Después de comer y beber un poco, recogieron todo lo que había en la mesa y Michael puso un mapa de San Francisco en ella.
—Aquí. —Señaló un punto en el mapa—. Aquí vive mi familia, a cuarenta minutos yendo a pie desde nuestra posición.
Todos los soldados asintieron.
Por la radio que llevaban consigo los militares informaban que la infección se había propagado rápidamente por todos los Estados Unidos, que muy pocos estados estaban logrando contener a los zombis y que, además, sólo Seattle tenía un cero por ciento de infectados. Cerca de las tres de la tarde les hicieron un llamado a todos los soldados, a los que al menos siguieran vivos, diciendo que acudieran a Seattle de inmediato para protegerlo, que, si no lograban contener al menos una ciudad libre de infección, no habría nada que pudieran hacer en el resto del país. Dejaban solos a todos los demás estados con tal de poder mantener firme una sola ciudad, sin duda alguna, estaban desesperados, perdiendo.
Afuera, por la ventana de la sala del apartamento, se veía mucho movimiento. Zombis corriendo por todos lados, muchos encima de cadáveres y muy poca gente aun escapando, obviamente, de lo inevitable. Había fuego por todos lados, sirenas y alarmas sonando por doquier, disparos y gritos tanto de gente como de zombis.
El clima había cambiado de ser un día soleado y caluroso a estar nublado, como si todo el humo se hubiera juntado y ahora se convirtiera en niebla; una neblina densa y espesa que recorría las calles y los callejones de toda la ciudad. El ambiente era tétrico en su totalidad, lucía como un pueblo fantasma. Desde arriba se lograba distinguir muy poco, pero lo suficiente como para notar la carnicería que había y seguía tomando lugar abajo.
Tras planear un poco lo que harían y hablar con los anfitriones, éstos decidieron que irían con ellos. Joshua Carter y Miranda Lussel los acompañarían a donde sea que fueran, pues sabían que no podrían estar mucho tiempo encerrados ahí en ese departamento.
—Le informaré a mi hermano que mi edificio está repleto de zombis y que no me puedo quedar aquí por mucho tiempo, lo mantendré al tanto de dónde estaremos. —dijo Joshua después de explicarles que le había prometido a su hermano Sam que no se movería de ahí, pues dijo que lo iría a buscar.
—Me parece perfecto, mientras más civiles podamos salvar es mejor, avísale a dónde iremos —le dijo Michael—. Abajo aún suenan de vez cuando disparos, lo que significa que aún hay militares luchando, o eso espero. —Miró de reojo a William y luego a Martin—. Nos moveremos entre calle y calle siempre pegados a la pared. Haremos una fila; en medio de ésta deberá ir la señorita Miranda. Will, irás hasta atrás —dijo mientras lo señalaba y le entregaba su casco militar—. Yo iré hasta el frente, y tú, Martin, irás detrás de la señorita. Joshua, atrás de mí.
Todos asintieron. Se notaban nerviosos, respiraban como si hubieran corrido una maratón, era increíble lo que el miedo le podía hacer a las personas.
Los minutos en los que la pareja preparaba sus mochilas a Michael le parecían eternos, ansiaba poder ir corriendo hacia su familia, sin importar los horrores con los que se fuera a encontrar en el exterior. Mientras esperaba, echó un vistazo al lugar en el que se encontraba; el departamento era pequeño, sólo constaba de tres espacios, la sala, que era una cocina a la vez, el baño y el dormitorio. Michael no pagaría más de trescientos dólares por la renta.
Se intentaba distraer con todo lo que podía, pero estaba muriendo de ganas de ponerse en marcha e irse lo antes posible. Necesitaba acariciar el suave cabello de su esposa Karen, ver a sus dos hermosos hijos jugar... aparentando que no extrañaban a su hermano mayor ya fallecido... Todo por culpa de la misma persona que ahora había mandado a todo el planeta a la mierda: Thomas Collen.
Michael hubiera podido vengar a su hijo, tenía a Thomas delante de él, al mismísimo jefe de la organización terrorista Flamante. Lo pudo perseguir nadando por el mar cuando éste estaba escapando de aquel fatídico atentado del puente Golden Gate. El puente de San Francisco estaba destruido, hecho añicos, cuando vio a Thomas alejarse en medio del agua, pudo haber saltado tras él, pero no lo hizo... Su pasado...
De pronto, una gran explosión se escuchó y todo el edificio se estremeció, sacando a Michael de su estupor.
—¿Qué demonios fue eso? —exclamó Will mientras se ponía de pie y se acercaba corriendo a la ventana.
Michael se posicionó a su lado y observó dificultosamente entre la niebla a un camión militar antiaéreo disparando a los montones de zombis que se acercaban hacia él. Tras cada disparo volaban cientos de pedazos de carne y extremidades, así como también retumbaba hasta el suelo. Sin embargo, algo bueno también tenía; todos los zombis del área se habían concentrado en él y lo perseguían como locos, alejándose cada vez más y más.
«Nos va a costar recuperarnos de esto», se dijo en cuanto vio a los miles de zombis que perseguían al camión.
—Bien, ahora es nuestra oportunidad —dijo finalmente mientras le entregaba un arma a Joshua—. Recuerden, debemos de ir siempre juntos y atentos, pero sobre todo silenciosos.
Todos asintieron y Joshua se acercó a abrir la puerta. El pasillo estaba en silencio, no había ningún ruido, inclusive se lograba distinguir zumbido de la lampara.
Se formaron como habían acordado y después se dirigieron a las escaleras. Caminaban cual felinos, evitando hacer el mínimo ruido posible.
Para fortuna del grupo, todas las armas llevaban puesto un silenciador, pues Michael ordenó varios para su equipo en la base militar antes de salir a la misión.
Estaban bajando los primeros peldaños cuando en el primer doblez de la esquina había alguien parado, inmóvil, mirando a la dirección contraria a ellos. Mike se detuvo en seco y frenó al grupo tras él. Sintió que el estómago se le revolcaba.