Antes de si quiera sonara su alarma, lo despertaron las sirenas que comenzaron a sonar desde las calles. Al levantarse aún se sentía magullado, los golpes y moretones aún no habían sanado por completo.
Eran las 0600, como vio en el reloj de su habitación.
«En el hangar 4», recordó mientras se ponía de pie para vestirse.
Un hermoso uniforme militar con patrones color gris y azul estaba encima de la mesa, así como unas botas y su equipo táctico correspondiente. Estaba totalmente asustado, de manera literal iba a la guerra, algo para lo que en definitiva no estaba preparado.
Una vez terminó de vestirse pasó por la habitación de su madre. Estaba despierta.
—¿Cuánto tiempo llevas así, madre? —le preguntó.
—¿Enserio crees que podría dormir sabiendo que mi hijo va a enfrentarse con gente horrible?
—Estaré más que protegido, nadie me hará daño… Y a cambio, puede que yo encuentre la clave para poner fin a todo esto… Poder volver a casa, ver películas en las noches mientras comemos frituras y cosas con mucha grasa, ir de compras para que termines comprando siempre la misma ropa…
Su madre comenzaba a llorar.
—Prometo que volveré. En la noche estaré aquí de nuevo, pero con la clave entre las manos. Y nada nos podrá volver a separar. ¿Está bien?
—Sí, hijo —terminó mientras se levantaba y le daba un extenso abrazo que se prolongó por varios minutos.
«De verdad tengo miedo de no volver…», pensó, y era verdad.
Una vez que salió del recinto donde estaban se encontró con Joshua y Jack esperándolo en la banqueta.
—Te estaré esperando, hermano, para poder tomarnos una cerveza mientras brindamos por el comienzo del fin de esta guerra. —dijo Joshua mientras se acercaba y lo abrazaba.
—Eres un cabrón difícil de matar, sé que volverás, wey. —Jack, aunque no lo demostraba, quería mucho a Sammuel. De verdad veía en él aquel hermano que nunca tuvo.
—Volveré, y juntos acabaremos con esto.
Comenzó a caminar por las calles heladas y oscuras del lugar, les tocó vivir en una pequeña vivienda compartida a un par de manzanas de la base.
El sol aún no se asomaba y tan sólo se guiaba por la luz de las lámparas, de los autos y camiones que se dirigían a donde él iba.
Por las bocinas que hay en la calle no paraba de sonar: “Los soldados de la misión Amanecer deben presentarse de inmediato a sus hangares correspondientes”
Sammuel miraba detenidamente a cada soldado salir de su casa, cada camión pasar a su lado, las caras de todos tan sólo demostraban miedo. Él sentía seguridad. No había nada allá afuera a lo que no se habría enfrentado antes y salido victorioso, pero siempre dicen que nunca digas nunca, puede ser esta la vez en la que no sobreviva o incluso se convierta en uno de esos monstruos…
Ya escuchaba los gritos en la base; gente dando órdenes, regañando a personas, incluso a un lado de los aviones había un sacerdote sobre unas cajas orando, parecía que había mucha gente que de verdad sentía protección con sus palabras ya que alrededor llegaban soldados a hincarse y persignarse, incluso a quedarse a rezar.
—Te pedimos, padre, protejas a nuestros hombres para que puedan acabar con el mal que inunda tu mundo y logren volver a casa sanos y salvos, ellos son tus fieles pastores… —decía el sacerdote mientras con una mano sostenía la biblia y con la otra bendecía a los soldados.
Debía llegar al hangar 4, estaba pasando al frente del 1 donde parecía haber una discusión entre un recluta y un oficial.
—De verdad, yo soy Chad Baeker, aquí está mi identificación, mire —decía el recluta con un acento mexicano igual que el de Jack.
—Según esta identificación debería tener más de cincuenta años, los cuales no aparenta —contestó el oficial.
Sin prestar más atención continúo su camino hasta pasar al frente del hangar 2, ahí estaba el sargento Michael dirigiendo a sus soldados.
En el hangar 3 estaban subiendo tanques a un carguero militar y, finalmente, en el hangar 4 estaba Jameson, gritando órdenes a diestra y siniestra con su imponente voz.
—Te dije que llegaras a las siete, aún faltan treinta minutos —dijo cuando lo vio.
—En las bocinas decía que todos los soldados debíamos llegar inmediatamente.
—¿Eres un soldado?
—Buen punto.
—Pendejo. Ahora ven, ayúdanos a subir las cajas de munición a nuestro avión. Debemos matar tiempo hasta que sean las ocho.
Sammuel obedeció y comenzó a subir cajas. Afuera, en el aeropuerto improvisado, había decenas de aviones, helicópteros y cargueros. Más de los que podría imaginar que podrían estar juntos.
—Y en la parte norte de la ciudad hay otro aeropuerto con el doble de lo que hay aquí. En cuanto liberemos espacio vendrán para acá —le dijo Jameson, quien notó que estaba embobado viendo las aeronaves. Y deja de hacerte pendejo, que faltan las granadas, las armas, los paracaídas y todo lo demás.
—Sí, señor.
«Debí haberme quedado dormido hasta las siete», se quejó.