Exterior
—¡Hemos ganado! —se escuchaba gritar a todos los soldados.
—¡Hemos derrotado a Flamante! —cantaban todos entre la lluvia.
—¡No lo puedo creer! ¡Por fin! —todos gritaban de alegría.
Alcantarillado de Seattle
—Michael, ¿está bien? ¿Qué ve del otro lado? —preguntaba Jameson por la radio mientras se asomaba él y todos los demás soldados por lo que restaba del filtro al desagüe.
—Desembocamos en el Estrecho de Puget, a unos dos kilómetros de la ciudad —se escuchó que respondieron—. ¿Qué ves William? —preguntó el sargento Michael.
—Veo dos cadáveres señor. —La voz de William se distinguía claramente.
—Confirmado; es el cadáver de Thomas Collen y al lado hay un soldado. Chad Baeker dice la identificación que tiene en su uniforme, parece que él lo ha matado…
—¡Por Chad Baeker! —rugió Jameson.
—¡Por Chad Baeker! —gritaron todos los demás soldados que estaban en las alcantarillas.
Casa de Refugiados 117
—Te dije que volvería madre… —le dijo Sammuel a su mamá mientras la envolvía entre sus brazos. Estaba lleno de sangre, pólvora y empapado en lluvia.
—¡Hijo, pensé que no te volvería a ver! —lloró.
—Todo pasó tan rápido, hermano, cuando nos dimos cuenta Flamante ya estaba incendiando toda la ciudad, fue pura suerte que no llegaran a esta casa… —Joshua tenía un arma en su brazo sano.
—¡Pinche pendejo, tienes un ángel en el culo, cabrón! —Jack lo recibió con un fuerte abrazo—. Pensé que no volverías, hermano, mira, bro, en cuanto escuché los disparos, lo primero que hice fue agarrar un pinche palo, wey, para meterle unos putazos al primer cabrón que intentara entrar.
—Pero si te escondiste junto con mi madre, pendejo —Joshua lo desmintió.
—Lo bueno es que he vuelto, y los disparos han cesado, parece que hemos ganado…
—¿Qué es eso que se escucha? —dijo la madre de Sammuel.
—Parece un contador… ¿Por qué está sonando?
—Diez… Nueve… Ocho… Siete… Seis… —se escuchaba en todas las bocinas del exterior.
Playa del Estrecho de Puget
—¿Escucha eso, sargento? —William parecía preocupado.
—Sí… Se escucha levemente un contador… Parece que viene de la ciudad…
—Cinco… Cuatro… Tres… Dos… Uno…
—¡Cuidado! —gritó Will mientras se tiraba al suelo. En la playa cerca de su posición un estruendoso sonido se hizo notar y retumbó la arena. Un misil había sido disparado directo hacia Seattle.
—Esto no puede ser cierto… —Michael se dejó caer de rodillas.
Aeropuerto Improvisado de Seattle
—¿Qué demonios es eso en el cielo? —gritó un soldado justo antes de que le cayera un líquido espeso encima y le empezara a derretir la piel.
—¡Stephano! ¡Mierda! —exclamó otro soldado que estaba cerca de él. Quería ayudarlo, pero sabía que no debía tocar el líquido.
Stephano estaba empapado en su totalidad de aquella sustancia extraña tirada por el misil, yacía en el suelo frente a él y se retorcía como si estuviera convulsionándose, así como también parecía estarse derritiendo.
—Mierda… otra vez está pasando… —dijo mientras miraba a su alrededor.
Era el caos.
La gente gritaba y corría de otras personas como si se evitaran tocar a toda costa. Algunas saltaban y se amontonaban encima de otras en medio de gritos de agonía y de auxilio. Más gente también parecía estarse convulsionando como Stephano lo había hecho. Estaba aturdido, los gritos lo desorientaban y sumado al caos que había parecía como si estuviera en un sueño, sus ojos los tenía irritados por la impotencia de no haber podido salvar a…
Sintió una mano en el pie; era Stephano.
Estaba chorreando espuma con sangre por la boca. Sus ojos estaban en la posición normal, pero la pupila parecía de color blanco verdoso, con las venas muy saltadas y al igual que todas las del cuerpo, parecían a punto estallar.
Stephano tumbó a su compañero y comenzó a devorarlo.
Todo mientras la ciudad de Seattle, la última esperanza de la humanidad caía entre el caos y la destrucción, los zombis habían tomado la última fortaleza que les quedaba.