Día Z: Apocalíptico I [ahora en físico]

Final - Acto II; Michael.

—Estaré aquí para mañana, no tienes nada de qué preocuparte —le dijo Michael a su esposa mientras la abrazaba.

—Has tardado incluso meses en volver, sé que regresarás… —Su señora no lo soltaba.

—Ya me despedí de los niños, creo que debo partir ahora.

—Aún no son ni las cinco de la mañana, Mike…

—Debo supervisar todo, hoy es el día más importante de la historia.

—Ve, amor mío, salva al planeta.

—Eso haré.

Tomó su mochila y su casco de la mesa del lugar donde se hospedaban.

De nuevo se volvía a separar de su esposa.

Afuera lo estaba esperando William en un todoterreno de combate.

—No se preocupe, sargento, cuando íbamos a Afganistán duraba hasta un año sin volver —le dijo.

—Pero en esos tiempos mi mujer estaba a salvo en casa… Mejor concentrémonos en la misión de hoy —terminó mientras se subía al asiento del copiloto. No quería darle muchas vueltas en su cabeza.

La noche albergaba una oscuridad atemorizante. Tenía un mal presentimiento.

—Sargento Michael, pase a la base de operaciones cuanto antes, cambio —sonó en la radio que llevaba en un bolsillo de su pecho.

—En camino, cambio y fuera.

La base de operaciones era el edificio donde fue supuestamente juzgado por el general, le iban a explicar a todos los sargentos el plan de ataque-rescate.

Aunque fueran apenas las cinco de la madrugada el tránsito por las calles era abundante, así como los guardias en cada esquina y los autos de patrullaje repletos de policías.

—¿Recuerdas las espinilleras que nos colocamos a la hora de jugar futbol en la base militar? —Will decidió romper el silencio.

—Claro que sí.

—Platicando con algunos soldados que volvieron de las caravanas me contaron que los bastardos las usan como protectores de brazos y pies, se las colocan en todo el cuerpo. Eso hace que la mayoría de las mordidas o rasguños no logren penetrar la piel, evitando que se infecten.

—¿Y por qué es sólo un rumor y no lo usamos todo mundo?

—Ni idea, parece que tan sólo lo usan como experimento…

El gran edificio repleto de ventanales se elevaba ya frente a ellos, estaban cruzando las pistas de aterrizaje repletas de aviones de todos los tamaños y formas que se podrían imaginar.

—Déjame aquí, llegaré caminando.

—¿Por?

—Ve, busca y encuentra todas las espinilleras para futbol que puedas. Somos cuatro mil soldados, encuentra doce mil. Son las cinco de la mañana, te espero a las ocho en el hangar que nos corresponde, llévate a todos los soldados que necesites.

—A sus órdenes, sargento.

Tras bajar del vehículo comenzó su recorrido hasta la base de operaciones. Los soldados que pasaban a su lado lo saludaban con la mano en la frente mientras lo miraban con respeto. Michael sabía que, si hoy fallaba, le fallaban a todo el mundo, literalmente.

Al llegar al edificio saludó a los guardias de la parte inferior para después subir por el elevador hasta la sala principal.

—Para el elevador, por favor —le dijo alguien justo antes de que se cerrarán las puertas.

Mike lo detuvo con el pie.

Se trataba del secretario Sokovich.

—Oh, sargento Michael, no creí que fuera usted. Le habría hablado con más respeto. —Su acento extranjero era notorio.

—No se preocupe, está bien.

Hubo un silencio incómodo.

—Debe estar muy emocionado por su misión de hoy.

—Le aseguro que emocionado es la palabra más alejada de la que en realidad tengo en mente.

Era un hombre pequeño, de alrededor de 1.60 metros de altura, tenía calvicie y el cabello sólo cubría los laterales de su cabeza, además tenía también un bigote estilo chevron que lo hacía verse muy ridículo.

—Imagino que sí, soy muy torpe al hablar. —Tenía en sus manos varias carpetas, estaba sudando y se le notaba muy nervioso. Su oreja estaba más roja que la última vez.

—¿Está bien de su oreja?

—¿Qué? —Parecía que se fuera a desmayar.

—Su oreja, está muy roja. —Michael anhelaba sacar su arma y ponérsela en la cabeza, se veía muy sospechoso.

—Ah, sí, sí es una infección con la que llevo ya varios días.

—¿Infección de qué? Si se puede saber.

—Llegamos.

El elevador abrió sus puertas y el pequeño hombre salió a paso apresurado directo a la sala de operaciones.

—Sargento Jobs, por aquí, por favor. —El general Esposito salía de una oficina—. ¿Nervioso por la misión de hoy?

—Estoy preparado para lo que pueda suceder, y mi equipo también.

—Es la respuesta que necesitaba, porque a mí sí me están temblando los pies, y eso que no iré yo a la batalla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.