El ejército actuó lo más rápido que pudo. Mandó unidades a todas partes del país, era un ataque internacional, sin embargo, se debían preocupar primero por su propio territorio. Necesitaban cualquier arma que estuviera al alcance, a pesar de su avanzada tecnología e infantería parecía que se quedaban cortos en cuanto a las magnitudes del problema. Michael fue trasladado a San Francisco, lamentablemente sólo iban Will, Martin y él, los otros tres miembros de su escuadrón estaban con sus familias por el día de los santos, si es que aún quedaba algo por conmemorar.
Al llegar por las noticias los videos e imágenes sobre lo que ocurría en las calles todos en el ejército se pusieron histéricos. Muchos salieron disparados sin decir alguna palabra, a tomar taxis o sus propios vehículos e ir a toda prisa a donde vivían, a su hogar.
Varios sargentos, así como el General al Mando del Ejército de los Estados Unidos, convencieron a la mayoría de quedarse, les decían que servían más en la fuerza que corriendo a sus casas, y tenía razón, pero hay algo en el ser humano que lo vuelve débil y vulnerable; el amor.
Con misiles dirigidos por inteligencia artificial lograron a duras penas derrumbar uno de los misiles de Flamante que rondaba por estados unidos antes de que llegara a Seattle, que parecía ser el objetivo principal de ese en específico. Según Inteligencia Interna fueron tres misiles aquellos que salieron de lugares remotos, aún desconocidos, y comenzaron a bailar por los cielos del país.
El escuadrón de Michael, de tres personas contándolo a él, y otros cuatro conformados por seis soldados estaban a punto de bajar del avión del ejército, si se le podía decir así a saltar en paracaídas. Eran cinco aeronaves mandadas a San Francisco, así como más soldados yendo por tierra en vehículos blindados y armados. En cada aeronave iban 30 soldados.
Sonó una alarma roja dentro de la escotilla mientras ésta comenzaba a abrirse, era hora de saltar.
Michael y su escuadrón fue el primero en acercarse a la orilla y echar un vistazo hacia el vacío. Abajo era un completo caos.
Había humo saliendo de casi todos los edificios y estructuras menores, se oían disparos y alarmas por todos lados.
Se escuchó una explosión seguida por una ola de fuego a un par de kilómetros de su posición.
—¿Qué demonios está pasando abajo? —preguntó un soldado desde adentro.
—Todo se fue a la mierda —respondió Martin mientras miraba abajo de nuevo, era todo un espectáculo visual, asombroso pero aterrador.
La alarma roja fue reemplazada por una verde; podían saltar.
—¡Los veo ahí! —les dijo Michael a sus dos compañeros mientras apuntaba a un lugar entre dos edificios—. Entre el edificio rojo que sobresale de los demás. ¡Ahora!
Tomó a Martin de la mochila y lo arrojó hacia afuera, luego William saltó y al final Michael. Sentía que el viento le iba a volar el casco color amarillo pálido de mosaico que llevaba, también casi se le volaban las armas colgadas a su pecho y espalda. Cuando se estabilizó, apuntó su cuerpo hacia el lugar indicado y sólo unos segundos después activó el paracaídas. Sintió el tirón en los hombros y abdomen y comenzó a descender normalmente. A lo lejos, varias calles a la izquierda del punto de encuentro de su escuadrón estaba la barrera policial y del ejército, ahí debían ir tras limpiar su zona de aterrizaje.
Ya estando a cien metros de altura podía divisar las manchas rojas en el suelo, el correr de las personas escapando de otras y manadas amontonadas en puertas de edificios, parecían animales.
Resulta que el lugar indicado para descender era un callejón. Al caer al suelo los tres soldados rápidamente sacaron sus armas, sonaron gritos y rugidos por fuera de donde se encontraban. Tan sólo por el ambiente ya sentían el miedo corriéndoles por todo su cuerpo, había humo por todas partes, sangre, restos humanos y cadáveres.
—Con cuidado, vayamos hacia la izquierda, por ahí —susurró Michael mientras apuntaba a un extremo del callejón. Apretaba el arma tan fuerte que sentía cómo le dolía la parte interior de las manos, nunca había sentido tanto miedo, ni siquiera cuando se encontraba cara a cara contra el mar.
Tras dar unos pasos, por el extremo contrario a donde se dirigían entró corriendo una persona a tumbos mientras rugía y emitía un chillido ensordecedor, su andar era torpe y parecía no tener estabilidad alguna tras cada paso, sin embargo, no dudaba en seguir avanzando hacia ellos, como si fuera su único objetivo.
Una vez que estuvo cerca pudieron notar que las venas de su cuerpo estaban moradas y negras, demasiado expuestas como si lo estuvieran estrujando por dentro, sus ojos eran blancos con morado y rojo combinados.
—¡Deténgase! —rugió Michael mientras le apuntaba, lo asustó más de lo que le gustaría admitir.
El individuo no hizo caso y comenzó a tirar mordidas al aire, como si estuviera intentando masticarlos desde la distancia. Sus encías eran negras al igual que la mayor parte de su boca, a excepción solo de unas partes moradas. Michael le disparó dos veces en los pies, pero pareció que no le hizo nada, ni siquiera se inmutó. Volvió a disparar otras dos veces pero ahora en el pecho, esta vez se tambaleó un poco pero siguió avanzando de inmediato sin importarle las cuatro heridas de bala que tenía en el cuerpo. Tras estos disparos, del otro extremo del callejón llegaron otros tres sujetos con las mismas condiciones.