"Donde siempre quise estar"
—¿Oíste, pendejo? —le dijo el sargento Miller mientras le daba un golpe en la cabeza y lo empujaba al gran edificio de cristales.
—Señor, puedo explicarlo…
—Si lo puedes explicar, ahorita vas y se lo explicas al general. ¿Dónde está el soldado Chad? —Se le veía enfadado.
Victor volteó un momento hacia atrás, el sargento Michael se le había quedado viendo unos momentos antes de girarse de nuevo.
—Él está con su familia a salvo… Quise ayudarlo e ir yo en su lugar…
—Tu gran corazón te dará unos buenos años de cárcel. Camina rápido, pedazo de mierda. Necesito volver al hangar lo antes posible.
Cuando llegaron, subieron por un elevador hasta el último piso donde estaban dos guardias protegiendo una puerta donde se supone era la sala de operaciones.
—Díganle al general que tengo a un posible traidor, lo mejor será que lo interrogue —dijo Miller.
—El general está ocupado, puede quedarse esperando en una de las sillas de ahí. —Apuntó a un lugar del pasillo.
—Bien. Ya escuchaste, cabrón, te quedas ahí hasta que el general tenga tiempo de hablar contigo —le dijo a Victor—. Les encargo que le pasen el mensaje, por favor, quiso suplantar la identidad de un soldado y no sabemos aún su paradero.
—Claro que sí, sargento, éxito en su misión —respondió un guardia.
Miller asintió y salió a toda prisa del lugar.
—Es el día más importante de nuestras vidas, tendrás que esperar un buen rato ahí sentado.
—Entiendo…
Victor se sentía totalmente destrozado. Había desperdiciado su única oportunidad de poder ir a vengar a la gente que quería, se había quedado sin propósito, y su última oportunidad se había ido al caño.
«Tal vez mi destino es simplemente no hacer nada, no todos tienen un propósito en la vida, por mucho que nos esforcemos en querer tener uno», reflexionó. Recordó la cara de sus hijos cuando estaban disfrazados un día antes del atentado, sus risas, los abrazos de su esposa y sus besos, su tacto… Mataría para poder volver a sentirlo una vez más…
Las horas pasaron mientras se hundía en sus pensamientos, en su mente derrumbada y gris…
Giró la cabeza hacia los cristales que daban a la pista y pudo observar a los aviones partir. Se estaban yendo, alejándose velozmente, decenas de ellos elevaban al vuelo tras un ensordecedor sonido. En el suelo, las familias, amigos y los pocos soldados que se quedaron estaban silbando y aplaudiendo, estaban viendo a los héroes partir a la guerra.
«Ahí debería ir yo…»
Agacho su cabeza, sus ojos le ardían demasiado, no pudo dormir durante la noche por los nervios y a la vez estar pensando las mil maneras en las que podría terminar con la vida de Thomas Collen.
Poco a poco el sueño lo fue consumiendo, se quedó dormido.
Un golpe lo despertó.
—El general te está esperando, muchacho —le dijo uno de los guardias.
Victor asintió y se levantó con dificultad, el dolor de su cuello le impedía enderezar bien la cabeza.
Miró su reloj; eran casi las 6:00 pm. Durmió nueve horas, resultado de no haber conciliado el sueño la noche anterior.
Le abrieron la puerta para que pudiera pasar él y un guardia.
—General Esposito, el sargento Miller dijo que le diera un castigo a este hombre por querer suplantar la identidad de un sujeto del cual aún no sabemos su paradero.
—¿Es enserio? —dijo el General. Se veía agobiado por tanto trabajo. Y no era para menos.
—¿Qué cosa, señor?
—Que en vez de dejar que fuera a pelear por el país, lo trajeron aquí, cabrones.
—Señor, podría ser un infiltrado de Flamante.
—En ese caso haré que los fusilen a él y a ti por haberlo metido a la sala de operaciones, pendejo.
—Señor, yo…
Todo fue interrumpido por disparos que provenían del pasillo.
—¡A cubierto! —gritó el Guardia.
Victor se tiró al suelo y miró a su alrededor; estaban tres soldados adentro de la sala, el general y un hombrecillo calvo con traje.
—¡Apunten a la puerta! —exclamó el general mientras apuntaba con su pistola.
Todo pasó en un suspiro; el hombrecillo calvo se levantó repentinamente y con disparos precisos acertó a los tres guardias que estaban dentro y además en un movimiento rápido le colocó el arma en el cuello al general.
—Si se mueve, le disparo en los sesos —le susurró al oído mientras le oprimía el cuello con el brazo—. ¡Pueden entrar! —gritó.
Victor podía escuchar cada latido de su corazón, la respiración del hombrecillo y del general, las manecillas del reloj, el crujir de la puerta al comenzar a abrirse…
—Sabía que no me fallaría, secretario Sokovich —dijo Thomas Collen cuando cruzó la puerta.
Victor se quedó paralizado.