josh… tu… brazo…
—No había nada qué hacer, hermano, el disparo me mató el tendón y el musculo al instante, ya era una extremidad muerta, lo mejor fue amputar.
Le habían amputado el brazo desde el hombro.
—Ni eso te quita lo apuesto, cabrón.
Todos en el cuarto rieron.
—¿Y Miranda? —preguntó