—¿Informe?
—Al parecer han creado el mensaje a base de una grabadora con simulador de voz y una animación de interferencia de muy mala calidad. En ello dicen lo siguiente —se aclaró la garganta—. "Para toda la gente que me dio la espalda a mí y a toda la gente que hoy trabajan a mi lado. Hoy hemos creado la más poderosa de las armas que cualquier ejercito nunca tuvo, hemos creado el futuro del planeta, el surgimiento de una nueva civilización y de un nuevo gobierno dictado por el peor de los males que puedan pisar la tierra, aunque, pensándolo bien, ustedes no se quedan muy atrás. Flamante se complace en anunciarles el nombre de dicha arma, su poder y sus efectos los podrán conocer muy pronto. La hemos llamado "Arma Z" y descuiden, si les quedaron dudas de qué es lo que hace, habrá una función simultanea en todo el mundo donde se les mostrará su gran poder. Flamante se despide, y espera con ansias, que sea la última vez, de una vez por todas".
—¿Enserio esos bastardos nos quieren asustar con eso?
—Me temo que sí, general —contestó el sargento Michael Jobs.
—¿Fue enviado a cada continente este mensaje?
—Sí, señor. Con sus respectivos idiomas para cada uno y cada país —dijo mientras dejaba la carpeta en el escritorio.
—¡Entonces debemos estar alerta, sargento! —le gritó mientras se ponía de pie y le hacía una seña con la mano para que se retirara.
—¡Así será, señor! —dijo y después salió de la oficina.
Hacía ya casi dos meses que no veía a su familia, los extrañaba tanto como al combate. A sus cuarenta y cuatro años se sentía muy viejo, más de lo que era. Necesitaba un largo descanso.
—¿Qué dijo el viejo, Mike? —le preguntó su amigo y compañero William mientras lo alcanzaba.
—"Hay que estar preparados" —repitió imitando su voz.
—¡Ja! Como siempre… —rio en voz baja.
—Arma Z... ¿A quién se le ocurriría ese nombre tan estúpido?
—Ni idea. ¿Crees que es algo como para preocuparse?
—No lo sé —se limitó a decir—. Mejor vamos al comedor, tengo hambre.
—Igual yo, vamos.
William era el mejor amigo de Michael, su más fiel compañero y soldado, miembro de su escuadrón desde hace mucho tiempo y con quien había lidiado un sinfín de batallas.
Llegaron al comedor y todo su escuadrón estaba sentado en su respectiva mesa mirando un partido de Futbol Americano.
—¿Listo para que me dé esos cincuenta dólares, Michael? —dijo su compañero Rodrick, era miembro de su escuadrón de hacía un par de meses, era el más nuevo de todos—. ¡Están aplastando a su equipo!
—Cierra la boca, Rodri, en un momento voltearán el marcador y aplastarán al tuyo —dijo mientras se sentaba y destapaba una lata de refresco.
—¿Jugo? —le ofreció William.
Se negó con un gesto.
—Está bien... Iré a ver qué comeremos hoy en esta porquería de lugar.
—Tráeme algo, Will —le pidió Robert, otro de sus compañeros, no sabían cómo demonios lo aceptaron en el ejército a sabiendas de que necesitaba insulina cada cierto tiempo por su padecimiento de diabetes.
—Seguro.
Se retiró y se formó en la cocina a esperar los platillos.
—¿Qué opina de Flamante, Sargento? —le preguntó George.
—Opino que son unos niños pequeños jugando a los malos que no saben dónde se están metiendo tan solo por su pésimo intento de llamar la atención —declaró Michael.
—¿Llamar la atención? Usted sabe más que nadie lo que hicieron hace dos años en el Golden Gate, Señor…
A Michael no le gustaba tocar el tema, pero sabía que no siempre se iba a poder omitir. Nadie más que él sabe que en ese puente se encontró cara a cara con Thomas Collen después de la detonación de las bombas. Donde, además, perdió a uno de sus tres hijos. Al explotar los dos extremos del puente, Thomas solo pudo escapar por un lugar; por el agua. Desafortunadamente para Michael, tiene un pánico y descontrol total cuando se trata de ver el mar o algún rio ancho.
Sólo él sabe por qué.
—La pérdida de mi hijo es un tema que no se puede tocar, soldado —dijo mientras golpeaba la mesa con el dedo índice y se levantaba lentamente—. Así que espero que sea la última vez que hablas sobre esto. ¡Ahora lárgate y limpia los dormitorios! —gritó una vez se hubo parado por completo.
—Señor... Sí señor —titubeó George mientras se levantaba y se iba casi corriendo.
—Tranquilo, Sargento —le dijo Robert.
—¡Tú no eres nadie como para decirme qué hacer! —le gritó—. ¡Así que si no quieres terminar ayudándolo te recomiendo cerrar esa maldita boca!
Mientras comían había un silencio incómodo, ninguno se dirigía la palabra.
Eran seis soldados incluyendo a Michael, su sargento al mando.
Ya habían participado en muchos contraataques y defensas contra terroristas, no tan sólo contra Flamante.
—¿Alguien irá al cementerio mañana? —preguntó, rompiendo el silencio que los envolvía.