Ahí estaba frente a él la gran ciudad de Seattle, iluminada como si de Las Vegas se tratara, se veía tan viva que hacía parecer que todo el mundo estaba bien.
“Seattle en 10 kilómetros”, decía un letrero verde al lado de la carretera.
Imaginó cómo hubiera sido haber llegado ahí con su esposa e hijos vivos, con Brad y su hijo, incluso con Steve y Roger, pensó en todas las personas que han muerto intentando llegar a la salvación, al arca de Noé del mundo moderno. «¿La gente de los barcos seguirá viva?», recordó el infomercial que vio en la televisión. Parecía que Seattle era el paraíso prometido, un lugar para una vida plena y hasta cierto punto abundante. Con la poca paz que podrían traer cientos de soldados vigilando cada esquina y el inmenso terror de ser acechado por muertos hambrientos de ti.
«Ojalá pudieran estar aquí todos los que ya se fueron para que puedan ver el espectáculo…», se dijo mientras miraba las luces de la ciudad a la lejanía.
La noche estaba cayendo sobre su cabeza, los últimos rayos del sol iluminaban su camino y frente a sus ojos vio por fin, vida humana.
Un retén.
Dos camiones militares estaban estacionados al lado de la carretera, entre ellos había unas vallas custodiadas por varios soldados.
Detuvo su auto en cuanto le hicieron una señal con la mano.
—¿Viene usted solo? —le preguntó un militar mientras se asomaba por la ventanilla del auto.
—Así es, señor, no sabe qué gusto ver a una persona viva después de varios días…
—Creo que es usted la primera persona que viene por aquí por sí sola, es decir, que no haya sido rescatada por los camiones militares de rescate o las caravanas… ¿Cómo diablos llegó hasta aquí?
—Vengo desde México… No tiene idea, señor, de todo lo que he pasado para poder llegar hasta aquí…
Los soldados se miraron entre ellos, tenían la cara como si hubieran visto a un fantasma.
—Estacione su vehículo aquí al lado, no puede entrar así, lo llevaremos en un camión —le ordenaron.
Victor no dudó ni un segundo y acató la orden rápidamente. Dejó dentro su mochila y el mp3, se despidió de todo lo que venía consigo. No había retorno después de ahí.
—¡Viene uno de rescate! —gritó uno de los militares.
Por el mismo camino por el que vino él, se veía acercarse un gran camión.
—Qué suerte tiene, se irá a la ciudad en él, nosotros nos encargamos de su auto.
—Está bien.
Cuando el camión llegó a donde estaba él, no se demoraron ni un segundo en contarle al conductor su llegada.
—Este hombre llegó solo en ese carro de ahí, como si nada, como si de un paseo se tratara. ¿Puedes creerlo? Es el único en estos 9 días que ha hecho eso. Llévatelo tú a ver qué te dice y luego nos cuentas —le dijeron al que conducía.
Victor sólo miraba ansioso la ciudad como un insecto a la luz de una lámpara. Quería llegar ya, estar ahí y pensar cómo terminar con la vida de Thomas Collen.
—Súbete al asiento del copiloto. Que tengas un excelente día —le ordenaron mientras le hacían una seña para que subiera.
Al hacerlo, Victor notó rápidamente el olor a sangre y pólvora del interior.
—Está lleno de soldados y civiles heridos allí atrás, disculpa el olor muchacho, disculpa el olor, huele muy mal, muy mal. —El conductor era un tipo gordo, la papada le colgaba debajo de su mandíbula y tenía una gorra militar mal puesta sobre su cabeza. Repetía palabras y tartamudeaba.
—No se preocupe.
—¿Cómo es que llegaste hasta acá? ¿De dónde vienes? —Se le notaba la ansiedad al hablar.
—Vengo desde Tijuana.
—¡Já, já, já! Y yo desde china amigo, me gusta tu sentido del humor. Eres muy bueno con los chistes, muy bueno.
—Lo digo enserio.
—Pero, ¿cómo?... —Su expresión facial pasó de la burla al asombro.
—Le juro que después de todo lo que he vivido en tan pocos días, no tengo ánimos de hablar en este momento. Mucho menos recordar las cosas por las que pasé.
—Lo entiendo muchacho, yo estaría igual que tú, estaría igual.
—¿De dónde viene de recoger esta gente usted? —No quería entrar en un silencio incómodo.
—De la ciudad de Tacoma, a unas horas de aquí, sí, un par de horas. —Contó con los dedos—. no queda lejos.
—¿Por qué vuelve tan pronto?
—Nos mandaron llamar a todos, parece que tenemos una misión para mañana, así que acabé el recorrido ahí. Según he escuchado iremos a atacar la base de Flamante, pero shh, no se lo digas a nadie. Se supone que es algo secreto. —Sonrió.
Victor sintió una bofetada. Ahí estaba su oportunidad.
—¿Tú quieres ir? —preguntó mientras se acomodaba en su asiento. Era hora de sacar sus mañas de abogado.
—Claro que no, hermano, hasta cierto punto estoy teniendo al fin una vida tranquila, ¿entiendes? Tranquila al fin. Salgo a recorrer las calles de vez en cuando, pero no paso de atropellar uno o dos zombis en el camino. Es divertido atropellar zombis.